LAS REACCIONES DE LOS NIÑOS ANTE EL DIVORCIO DE LOS PADRES

Según la etapa del desarrollo en el que el niño o la niña se encuentren al momento de producirse el divorcio de sus padres, estos van a tener diferentes reacciones. El recién nacido descubrirá la separación parental a partir de la ausencia física del progenitor que ya no vive con él. De los seis a los nueve meses de edad, un niño habitualmente responde con llanto cada vez que la madre abandona la habitación, y así descubre la ausencia. Un niño a estas edades ya es sensible al estado psicológico de sus padres, y esto puede favorecer el surgimiento de estados depresivos o de ansiedad que perturban la disponibilidad del adulto con el niño. Otra posible consecuencia es la perturbación del desarrollo psicomotor del niño, con lo cual disminuye su capacidad para explorar nuevos terrenos, caminar, jugar y controlar esfínteres. Puede presentarse también un retraso en la aparición del lenguaje por factores emocionales.

Cuando el divorcio ocurre a una edad un poco más avanzada, algunos niños cargan en sus espaldas con la culpa de que su familia se disolviera, creyendo que fue por el berrinche del otro día, o por no haber hecho la tarea, o no haber comido toda la comida. Creen ser responsables por el divorcio, y se preguntan sí el papá o la mamá se fue porque ellos hicieron algo que no debían.

Muchas veces estos niños temen quedarse solos y abandonados. Hay que recordar que en estas edades los padres constituyen el universo entero de los niños, y que la relación de pareja es el medio en el que ellos están cuidados y contenidos. Es común también que los niños pequeños esperen la reconciliación durante varios años.

También en estos casos pueden desarrollarse conductas regresivas, tales como orinarse en la cama, succionar el pulgar, hablar como un bebé, o portarse mal.

El divorcio produce en el niño miedo ante el derrumbe de la estructura familiar. Miedo de no ver más al padre que se va de la casa, o a que el otro también lo abandone. Miedo a que los padres dejen de quererlo. Miedo al rechazo. Tristeza, depresión, baja autoestima. Y enojo, que manifiestan golpeando o rompiendo sus juguetes.

Ya cuando los niños se encuentran un poco más grandes, en la etapa escolar, se dan cuenta de que tienen un problema que les duele, pero no saben cómo reaccionar ante ese dolor. Creen que los padres pueden volver a juntarse, y los presionan o realizan actos para favorecer la «reconciliación» que no conducen más que a un sentimiento de fracaso, o a problemas adicionales en la pareja. Muchos niños a esta edad idealizan al padre ausente y agreden a aquél con el cual conviven. También sienten que sus padres son egoístas por no haber conservado la familia, y que los han traicionado.

Los niños mayores pueden convertirse en «cuidadores» de un padre, generalmente del que ven más solo o más débil, o bien asumir un rol parental en el hogar. Ambas opciones son bastante desgastantes para el niño, emocionalmente hablando, porque en cualquiera de los dos casos estaría asumiendo un rol con demasiada responsabilidad para su edad, y además que no le corresponde.

Muchos niños pueden presentar llanto fácil, pesadillas, y dolor de estómago o de cabeza. Otros niños dicen que «todo está bien», negando la tristeza y la incomodidad, o inventan historias sobre el padre ausente. Otros pueden tornarse demandantes, para compensar lo que les falta. Y otros, tienen conductas manipuladoras y aprovechan los distanciamientos entre los adultos para satisfacer sus caprichos.

¿Qué puedo hacer yo como líder o consejero?

Como líderes, maestros, o consejeros, lo primero que debemos hacer es tomar en cuenta todas estas reacciones y consecuencias que podrían estar sufriendo los niños a la hora de enfrentar este tipo de realidades en sus vidas. Sabemos que lo ideal sería que los hijos crecieran al lado de su madre y de su padre, en un hogar lleno de amor y respeto mutuo. Pero la cruel realidad es que son muy pocos los hogares de hoy que tienen una sana convivencia. Hay millones de niños creciendo en familias distantes, llenas de resentimiento, de odio, o de agresión entre los padres, aun cuando estos permanezcan casados toda la vida. Y si no se puede evitar el desenlace de una pareja, recordemos que no es el divorcio en sí lo que les arruina la vida a los niños, sino el desamor de los padres.

Desde las iglesias, debemos esforzamos en poder ayudar a todos estos pequeños que están sufriendo por el divorcio de sus padres. No hay forma de impedir que sufran con la separación de sus padres, pero sí podemos ayudarlos a sanar sus heridas, y evitar, así, que este dolor se convierta en una desventaja que empobrezca sus posibilidades de vivir sanos y felices.

Extracto del libro Manual de Consejería Para el Trabajo Con Niños.

Por Esteban Obando y Autores Varios

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