Cada vez más me convenzo de que sólo hay dos maneras de vivir:

  • Confiando en Dios y viviendo en sumisión a su voluntad y su señorío.
  • O tratando de ser Dios.

Hay muy poco en medio de estas dos opciones. Como pecadores parece que somos mejores en la última que en la primera opción.

Esta dinámica espiritual pega justo en el corazón de la educación de los hijos. La paternidad exitosa es la pérdida de control justa y ordenada por Dios. La meta de la educación de los hijos es lograr que, al final de cuentas, nos quedemos sin este trabajo. La meta de la educación de los hijos es que se conviertan, de personas que solían ser totalmente dependientes de nosotros, en personas independientes y maduras quienes con la confianza en Dios y con la conexión apropiada a la comunidad cristiana, sean capaces de pararse sobre sus propios pies.

En los primeros años de la paternidad, nosotros tenemos el control de todo, y aunque nos quejamos del estrés que esto acarrea, ¡nos gusta tener el poder! Un infante tiene muy poco para escoger, a parte de las funciones corporales. Nosotros escogimos su comida, su tiempo de descanso, la manera del ejercicio físico, lo que veían y escuchaban, a donde iban, quienes eran sus amigos, y la lista puede continuar y continuar. Sin embargo, la verdad es que desde el primer día nuestros hijos van creciendo en independencia. El bebé que antes no era capaz de dar vuelta a su cuerpo sin ayuda ahora puede gatear al baño sin nuestro permiso y jalar todo el rollo de papel. Este mismo niño pronto estará conduciendo lejos de casa hacia lugares muy fuera del alcance de los padres.

Esperamos que nuestros hijos sean como nosotros. A mí me gustan los deportes, jugaba en la escuela, y me gusta también verlos. Recuerdo la primera vez que mi hijo mayor Justin dijo que no quería ver un partido de fútbol americano conmigo. ¿Qué? ¿No te gusta el fútbol? Tenía ganas de decir, «¡Esto no está bien! ¡Te he enseñado para ser un aficionado de los deportes organizados! ¿Acaso no quieres ser como yo?”

O recuerdo cuando mi hija Nicole anunció por primera vez que no le gustaba la crema de maní. Casi era como si hubiera dicho que no le gustaba la Navidad o las vacaciones de verano. ¡Casi era como si hubiera algo mal teológicamente con ello! Determiné que la convencería de que la crema de maní era fantástica. ¡Antes de salir de esta casa ella tendría un compromiso profundo y duradero con el maní para untar!

¿Cuántos padres han luchado con los amigos que sus hijos han escogido? Sí, la elección de la compañía es un asunto muy serio, pero también es un lugar en que queremos ejercer control sobre nuestro hijo en proceso de madurez. La meta de la educación de los hijos no es mantener un control con mano dura sobre nuestros hijos en un intento de garantizar su seguridad y nuestro sano juicio. Sólo Dios es capaz de ejercer ese tipo de control. La meta es ser usados por él para establecer en nuestros hijos un dominio propio creciente a través de principios de la Palabra y permitirles que ejerzan círculos de elección, control e independencia cada vez más crecientes.

Con regularidad trabajo con padres que quieren retroceder el reloj. Piensan que la única esperanza es regresar a los días antiguos de control total. Intentan tratar a sus adolescentes como niños pequeños. Terminan siendo más como carceleros que como padres, y se olvidan de ministrar el Evangelio que es la única esperanza en esos momentos cruciales de lucha.

Es vital que recordemos que las verdades del Evangelio: Primero, no hay situación que no esté «bajo control”, porque Cristo rige sobre todas las cosas para el bien de su cuerpo, la iglesia (Ef.1:22). Segundo, no sólo la situación está bajo control, sino que Dios está obrando en ella haciendo el bien que ha prometido hacer (Ro.8:28). Así es que no necesito controlar cada deseo, pensamiento, y acción de mi adolescente. En cada situación él está bajo el control soberano de Cristo, que logra lo que yo no puedo lograr. Tercero, necesito recordar que la meta de mi paternidad no es conformar a mi hijo a mi imagen, sino a la imagen de Cristo. Mi meta no es clonar mis gustos, opiniones y hábitos en mis hijos. No estoy buscando que ellos tengan mi imagen, sino la de Cristo.

No podemos considerar los años de la adolescencia, con sus tumultos y luchas, sin antes mirar honestamente a lo que nosotros, como padres, traemos a la lucha. Si nuestros corazones están regidos por la comodidad, respeto, apreciación, éxito y control, sin darnos cuenta desearemos que nuestros adolescentes alcancen nuestras expectativas en vez de ministrar a sus necesidades espirituales. En vez de ver los momentos de lucha como puertas de oportunidad dadas por Dios, los veremos cómo irritantes que frustran y desaniman, y experimentaremos un enojo creciente hacia los mismos hijos a quienes estamos llamados a ministrar.

Extracto del libro Edad de Oportunidad

Por Paul D. Tripp

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