LA FAMILIA COMO UNA COMUNIDAD REDENTORA
En el contexto de la familia se vive la vida con todas sus crudas realidades. Debido al pecado, la familia es un lugar de promesas incumplidas, sueños rotos y expectativas desilusionadas. El novio que parecía ser tan sensible y atento se convierte en el esposo distante y apático. La novia que parecía tan alegre y feliz se vuelve la esposa amargada y descontenta. El niño que parecía tan dulce y sensible se vuelve rebelde y distante. La pareja que juró que nunca repetirían las fallas de sus padres se dan cuenta que están diciendo y haciendo las mismas cosas que repudiaban.
Necesitamos afrontar el hecho de que las crudas realidades de la Caída son retratadas en la vida diaria familiar. Admitir humildemente esto nos abre a una de las funciones más maravillosas de la familia cristiana. Cuando con humildad enfrentamos la realidad de nuestra falsedad es cuando comenzamos a buscar y atesorar las riquezas de la gracia del Señor Jesucristo. A medida que enfrentamos nuestra necesidad como pecadores, la familia comienza a ser una comunidad verdaderamente redentora donde los temas de la gracia, perdón, liberación del pecado, reconciliación, vida nueva en Cristo y esperanza, se convierten en los temas centrales de la vida familiar.
Mientras escribía un capítulo de este libro, experimenté los temas de mi propio pecado: patrones de irritabilidad y comunicación áspera hacia mi hija adolescente. Cuando Dios revela el pecado, sólo existen dos reacciones para el cristiano. Una es generar algún tipo de sistema de autojustificación para hacer que nuestros deseos y conducta equivocados sean aceptables para nuestra propia consciencia. La otra es admitir tu pecado, confesarlo a Dios y al hombre, y colocarte de nuevo debajo la gracia justificadora de Cristo. Los padres que hacen lo primero no tendrán un hogar que funcione como una comunidad redentora. Inadvertidamente le enseñarán a sus hijos a esconder su pecado, a dar justificaciones de él, a negar su existencia, o culpar a otros. Los padres que hacen lo último enseñarán a sus hijos a descansar en Cristo, a confesar sus pecados y a creer que donde el pecado abunda, la gracia abunda aun más. Le enseñarán a sus hijos a crecer para ser gente de esperanza que han visto y creen que no hay foso tan profundo al cual la gracia de Cristo no pueda llegar.
La clave para tener familias funcionando como una comunidad redentora, donde el evangelio es el pegamento que une a la familia, son padres que confían en Cristo de tal manera que están listos y dispuestos a confesar sus faltas a sus hijos. A menudo, inclusive la manera en la que los padres hablan acerca de su niñez es alarmantemente farisaica. Ellos dicen, «En mi época, ni siquiera hubiera yo considerado…” Es fácil para los padres relacionarse con sus hijos como el fariseo orando en el templo diciendo, «Te doy gracias Dios que no soy como los otros hombres…” (Ver Lucas 18:9-14). Sin embargo, los padres que admiten su pecado se establecen como un modelo del Evangelio para sus hijos diariamente.
La ley de Dios revelará el pecado si no transigimos las normas de Dios al aceptar una norma humana y secundaria. La Escritura habla de la Palabra como una luz, como un maestro que nos guía a Cristo, como un espejo en el que nos vemos a nosotros mismos. A medida en que los padres fielmente mantengan la norma suprema de Dios, sus hijos comenzarán a ver su necesidad total de Cristo.
Recuerdo una noche que pasé junto al cuarto de mi hija y la escuché llorando. Entré y le pregunté qué le pasaba. Con lágrimas me dijo, «papá, no puedo hacerlo, no puedo hacer lo que me pides. Simplemente es imposible”. Le pedí que me explicara lo que quería decir. Me dijo, «Me dices que debo querer compartir con mis hermanos, pero no lo hago. Cuando me dices que les de algo mío, lo hago, pero lo odio y me molesto contigo por pedírmelo y con ellos por tomarlo. No quiero compartir, ¡lo odio! No es posible disfrutarlo”. Cuando dijo estas palabras irrumpió en llanto otra vez.
En su cuarto aquella noche estaba comenzando a experimentar algo maravilloso – el hecho de que no hay posibilidad de ser justos por medio de cumplir la ley. Comenzó a darse cuenta que en su propia fuerza, por el ejercicio de su propia voluntad, no podía obedecer a Dios. En su cuarto aquella noche comenzó a clamar a Cristo. Comenzó a ver que él era su única esperanza. Una lucha con el compartir que no fue cubierta por una solución cosmética se convirtió en el contexto en el cual fue revelado Cristo el redentor.
Cuando se mantiene en alto la Palabra como la norma para la familia, el pecado comenzará a ser revelado por lo que realmente es. Solamente entonces el mensaje de redención en Cristo tiene sentido. Los hijos orgullosos, que están a la defensiva, que buscan excusas y autojustificarse se convertirán en buscadores de la gracia, a medida que el Espíritu Santo obre a través del ministerio fiel de los padres que abandonan su propio deseo de comodidad y tranquilidad.
Extracto del libro Edad de Oportunidad
Por Paul D. Tripp