Es hermoso lo que Dios hace cuando Adán se siente solo. No le trae una pareja, como muchos esperarían, sino lo duerme. (Gn.2.21a).
La soledad viene acompañada de mucho estrés. Al dormir a Adán, Dios lo invita a reposar. Lo tranquiliza. ¡Qué buen psicólogo es Dios! Actúa de la misma manera en que un psicólogo moderno actuaría frente a un paciente ansioso. Lo ayuda a relajarse.
Muchos, cuando se enamoran, se afanan y desesperan hasta el punto de no escuchar ningún tipo de consejo. Nada les importa con tal de sacar adelante su relación sentimental. Pasan por encima de los padres y líderes de la iglesia. No quieren esperar.
Sólo cuando entramos en el reposo de Dios y dejamos que nos duerma, estamos listos para tomar una decisión objetiva e inteligente. Cuando entramos en el reposo de Dios, entonces nos abrimos a las sorpresas de Él. Eva no llega a la vida de Adán como resultado de la capacidad de seducción de éste. Tampoco como fruto de su persistencia y terquedad en vencer la negativa de una mujer. Adán estaba dormido. No tuvo ninguna participación. Ella llega a su vida como una sorpresa de Dios.
Adán se había dormido y despertado muchas veces. Cada vez que abría sus ojos por la mañana, contemplaba la hermosura y belleza de la creación: el sol brillando en medio de un radiante cielo azul, verdes montañas que contrastaban con un lago cristalino. Pero esa mañana, cuando él despertó, qué sol ni cielo ni montaña ni lago. Él vio una mujer. ¡Y qué mujer!… Además, estaba desnuda. Así lo atestigua el último versículo del capítulo 2 de Génesis. Si yo hubiera sido Adán, seguro que hubiera exclamado: “¡Guau, qué buena está!”.
UNA SANA TEOLOGÍA DEL CUERPO Y DEL AMOR
Hablar de cuerpos desnudos pareciera ser un tema escabroso del cual no deberíamos ocuparnos. Pero observamos una generación de jóvenes que no sólo ha descubierto el cuerpo, sino que también lo quiere mostrar. ¿Cuál debe ser la actitud cristiana frente al cuerpo?
Supongamos que un joven cristiano se va a la playa. Una calurosa mañana se levanta muy temprano a hacer su devocional y comienza a alabar a Dios contemplando la inmensidad del mar. De repente, aparece una preciosa mujer en bikini. ¿Cómo reaccionarías tú? Bueno, depende de tu teología del cuerpo. Unos dirían: “¡Satanás, que el Señor te reprenda; me quieres hacer caer!”. Otros quizá harían un hueco en la arena, donde meterían la cabeza para no ver. No faltarían los que saldrían corriendo emulando a José, cuya historia se relata en el Antiguo
Testamento.
LAS TRES MIRADAS
A una mujer hermosa hay que echarle tres miradas.
La primera debe ser una mirada de celebración. Es Dios quien ha creado ese hermoso cuerpo y no el diablo. Hay que decir: “Qué linda es la creación de Dios”. Hay que agradecer por la capacidad de apreciar la belleza de una mujer.
La segunda debe ser una mirada de compasión; no con pasión sino de compasión. El libro de Proverbios enseña: Como argolla de oro en hocico de cerdo es la mujer bella pero indiscreta (Pr.11.22). Esta mirada, llena de misericordia, debe venir acompañada de una oración: “Señor Jesucristo, que esta mujer pueda conocer la hermosura de la salvación. La que no destruye el tiempo. La que es eterna”.
La tercera mirada debe dirigirse al cielo para pedirle a Dios fuerzas para dejar de seguir mirando; porque si sigues mirando aparece la cuarta mirada: la mirada lujuriosa y pecaminosa que Jesús condena (Mt.5.28).
EL DIOS QUE HIZO UNA MUJER
Me encanta la continuación del relato: «Dios el Señor hizo una mujer y se la presentó al hombre» (Gn.2.22b). Una de las primeras cosas que Adán conoció de Dios, es que le trajo una mujer. Muchos tienen la imagen de un Dios que encierra a las mujeres bajo siete llaves y las pone lejos del alcance de los hombres. Es el concepto de un Dios negador del placer y la sexualidad. Sin embargo, el Dios que Adán conoció es el que le presentó a una mujer; un Dios que irrumpe en su vida para traerle una pareja.
Extracto del libro “Una Bendición Llamada Sexo”
Por Alex Chiang