Los jóvenes piensan no sólo en sexo sin amor, sexo sin matrimonio o sexo sin hijos, sino también en sexo sin normas, sin ningún criterio objetivo y sin ningún principio. Ellos piensan que uno puede tener relaciones sexuales sin más criterio que el suyo propio; que depende única y exclusivamente de ellos definir cómo
vivir su sexualidad; que nadie debe entrometerse en su decisión de con quién, cuándo y cómo tener relaciones sexuales.
La Biblia, por el contrario, dice: Esposos, amen a sus esposas, así como Cristo amó a la iglesia… (vs.25). La Escritura plantea que el amor de un hombre por una mujer debe estar regulado por normas y principios. Un hombre no debe amar a su mujer como a él le nazca o le plazca. Debe amar a su esposa “como Cristo amó a la iglesia”.
El amor de Cristo se convierte en el paradigma de todo amor, incluyendo el amor de un hombre por una mujer. Aquí se establece el criterio más grande que debe regular las relaciones en una pareja. ¿Cómo es el amor de Cristo? Es un amor que se entrega sin reservas hasta dar la vida por la persona que ama.
El amor de Cristo es un amor lleno de propósito y sentido. Cuántos jóvenes, por el contrario, viven su sexualidad marcada por la lascivia y las pasiones desordenadas.
Nadie puede amar fuera de la verdad. Si uno lo hace, el amor se diluye, se desvirtúa. Si yo por amor a mi hijo, no lo disciplino, mi amor, en vez de hacerle bien, le va a hacer mal. De la misma manera ocurre con el sexo. Dios ha establecido principios de verdad dentro de los cuales la sexualidad tiene que ser vivida.
El amor que está regulado por Cristo es un amor que se vive bajo las normas y criterios que Dios ha establecido en su Palabra, la Biblia. El criterio personal, aunque necesario, no es suficiente. Dios ha establecido principios que deben ser respetados para que la sexualidad sea una experiencia de vida y no de muerte; sea una experiencia de realización y no de frustración.
Extracto del libro “Una Bendición Llamada Sexo”
Por Alex Chiang