¿A qué nos llama Jesús? ¿Qué es lo que espera de nosotros? ¿En qué consiste su invitación? Si somos seguidores de Cristo, si nos consideramos sus discípulos, estas son las primeras preguntas que debemos responder. Si no conocemos bien las respuestas, todo lo que hagamos estará totalmente desenfocado.

Vivimos en una sociedad consumista donde las invitaciones son del tipo: “Compra este coche y verás que bien te sientes…”. “Acércate aquí, por mucho menos de lo que imaginas, conseguirás el último grito en…”, “Última oferta, no la puedes desperdiciar”.

Se nos demanda nuestra atención, nuestro dinero, nuestro tiempo para conseguir algo que nos hace sentir mejor o satisface alguna necesidad. Con anuncios atractivos nos llaman a acercarnos, a seguir tal o cual producto, y compiten entre ellos por ver cual nos convence.

Y la base para todo esto está en nuestro egoísmo. La publicidad aprovecha nuestro deseo de tener más, ser más, sentirnos mejor para que les sigamos, compremos sus productos, o nos apuntemos a algún lado. Usan nuestras ansias de estar por encima de los demás, de superarnos o vanagloriarnos para conseguir sus fines.

Y quizás aprendiendo de esta sociedad, hemos hecho algo parecido en la Iglesia, usamos la vanidad de las personas para acercarles a Dios (al menos eso creemos).

Como si Dios no tuviera atractivo por sí mismo hemos montado todo un lenguaje, unas formas que apelan a nuestro egoísmo para hacernos cristianos, para invitar a la gente a seguir a Jesús.

Porque si te haces “cristiano”: tu matrimonio irá mejor, Dios te sanará, te perdonará, dejarás de tener depresión, serás mejor persona, tus sueños se harán realidad, serás un campeón, vivirás en victoria, tendrás poder para dejar esos malos hábitos que destruyen tu vida, y encima irás al cielo (por supuesto esas personas no querrán ir al cielo porque está Dios, sino porque el cielo es algo bonito y grande). Y todo esto por un módico precio; recuerda que la comida rápida nunca es demasiado cara.

Nos da miedo decir el verdadero precio de lo que ofrecemos, toda una estrategia de marketing. Todo centrado en el yo, una iglesia donde tú eres el “King”, donde todo es para ti, una igleburger.

Sé que si seguimos a Jesús muchas de las cosas que he mencionado ocurren y otras pueden ocurrir, pero no es el motivo por el que la gente debe acercarse. Es cierto que en el nuevo testamento mucha gente se acercaba al Mesías para ser sanado, para que le dieran de comer, para solucionar algún problema… pero Jesús nunca invitó a la gente solo para sanarla, o para darles comida, o mejorar su situación familiar o laboral. Por donde Él iba, sanaba, o daba pan, pero nunca rebajaba el precio para seguirle. Su principal invitación era esta: “Arrepentíos, el Reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 3:2).

Su carta de presentación. El anuncio que salía en televisión y que estaba en los carteles de los muros de las ciudades cuando Jesús las visitaba. El pueblo sabía que Jesús sanaba, pero lo que Jesús decía no era: “Venid que os voy a curar a todos, además no tenéis que darme nada, venid, por turnos, he venido para mejorar vuestra calidad de vida ¿Qué quieres tú? ¿Y tú? Vamos, cuantos más mejor”.

Como si de un circo ambulante se tratara…

Nuestro señor nunca se rebajó. Él siempre dejó claro lo que esperaba de la gente.

Es cierto, el evangelio son buenas noticias, es algo bueno, realmente lo mejor que podemos ofrecer a la gente. Pero lo mejor que podemos dar, el verdadero evangelio, el mejor consejo que les podemos ofrecer es: “Arrepentíos”. Esa es la invitación primera.

POSTRES

  • ¿Por qué queremos ser cristianos? ¿Por qué queremos conocer a Jesús?
  • ¿Por qué crees que abaratamos el evangelio?
  • ¿Cómo crees que actuaba Jesús cuando llegaba a una ciudad? ¿Qué hacía? ¿Qué predicaba?

Extracto del libro “Igleburger”

Por Alex Sampedro

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