Continuemos.

Hay más cosas en mi historia, más pena y dolor. Co­nocí a una chica llamada Terri y empezamos a salir. Ella tenía reputación de «fácil.» Yo sentí pena por ella por­que siempre había sido abusada. Yo deseaba mostrarle lo que es el verdadero amor. Así que empezamos una rela­ción amorosa limpia, linda, amistosa y sincera.

Luego empecé a pensar acerca de las cosas que había oído de ella. Y adopté la actitud del mundo y me figuré que yo era lo suficiente maduro para dominar mis emo­ciones y mis deseos físicos. Empezamos a hacernos el amor el uno al otro. Para ella era una liberación, porque yo era alguien que cuidaba de ella por lo que ella era, no porque fuera una muchacha «fácil.» Para mí, era lo que yo de­seaba: relaciones sexuales sin compromiso de matrimo­nio a la vista. Nos hacíamos el amor de cuatro a siete ve­ces por semana. Nunca estábamos satisfechos ni el uno ni el otro.

Finalmente, ella se cansó de nuestras relaciones. No ha­bía más novedad, ni desafíos. El sexo era grande todavía, pero, ¿quién puede vivir sólo de sexo? Yo quedé completamente devastado. Realmente, la amaba.

El problema real era que yo había quebrantado los man­damientos de Dios, y me había unido físicamente a otra persona fuera de la santificación del matrimonio. ¿Puedes darte cuenta de que las relaciones sexuales te hacen una sola cosa con la otra persona? Perder esa persona es co­mo perder un brazo, o una pierna, o un ojo. Una parte del ser entero que eres tú se ha ido.

De alguna manera, misteriosamente, Dios ha creado una manera para que te juntes a otra persona físicamente, de modo que te unas a esa persona espiritualmente también. Tú empiezas a conocer cosas de su ser interior, que nun­ca conocerías de otro modo. Dios ha creado la relación sexual para practicarla dentro del matrimonio, de modo que puedas ser una sola cosa con tu esposa, de la misma manera que eres una sola con Cristo en los cielos.

Siete meses después de haber roto nuestras relaciones, ella me llamó para decirme que iba a tener un bebé. ¿Te das cuenta?

Yo tenía 19 años, ella 17. Ella ya había hecho arreglos para que el niño fuera adoptado, y los padres estaban listos para cuando llegara. Ella había dis­puesto esto porque supuso que yo hubiera deseado con­servar el niño. Si yo hubiera insistido se habría produci­do una batalla legal. Además, ella no quería tener su be­bé en el mismo pueblo con tantos amigos alrededor. Así que, ¿qué podía hacer yo? Yo tampoco deseaba arrastrar a mi familia en la discusión, ni destrozar las esperanzas de las personas que iban a adoptar al niño. Tampoco quería entorpecer más la vida de Terri.

Me di cuenta de que estaba recibiendo la vara de correc­ción de Dios. Quedé apenado y dolorido al ver que iba a nacer un hijo mío, y que yo no podría tenerlo, ni criarlo. El 2 de octubre de 1984 nació un varoncito que pesó casi 4 kilos.

Espero que Dios te abra los ojos con respecto a esto que me sucedió a mí. Yo todavía siento los mismos pode­rosos deseos sexuales. Pero reafirmo mi decisión delante del Señor, y el me da fuerzas para vencer el dolor y las pasiones intensas que corren por mi cuerpo. Yo no tenía necesidad de haber pasado por tantas aflicciones, si me hubiera mantenido fiel al Señor. Reserva tu cuerpo para la mujer que Dios ha escogido para ti. Y ten relaciones sexuales con ella sólo después que se hayan casado. Así recibirás las bendiciones de Dios, y no sus reprensiones.

Yo he sido un tonto. Tú no tienes por qué serlo. Ora sobre este asunto. Dios nunca te fallará, y nunca te olvidará.

Extracto del libro “Lo Que Deseo Que Mis Padres Sepan Acerca de mi Sexualidad”

Por Josh McDowell

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