EL ÍDOLO DEL RESPETO

El padre ha tropezado con cada uno de los Discos Compactos de su hija. La ha encerrado en su cuarto cada noche, y ha compartido públicamente sus pecados con toda la iglesia en una reunión de oración. La ha abofeteado enfrente de sus amigos, y ha hecho de todo con tal de someterla. Nunca ha dejado de recordarle que él fue un adolescente ejemplar. En mi oficina, me dijo con gran energía y resolución, “Haré que me respete aunque sea lo último que haga”.

El respeto es lo que rige su corazón. Se ha convencido a sí mismo que se lo merece. Así pues, cualquier asunto se vuelve un asunto de respeto. Vio falta de respeto en lugares donde no había problema. La vida se convirtió en una serie de exámenes finales en los que nunca dio a su hija una calificación mejor que “5”. Consideraba como una afrenta personal todo el desarrollo, inseguridad y torpeza de su hija. No existía en su pensamiento ninguna dimensión vertical o espiritual. Veía a su hija no en términos de su relación con Dios, sino sólo en relación consigo mismo. No se veía a sí mismo como un agente para llevarla a un temor de Dios redentor de la vida. Su corazón estaba dirigido por la meta de que ella debía temerle y darle el respeto que pensaba merecer.

¿Es bueno el respeto? ¡Por supuesto! ¿Es algo que los padres deben buscar implantar en sus hijos? ¡Sí! Pero no debe ser lo que controle mi corazón o tomaré como personal lo que no lo fue, perderé de vista mi papel como representante de dios, y lucharé y demandaré lo que sólo Dios puede producir.

Tristemente, los ojos de este padre estaban ciegos al Dios que lo regía y al hecho de que su búsqueda de respeto, fomentaba exactamente la respuesta opuesta.

EL ÍDOLO DE LA APRECIACIÓN

Hemos estado allí cuando nos llamaban de la escuela. Hemos estado allí en la madrugada cuando tenían pesadillas. Hemos cambiado las sábanas de la cama que amanecían mojadas de nuevo. Hemos salido en pijamas a la farmacia con servicio de 24 horas para comprar medicina. Hemos hecho el pastel especial de cumpleaños con forma de patineta. Hemos limpiado el vómito de la alfombra de la recámara. Hemos estado en reuniones con el director de la escuela. Hemos pasado horas haciendo un volcán de papel. Hemos ido a miles de eventos. Hemos escuchado varios recitales dolorosos, hemos pasado miles de vacaciones memorables. Hemos caminado miles y miles de pasillos del supermercado para que las bocas sean alimentadas y los estómagos llenos. Hemos caminado por horas en los centros comerciales buscando ropa que esté “a la onda”. Hemos lavado suficiente ropa como para llenar el Gran Cañón. Hemos renunciado a nuestros sueños para poder pagar los instrumentos musicales y los frenillos. ¿Acaso no es tiempo de que nos muestren un poco de apreciación por lo que hemos hecho?

No puedo decirles cuántas veces escuché a mis padres recitar partes de esta lista, siempre con la misma moraleja. Parece ser tan lógico, tan inofensivo, tan correcto. Los niños deben apreciar a sus padres. No obstante, no puede ser nuestra meta el ser apreciados. Cuando se convierte en el motivo de nuestra vida, sin darnos cuenta buscaremos ávidamente ser apreciados en cada situación.

Los adolescentes no muy seguido irrumpen en la puerta al final del día y dicen, “¿Sabes que estaba pensando cuando venía hoy casa, mamá? Estaba pensando acerca de cuánto tú y papá han hecho en todos estos años. Han estado conmigo desde el primer momento de mi vida hasta ahora. En el camión estaba inundado de gratitud y sencillamente no podía esperar llegar a casa para agradecerte”. Si esto te ocurre, ¡erige un monumento de piedras como un memorial perpetuo, o enciende una flama eterna!

Muy pocos padres cuando iban a la cama escucharon llanto proveniente de la recámara de su hija adolescente y han tenido esta conversación. “¿Qué pasa mi amor?” “Oh, Estaba pensando en ti y en mamá, y en cuán ingrata he sido. Me siento tan culpable de no haberles apreciado más, y me he comprometido a demostrarles cada día que les aprecio”. Por el contrario, la tendencia de los adolescentes es estar mucho más llenos de orientación e interés hacia ellos que estar llenos con asombro y apreciación por otros.

Si los padres han olvidado su propia relación vertical con Dios al estar ministrando a sus adolescentes, si piensan que entre los padres y los hijos todo debe ser un contrato del tipo “yo sirvo, tu aprecias lo que hago”, tendrán muchas luchas con el desánimo y el enojo durante los años de la adolescencia. Justamente cuando los padres esperan que su hijo les dé un poco a cambio, éste parece ser más egoísta y falto de gratitud que antes. De nuevo, cada padre necesita preguntarse, ¿Por qué estoy haciendo lo que hago? ¿A quién estoy sirviendo? ¿Cuáles son las cosas que llegado a esperar y a demandar? ¿El deseo de quién rige los momentos de oportunidad con mis adolescentes – el mío o el de Dios?

Extracto del libro Edad de Oportunidad

Por Paul D. Tripp

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