Para muchas personas, familias e iglesias, la sexualidad es una fuente permanente de sufrimiento y conflicto. Violación, fornicación, infidelidad, embarazos no deseados, aborto, etc., son palabras comunes tanto para cristianos como no cristianos. El sexo es una experiencia muy negativa en innumerables jóvenes y adultos. Sin embargo, la Biblia afirma que la sexualidad es una gran bendición. La sexualidad vivida acorde con el plan de Dios es un factor de crecimiento y realización personal.

Empiezo con las siguientes preguntas: ¿Cuál es el fin último del amor y la sexualidad en una pareja?, ¿por qué los seres humanos tienen impulsos, necesidades e inclinaciones sexuales?, ¿por qué los hombres y mujeres necesitan amar y ser amados?

Existen dos típicas respuestas a estas interrogantes.

La primera ubica la sexualidad en el ámbito de la reproducción. Para un biólogo, el enamoramiento humano tiene como propósito fundamental unir sexualmente a una pareja. De esa manera se asegura la continuidad de la especie humana. Esta visión de la sexualidad imperó fuertemente en la Edad Media. Caló tan profundo que hasta el día de hoy persiste en sectores conservadores de la cristiandad. Desde esta perspectiva, todo intento de limitar o coactar el potencial reproductivo, aun por medio de sistemas de control no abortivos, es condenado. Significaría degradar la sexualidad humana.

La segunda respuesta ubica la sexualidad en el ámbito del placer. Si se le propusiera a un joven: “Tú sólo debes tener relaciones sexuales cuando quieras tener un hijo”, ¿qué respondería?, ¿estaría de acuerdo? Por supuesto que no. Sería una propuesta absurda. Para la cultura juvenil, el sexo es una fuente de sensaciones altamente placenteras. El sexo ha dejado de ser una manera de decir te amo para reducirse a una forma desesperada de encontrar placer en una sociedad en crisis. Una gran cantidad de adolescentes descubre su sexualidad totalmente divorciada de la afectividad.

Las Escrituras judeo-cristianas reconocen la profunda conexión entre sexualidad y fecundidad, así como entre sexualidad y placer; pero no la define principalmente a partir de sus dimensiones reproductiva y erótica.
«No es bueno que el hombre esté solo» (Gn.2.18a). Con estas palabras, se inicia la creación de la primera pareja sexual: Adán y Eva. Este fragmento del Génesis aborda la problemática con que desarrollamos este capítulo: ¿Cuál es la finalidad última del amor y la sexualidad en una pareja?

La Biblia responde categóricamente: terminar con, o poner fin a nuestra soledad. Desde una cosmovisión cristiana, el amor y la sexualidad humana alcanzan su plenitud cuando nuestra soledad llega a su final.
Si poner fin a nuestra soledad es el gran propósito de la sexualidad, es de vital importancia definir la clase de soledad a la cual se refiere el texto. Adán, el hombre del cual se declara que está solo, es alguien que tiene una perfecta comunión con su Creador. Habla con Dios cara a cara; pero, a pesar de ello, se encuentra solo.

Esta soledad es de tal naturaleza que ni la mejor relación con Dios puede acabarla. Es una soledad que en el caso de un hombre, sólo una mujer la puede terminar. Y, en el caso de una mujer, sólo un hombre puede hacer lo mismo.

Frecuentemente asisto a reuniones en las cuales no faltan jóvenes que se creen muy espirituales. Cuando pregunto cuántos están enamorados, muchos levantan la mano. Entonces pregunto de quién están enamorados, y varios responden: “Estoy enamorado de Dios”. Suena muy bonito y puede evidenciar una vivencia profunda de Dios; pero no se ajusta totalmente a la enseñanza bíblica. Si bien Adán conocía íntimamente a Dios, ese conocimiento jamás podía reemplazar la necesidad de una compañera.

Extracto del libro “Una Bendición Llamada Sexo”

Por Alex Chiang

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