Los jóvenes quieren sexo sin sida. Recordemos que ellos buscan sexo sin amor, sexo sin matrimonio, sexo sin hijos, sexo sin normas y, por último, sexo sin posibilidad de ser contagiados del sida. Sin embargo, lo que dicen se contradice con lo que hacen. Por un lado, afirman su autonomía cuando se trata de decidir con quién, cuándo y cómo vivir su sexualidad; y, por otro, se convierten en víctimas del destino cuando adquieren el sida.
La película Philadelphia, que trata acerca del problema de la homosexualidad y el sida, muestra, precisamente, cómo el personaje central se contagia del HIV. La causa no radica en su homosexualidad, sino en la promiscuidad sexual. Esta película muestra cómo dentro de un cine conoce a una persona a la que nunca
había visto antes. Al mantener relaciones sexuales durante la proyección de la película, contrae el mortal retrovirus. Pero, todo el filme busca convertirlo en mártir y víctima.
Naturalmente que sí hay víctimas del sida: un niño que nace de una madre portadora, alguien que va a un hospital y recibe una transfusión sanguínea con sangre infectada, una esposa que adquiere la enfermedad por un esposo infiel, etc. Sin embargo, en muchos casos, los jóvenes que contraen el HIV no son víctimas, sino agentes morales responsables.
En la actualidad, existe mucha información acerca del sida, tanto en los colegios y universidades como en los medios masivos de comunicación. Pero, a pesar de eso, las investigaciones demuestran que las prácticas sexuales de los jóvenes siguen siendo de alto riesgo de contagio. Creer que la solución al problema del sida está en animar a los jóvenes a usar el condón ha fracasado rotundamente. Cada vez hay más conciencia de que la victoria en la lucha contra el sida se dará en la medida en que las personas cambien la manera de comprender y vivir la sexualidad. Hay que cambiar los patrones de conducta.
La iglesia tiene la gran responsabilidad de ser solidaria. Debe mostrar amor a todos los enfermos de sida, independientemente de las razones de su contagio. Pero, al mismo tiempo, debe ser muy firme en su confrontación con la gente que vive su sexualidad bajo sus propios criterios y sin considerar la ética cristiana al
respecto. Estas personas deben ser llamadas al arrepentimiento.
Cuando uno se casa, lo quieras o no, te casas con la familia de tu pareja. A partir del sida, podemos afirmar que cuando tú te acuestas con alguien, te acuestas también con todas las personas que mantuvieron una relación sexual con él o con ella.
Extracto del libro “Una Bendición Llamada Sexo”
Por Alex Chiang