Aparentemente, el relato de Génesis entra en una contradicción. Dios ve a Adán solo y planea crear una ayuda adecuada para él. Pero Génesis 2.19 no nos narra la creación de la mujer sino la de los animales. ¿Acaso Dios estaría pensando en una mascota para terminar con la soledad del hombre? Es cierto que hay mujeres que prefieren tener de compañero a un perro antes que a un hombre, porque los hombres que han conocido se han portado peor que perros.
Para entender lo que está pasando, usemos nuestra imaginación. Dios no sólo crea los animales sino también le encarga a Adán una tarea: ponerles nombre. Los animales se ponen en fila y van pasando delante de Adán. En eso pasan don mono y doña mona. Adán ve al mono y se da cuenta de que el mono tiene a su lado a alguien que es igual a él, un mono, pero a la vez distinto: una mona. Adán mira a la izquierda y a la derecha de sí mismo y se percata de que no tiene a su lado a alguien como sí lo tiene el mono. Pero, más grande aún es su sorpresa al observar que don mono y doña mona se marchan a la selva y que luego de varios meses no regresan dos sino tres. ¿Cómo lo hicieron?
Por eso, cuando Adán termina de poner nombre a los animales, el relato llega a una conclusión: «No se encontró entre ellos la ayuda adecuada para el hombre» (Gn.2.20b). Adán toma conciencia de su soledad.
Antes de la creación de los animales, Adán estaba solo y feliz. El único que se había dado cuenta de su soledad era Dios. Me imagino a Adán como a Tarzán agarrando una liana y tirándose de un árbol a otro, nadando feliz en los ríos del Edén y trepando las montañas del huerto. Era feliz. Pero, a través de la experiencia de poner nombre a los animales, Dios lo lleva a tomar conciencia de su soledad.
Todos hemos pasado o vamos a pasar por un proceso similar al que atravesó Adán. Hay una etapa en la vida en que estamos solteros y nos sentimos bien. Pero, tarde o temprano, entramos en otra etapa de la vida. Comenzamos a sentir la profunda necesidad de tener a alguien especial a nuestro lado, alguien con quién compartir la vida, y, así como Adán, tomamos conciencia de nuestra soledad. Ni papá o mamá, ni nuestro mejor amigo o amiga, por más excelentes personas que sean, pueden satisfacer el hambre y la sed de una relación
significativa. Comienzo a experimentar la necesidad de una persona que me ame y a quien yo ame.
La toma de conciencia de nuestra soledad es un momento muy peligroso. Las personas se vuelven muy vulnerables. Se experimenta un fuerte desamparo afectivo. Nos llenamos de mucha ansiedad, angustia y afán. Podemos tomar decisiones de las cuales quizás nos arrepintamos el resto de nuestra vida. Algunos piensan que nunca van a encontrar la pareja ideal. Otros se van con la primera que les da un poquito de atención y cariño. Muchos inician su vida sexual creyendo que así van a calmar su sed de amor.
Extracto del libro “Una Bendición Llamada Sexo”
Por Alex Chiang