CUANDO LO IMPOSIBLE SE HACE REALIDAD

La siguiente historia pertenece a una valiente que ha decidido compartir este testimonio contigo para que sepas que tenemos un Dios que trasforma vidas aun hoy.

Mi nombre es Romina y quiero abrirte mi corazón para contarte cómo era mi vida, y el maravilloso cambio que Dios hizo en ella. Mi familia está compuesta por 7 hermanos; de niños éramos muy pobres, no teníamos para comer, vivíamos sin luz, estábamos muy mal. Por eso, a muy temprana edad cada uno de nosotros comenzó a trabajar para poder sobrevivir. La relación con mi madre casi ni existía. Ella me hacía sentir todo el tiempo que no me quería; me reprochaba el hecho de haber nacido mujer. Ella “quería otro varón”. Tanto era su rechazo, que quiso regalarme; finalmente, no lo hizo. Mi padre no vivía en casa. Casi no lo veía; apenas si nos cruzábamos por la calle, pero nunca existió ningún tipo de relación. Mi familia estaba totalmente destruida.

Recuerdo que a los 9 años sucedió algo muy fuerte que marcó toda mi adolescencia. Un día, un amigo de mi hermana vino a casa, y comenzaron a suceder cosas que no eran normales para una niña de mi edad. Él comenzó a abusar de mí. Tocaba mi cuerpo, me besaba y tenía juegos sexuales conmigo. En ese momento yo creía que era algo normal, pero con el tiempo me di cuenta de que no lo era. Durante cuatro años, abusó de mí. A raíz de esto, mi vida se llenó de odio, de dolor, de enojo. Sentía rechazo hacia los hombres, y comencé una etapa diferente. Estaba totalmente fuera de mí misma; entregaba mi cuerpo por un paquete de cigarrillos o por vino; por lo que me dieran. Comencé a mantener relaciones con vecinos, taxistas y amigos. Dejaba que me manosearan y que hicieran lo que quisieran conmigo. Durante ese tiempo asistía a una iglesia, creía en Dios, pero todo lo que me pasaba, lo que vivía, hacía que dejara de creer. Nunca me hubiera imaginado una vida así; nada me hacía sentir bien. Buscaba siempre algo más.

Llegué a jugar sexualmente con una niña. La llevaba a mi casa, la besaba, la desnudaba, le hacía exactamente lo mismo que me habían hecho. Luego lo repetí con un niño. Todo era horrible: me sentía sin identidad; no era yo, no me sentía mujer. Trataba de escaparme de todo esto a través del alcohol o fumando; mezclaba las bebidas para que fueran más fuertes, pero nada ocurría. Me sentía rechazada por todos; en el barrio me trataban como un varón. Por eso intenté suicidarme. A raíz de esto comencé a mirar a las mujeres con otros ojos, de una manera diferente, y comencé a hacer cosas que no quería hacer. Creía que era normal mantener relaciones con mujeres. Comencé a sentir que debía vestirme y actuar como un varón, ya que eso me hacía sentir segura de que nadie volvería a herirme como cuando era niña.

Mi hermano me llevó nuevamente a la iglesia, pero recuerdo que esa vez, cuando entré, ocurrió algo que no podía entender. Desde que me senté en la silla, no pude dejar de llorar. La palabra del pastor llego a mi corazón. Sentía que me hablaba directamente a mí; fue impactante. Al otro día, todo seguía igual; lo veía todo gris, me sentía encerrada, rodeada de cuatro paredes. Estar en mi casa era un verdadero infierno, y yo quería salir de todo eso, así fue que comencé a asistir más seguido a la iglesia. Ya sentía que me gustaba ir, pero el paso de la semana se me hacía eterno. Esperar hasta el sábado o domingo para ir era interminable.

Le conté mi testimonio a la esposa del pastor. Compartí con ella cómo era realmente mi vida y a partir de ahí me di cuenta de que Dios sí existía. Reunión tras reunión, y a través de las prédicas, Dios me ministraba, pero siempre yo misma ponía una barrera. No le abría mi corazón a Dios, hasta que me di cuenta de que Dios te transforma cuando le puedes contar todo y sincerarte con él. Una vez que pude sacar lo que había en mi corazón, Dios empezó a transformarme, a cambiarme, a quitar el odio, el rencor y el pecado de mi vida (1 Juan 1:9).

Hoy tengo 21 años y ya han pasado cuatro años de esta nueva vida. Siempre pensé que era imposible cambiar todo lo que me venía pasando. Creía que no le podría contar a nadie lo que yo había hecho, y lo que me habían hecho a mí. Hoy me doy cuenta de que la realidad es otra y que Dios es parte del cambio. Hoy puedo mirar y amar a mi madre, a mi padre, a la persona que abusó de mí, sin odio ni enojo, porque Dios sanó mi corazón. Ahora tengo sueños, metas, y aunque tenga que seguir luchando, sé que de la mano de Dios, todo es más fácil. Ahora soy una persona diferente; puedo ayudar a quienes han pasado por situaciones similares, sabiendo sobre todas las cosas que Jesús murió por cada uno de nosotros, dio su vida por amor y pagó un precio por mis pecados. Todo cambio depende de que tomemos la decisión. Para enfrentarse al presente, solo hay que pagar un precio, como él lo hizo por nosotros. Con amor, Romina».

Un hombre o una mujer aparentemente normales que están en la iglesia, pueden estar por dentro más comprometidos con esta «plaga», que otros que por fuera «ya muestran» su inclinación sexual. Tal vez lo hayas ocultado durante años y quizás te haya salido bien, y estés pensado que este libro «también» será una llamada de atención que dejarás pasar, y hasta usarás el material para predicar sobre tu libertad sexual en Cristo, algo que no estás viviendo, porque «nadie» se ha dado cuenta. Pero te tengo una noticia: «Dios y yo» nos hemos dado cuenta, tu vida se derrumbará cuando menos lo esperes, y el golpe será eterno.

¡Este es el momento! No esperes lo peor. Te extiendo mi mano a través de este libro y mis amigos que encuentran en Jesús cada día la libertad que él nos prometió: Seréis verdaderamente libres (Juan 8:36). ¡Corre a tu pastor ya! Ve al lugar seguro. Dios te está esperando. Aunque creas que tu silencio te protege, solo es un silencio con olor a muerte; Dios y el mismo infierno conocen tu situación (Salmo 32:3,4). ¡No hay duda! Será tu primer día de libertad; conocerás lo que es agradecer a Dios y mirarlo «cara a cara» con la frente bien alta. Y él te dirá: «Te doy otra oportunidad; no te condeno. Empieza a vivir y cambia tu vida».

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Extracto del libro Las 10 Plagas de la Cibergeneración

Por Ale Gómez

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