El tumulto de los años de la adolescencia no sólo se trata de las actitudes y acciones de los adolescentes, sino también de los pensamientos, deseos, actitudes y acciones de los padres. Los años de la adolescencia son difíciles para nosotros porque tienden a hacer evidente lo peor de nosotros. Es en estos años cuando los padres se escuchan a sí mismos diciendo cosas que nunca pensaron que dirían. Los padres se encuentran a sí mismos reaccionando con acusaciones, manipulación por medio de la culpa, y ultimátums, respondiendo con un nivel de enojo que nunca pensaron que fuera posible. Es en estos años que los padres batallan con la vergüenza de estar relacionado con el adolescente que alguna vez, cuando era niño, fue la fuente de gran orgullo y gozo.
Es vital para nosotros confesar que la lucha de los años de la adolescencia no es sólo acerca de la biología y la rebelión adolescente. Estos años son difíciles para nosotros porque exponen los malos pensamientos y deseos de nuestro propio corazón. Hay un principio aquí que necesitamos reconocer. Mi madre lo dice así: «Nada hay que salga de un borracho que no estuviera allí desde el principio”. Estos años son difíciles para nosotros porque rasgan la cortina y nos exponen. Es por eso que las pruebas son tan difíciles, no obstante, son tan útiles en las manos de Dios. No es que cambiamos radicalmente en un tiempo de prueba. ¡No! Las pruebas exponen lo que siempre hemos sido. Las pruebas desnudan las cosas para las cuales, de otra manera, seríamos ciegos. Así también los años de la adolescencia exponen nuestra autojusticia, nuestra impaciencia, nuestro espíritu no perdonador, nuestra falta de amor servicial, la debilidad de nuestra fe, y nuestro deseo de comodidad y una vida fácil.
POR QUÉ PERDEMOS LAS OPORTUNIDADES
Recientemente estaba sentado en mi oficina con un padre que estaba tan enojado con su hijo que era todo lo que podía hacer para ser civilizado. No podía ver las tremendas necesidades espirituales de su hijo, para las cuales él, particularmente, había sido puesto por Dios para suplirlas. No había dulzura en su relación; ni siquiera había cordialidad. Había un distanciamiento tenso. En cierto punto el padre se puso de pie para hablar a su hijo acerca de su reporte de calificaciones. Caminó hacia la silla de su hijo y poniendo el reporte frente a su cara le dijo, «¡Cómo te atreves a hacerme esto después de todo lo que he hecho por ti!” Para él, las calificaciones malas eran una afrenta personal. No pensaba que esta era la manera en que debían ser las cosas. Estaba enojado con su hijo, pero no por su pecado en contra de dios. Estaba enojado porque su hijo había quitado cosas de él, que como padre valoraba mucho: su reputación como padre cristiano exitoso, el respeto que pensaba merecer, y la vida más fácil que pensaba lograr teniendo hijos más grandes. No tenía ninguna actitud de querer ministrar, no percibía la oportunidad que tenía, no estaba buscando ser parte de lo que Dios estaba haciendo en la vida de su hijo. En vez de esto, estaba lleno de la ira descrita en Santiago 4:2.
El cinismo cultural del que hemos hablado está basado en lo que nosotros pensamos que son los adolescentes y en lo que pensamos que está pasando en ellos. Tendemos a creer que hay poco que podamos hacer para lograr que estos años sean más productivos. En vez de eso, la cultura diría, necesitamos idear estrategias positivas de supervivencia que preserven la sanidad de los padres y la estabilidad del matrimonio, y que, en la medida de lo posible, mantenga al adolescente fuera de peligro causado por él mismo.
Sin embargo, ha sido mi experiencia que cuando los padres comienzan a reconocer, a tomar responsabilidad, a confesar y a arrepentirse de sus propias malas actitudes de su corazón y de las acciones que emanan de él, el resultado es una diferencia notoria en la relación con sus adolescentes y en la manera en la que perciben las luchas de los años de la adolescencia. Cuando vemos con preocupación los inminentes años de la adolescencia, necesitamos ver no sólo a nuestros hijos, sino también a nosotros mismos. Los padres que con humildad están dispuestos a cambiar, se ponen en posición de ser instrumentos de Dios para el cambio.
UNA MEJOR MANERA
Ya es tiempo que rechacemos venta al por mayor del cinismo de nuestra cultura respecto a la adolescencia. En vez de ser años de luchas sin dirección ni productividad, estos son años de oportunidad sin precedente. Son los años de oro de la educación de los hijos; es cuando comienzas a cosechar todas las semillas que has sembrado en sus vidas; es cuando puedes ayudar a tu adolescente a internalizar la verdad, preparándolo para una vida adulta productiva y que honre a Dios.
Estos son los años de las preguntas penetrantes, los años de discusiones maravillosas que nunca antes fueron posibles. Estos son los años de fracaso y lucha que ponen sobre la mesa el corazón verdadero de los adolescentes. Estos son los años de ministerio diario y de gran oportunidad.
¡Estos no son años para meramente sobrevivir! Deben ser vistos con un sentido de esperanza y misión. Casi cada día trae una nueva oportunidad para entra en la vida de tu adolescente con ayuda, esperanza y verdad. No debemos resignarnos a tener una relación cada vez más distante. Este es un tiempo para relacionarnos con nuestros hijos como nunca antes. Estos son años de gran oportunidad.
Extracto del libro Edad de Oportunidad
Por Paul D. Tripp