EL SEÑOR NOS QUITA NUESTRA ROPA SUCIA

El motivo por el cual decimos que las acusaciones de Satanás son falsas es porque Dios ha resuelto el problema de nuestra ropa sucia, es decir, de nuestro pecado. El cuadro que hace Zacarías de la escena del tribunal celestial sigue:

«Y éste habló, y dijo a los que estaban delante de él: Quitadle las ropas sucias. Y a él le dijo: Mira, he quitado de ti tu iniquidad y te vestiré de ropas de gala. Después dijo: Que le pongan un turbante limpio en la cabeza. Y le pusieron un turbante limpio en la cabeza y le vistieron con ropas de gala; y el ángel del Señor estaba allí». (Zacarías 3: 4-5).

Dios no nos ha declarado tan sólo justos sino que Él nos ha quitado nuestra sucia ropa de pecado y nos ha vestido con Su justicia. Fíjate que el cambio de ropa es algo que Dios hace, no nosotros, porque no tenemos ninguna ropa de justicia que ponernos, por nosotros mismos, para satisfacer a Dios. Él nos cambia cuando le damos nuestras vidas en fe.

EL SEÑOR NOS PIDE QUE RESPONDAMOS

Habiendo reprendido a Satanás y provisto nuestra justicia el Señor nos llama a responder con obediencia: «Así dice el Señor de los ejércitos: «Si andas en mis caminos, y si guardas mis ordenanzas, también tú gobernarás en mi casa; además tendrás a tu cargo mis atrios y te daré libre acceso entre éstos que están aquí». (versículo 7).

Al llamamos a caminar en Sus caminos y a desempeñarnos en Su servicio, el Señor simplemente nos llama a que vivamos nuestra identidad en Cristo por medio de nuestra obediencia. Esto significa vivir por fe en lugar de vivir por miedo. Significa crucificar la carne diariamente y caminar de acuerdo al Espíritu Santo. Significa consideramos muertos al pecado y vivos para Dios sin permitir que el pecado reine en nuestros cuerpos. Significa cautivar cada pensamiento a la obediencia de Cristo y ser transformados por la renovación de nuestras mentes.

Si caminamos en obediencia, Dios nos promete que gobernaremos Su casa y estaremos a cargo de Sus tribunales. Esto significa que compartiremos Su autoridad en el mundo espiritual, capaces de vivir victoriosamente sobre el diablo y el pecado. También nos promete una línea de comunicación siempre abierta con el Padre. Nuestra victoria y frutos diarios están asegurados en la medida que operemos en Su autoridad y vivamos en comunión y armonía con El.

¿CUÁL ES LA DIFERENCIA?

Puede que estés pensando: «Cuando el diablo me lanza sus acusaciones, me siento aplastado, pero, a veces, la convicción de parte del Espíritu Santo también me aplasta, ¿cómo saber la diferencia entre las acusaciones del diablo con la convicción de parte del Espíritu Santo?»

Pablo nos muestra la diferencia entre las dos: «Ahora me gozo, no porque hayáis sido contristados, sino porque fiasteis contristados para arrepentimiento; porque habéis sido contristados según Dios, para que ninguna pérdida padecieseis por nuestra parte. Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte». (2 Corintios 7:9-10).

Las acusaciones del diablo y la contristación del Espíritu Santo hacen, ambas, sentir pena, pero la pena procedente de las acusaciones del diablo lleva a la muerte. En otras palabras, el diablo quiere que nos sintamos mal para destruimos. Él quiere que nos demos por vencidos y dejemos de seguir a Cristo.

En cambio, la pena que produce la convicción de pecado es permitida por Dios para llevarnos al arrepentimiento, que conduce a la vida. Dios no nos está golpeando en el suelo con la pena. Él quiere que nuestros sentimientos de pena por nuestro pecado nos lleven a Él para que podamos experimentar el perdón y la libertad.

Todo joven cristiano se enfrenta diariamente a la elección de caminar según el Espíritu o según la carne. Cuando optamos por caminar según la carne, el Espíritu Santo produce la convicción de pecado porque no estamos actuando en armonía con nuestra identidad verdadera. Sentiremos la pena de la convicción del pecado si seguimos en la carne.

«¿Cómo sé cuál pena siento?» —te preguntarás— «total, se siente lo mismo». Fíjate si tus sentimientos reflejan la verdad o la mentira y, así, identificarás la fuente. ¿Te sientes culpable, indigno o estúpido? Esa es pena causada por la acusación porque esos sentimientos no reflejan la verdad. Tú ya no eres culpable; has sido perdonado por medio de tu fe en Cristo. Tú no eres indigno pues Jesús dio Su vida por ti. Tú no eres estúpido pues todo lo puedes en Cristo.

Cuando encuentres que las mentiras se esconden en tus sentimientos de pena, especialmente si la pena que sientes sigue tirándote al suelo y pisoteándote, estás siendo acusado falsamente. Aunque si cambiaras no te sentirías mejor porque Satanás encontraría otra cosa para molestarte. Para librarte de la pena de la acusación debes someterte a Dios y resistir al diablo y sus mentiras.

Si te sientes pésimo porque no estás viviendo de la manera en que Dios quiere que vivas, entonces se trata del Espíritu Santo que está llamándote a que admitas: «Amado Señor, me equivoqué» (1 Juan 1:9). Tan pronto como confiesas y te arrepientes, Dios dice: «Me alegro que hayas compartido eso conmigo. Estás limpio; ahora, sigue viviendo». Y te vas libre. La pena se fue y tú has determinado obedecer a Dios en el área en que le fallaste.

La diferencia entre acusación y convicción se ve claramente en las vidas de dos discípulos de Jesús: Judas y Pedro. El primero permitió, de alguna forma, que Satanás le engañara y traicionó a Jesús por treinta monedas de plata (Lucas 22:3-5). Cuando Judas se dio cuenta de lo que había hecho, se ahorcó. ¿El suicidio de Judas resultó de la acusación de Satanás o de la convicción de Dios? Tuvo que ser de la acusación porque llevó a Judas a matarse. La acusación conduce a la muerte; la convicción conduce al arrepentimiento y a la vida.

Pedro también le falló a Jesús negándole (Lucas 22:33-34). La pena que sintió Pedro fue tan dolorosa como la que sintió Judas, pero la pena de Pedro era debida a la convicción que, al final de cuenta, le condujo al arrepentimiento (Juan 21:15-17).

Satanás está acusándote cuando tus sentimientos de pena te aplastan y te alejan de Dios. Resiste. Estás siendo reconvenido de pecado cuando tu pena te acerca a Cristo para confesar tu error. Ríndete y arrepiéntete.

Según Apocalipsis 12:10 la obra continua del diablo es acusar a los hijos de Dios pero la obra continua de Cristo es orar por nosotros (Hebreos 7:25). Tenemos un enemigo insistente, pero tenemos un Salvador eterno aún más insistente, que nos defiende ante el Padre basado en nuestra fe en El (1 Juan 2:1).

Extracto del libro Rompiendo Las Cadenas Edición Para Jóvenes

Por Neil T. Anderson y Dave Park

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