En una igleburger la idea central consiste en mejorarnos. Nos ofrecen un servicio de cuidado personal donde mi yo, que en esencia es bueno, puede crecer. Como una clínica de estética, o un club de autoayuda, buscamos la superación personal como meta espiritual. Y hay lugares que así lo ofrecen. Jesús no.

Arrepentíos, resuena en mis oídos. Es el llamado primero, quizás el más importante que escuche jamás.

¿En qué consiste? El arrepentimiento es un cambio radical de mis valores. Si mi vida estaba centrada en mi, Dios me pide que me centre en Él. Si mis intereses eran la bandera que me acompañaba a todas partes, ahora son Su Reino y sus intereses. Mi vida estará en función de la suya, negarme a mí mismo será mi norma: “Ya no vivo yo, más vive Cristo en mí” (Gálatas 2:20).

El arrepentimiento es un cambio de conductor en el vehículo de mi vida. Es poner mi confianza y mi futuro en manos de un Dios justo, amoroso y bueno y que tiene un plan para mí, quizás no el que yo quiero o deseo, pero sí el mejor para la eternidad.

Arrepentirse implica reconocer que uno debe cambiar, y cambiar mucho. Reconocer que en esencia estaba equivocado y que necesito aprender desde cero. Que no sé nada como debo saberlo y que mi vida estaba tomando un rumbo totalmente opuesto a lo que Dios quiere.

Esto y mucho más es arrepentimiento. Y además de reconocer que soy pecador, debo querer cambiar, y poner mi confianza en Dios para hacerlo. Un verdadero milagro que solo Jesús puede hacer en mí.

Algunos nos dicen que podemos mejorar nuestra condición siguiendo éste o aquel consejo, pero no diagnostican nunca el problema central, ni nos dan la verdadera solución.  Y engañados durante mucho tiempo, pensamos que seguimos a Jesús cuando ni siquiera hemos reconocido que necesitamos su perdón.

Imagina por un momento que alguien tiene una enfermedad muy grave pero que no es consciente de ella. La enfermedad crece en su interior mientras él sigue viviendo como si nada. Pero si no se trata puede morir.

Un médico conoce la cura y sabe perfectamente lo que el paciente debe hacer. El proceso puede doler, pero es lo mejor para el paciente. Si nadie le dice nada, no le diagnostican correctamente, la enfermedad seguirá su curso y aunque el sujeto lo desconozca, las consecuencias le alcanzarán.

Pero si el médico le informa al paciente de su situación y además le dice que tiene tratamiento le dará esperanza, una oportunidad para una vida mejor y más larga. ¿No sería lo mejor que le pudiera pasar? Creo que sí, y aunque al principio pudiera ser difícil de aceptar, el paciente estaría eternamente agradecido con el médico sabio y bueno.

Nuestra condición es de pecadores, es nuestra enfermedad, estamos peleados con Dios, y no basta sólo con poner parches que alivien el dolor, no basta con ignorar el problema para que desaparezca. No es suficiente vivir una vida irreal que al final nos llevará al desastre.

Jesús nos presenta la realidad y nos invita a vivir de verdad. El diagnóstico es claro. Sí, soy pecador. Entender el evangelio comienza bajando el concepto que tenemos de nosotros hasta lo más bajo y a la vez elevándolo hasta dimensiones divinas y eternas. Esa es la paradoja de las buenas noticias. No como un truco sentimental, sino por el reconocimiento de lo que realmente somos.

Las consecuencias, si no me trato también las conozco. Si no cambio, esto me llevará a morir, a no percibir a Dios, a no querer estar con Él, a vivir una vida que toma un rumbo equivocado para la que fue creada.

La solución pasa por el reconocimiento de la enfermedad y el arrepentimiento, un cambio radical de naturaleza, un milagro, que sólo el doctor Jesús puede hacer. ¿Quién si no podría cambiarme a mí?

Y si lo hace, si realmente lo hace, estaré eternamente agradecido con Él.

Mientras tanto, en la igleburger siguen dando consejos para ser un mejor trabajador, un mejor estudiante, un mejor esposo y cosas así. No digo que eso esté mal. Solo que primero hay que hablar de otras cosas, y todos esos temas estarán en función de lo primero, de la mejor noticia que te pueden dar para, a partir de ahí, construir toda nuestra nueva vida.

“Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y las demás cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33).

Porque aquí no estoy hablando de mejorar, ni de si te apetecen patatas fritas con ketchup o mostaza, o de cómo te apetece vivir tu vida. Estoy hablando de rescatarte, de curarte, de salvarte. Eso es más importante que todo lo demás. No es saciar necesidades básicas del ser humano para ser una iglesia moderna, o postmoderna, o que ofrece buenos “tips” y ya está, que pretende cumplir una función dentro de la sociedad. Que entretiene a los jóvenes con actividades para que no hagan cosas raras, ni se junten con malas compañías. No, es mucho más serio, estamos hablando de un verdadero cambio, un reconocimiento de nuestra condición y una intención de querer agradar a Dios. Lo demás vendrá como consecuencia.

Cambiar. Algo tan difícil de hacer que sólo con Jesús lo podemos lograr. En la igleburger no se habla mucho de esto, ni de las consecuencias reales que en nuestra vida tiene el arrepentimiento, hay otros temas más actuales que tratar como para comentar estos “asuntos antiguos”. Sin embargo, se nos va la vida en ello. Y es que es tan milagroso arrepentirse que Jesús lo llama “nacer de nuevo”.

POSTRES

  • ¿Cómo definirías “arrepentimiento” con tus palabras?
  • ¿De qué tenemos que arrepentirnos?
  • ¿Por qué nos cuesta tanto arrepentirnos?
  • ¿Cuál es el diagnóstico de Jesús respecto al ser humano?
  • ¿Y las consecuencias? ¿Y la solución?

Extracto del libro “Igleburger”

Por Alex Sampedro

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