LA FAMILIA COMO UNA COMUNIDAD SOCIAL

Tal y como un adolescente necesita que enraicemos su identidad en el carácter y la existencia de Dios, también necesitan que enraicemos su identidad en la comunidad… Tristemente, debido al pecado, el conflicto es la norma en nuestros hogares. No me refiero a golpes o empujones, sino a personas teniendo problemas para llevarse bien. Vemos competencia en donde no debería haber, escuchamos palabras crueles, presenciamos actos egoístas y expresiones de enojo. El conflicto infecta muchos de nuestros momentos en familia. El conflicto existe porque, como pecadores, tendemos a vivir para nosotros mismos. Nuestro propio bien se convierte en el bien supremo y la gente a nuestro alrededor parece estar siempre estorbándonos en el camino.

¡Cuán diferente es la vida cuando la consideramos desde la perspectiva bíblica! La historia de Dios no es simplemente la historia de su carácter y su obra de redención; también es la historia de cómo llama a un pueblo para que sea el pueblo de Dios. Es la historia de cómo forma una comunidad de amor en donde se rompen todas las antiguas líneas divisoras de raza, género, nación y clase económica y el pueblo de Dios vive como «un nuevo hombre en Cristo” (Efesios 2:11-22). Una persona de éxito a los ojos de Dios no es sólo una persona que le ama, sino también alguien que realmente ama a su prójimo como a sí mismo.

No existe otro contexto más fundamental, disponible y consistente que la familia para enseñar lo que significa vivir en comunidad. La familia es una comunidad, y moldeará, consciente o inconscientemente, una perspectiva de lo que es una comunidad. La familia enseñará y modelará lo que significa amar al prójimo como a uno mismo o violará dicha norma en cada punto y enseñará a ser un individualista egocéntrico…

La familia es llamada a ser el contexto en el cual se enseñe conscientemente a cada momento lo que significa amar al prójimo como a uno mismo. Hay oportunidades a diario para enseñar no sólo a cumplir el primer gran mandamiento sino también el segundo. Al mismo tiempo, en el apuro frenético de nuestros itinerarios es muy fácil pasar por alto las oportunidades, imponiendo soluciones a la fuerza en vez de atender los asuntos del corazón.

Una madre y un padre me contaban cómo sus dos hijos adolescentes estaban peleando constantemente por estéreo en el cuarto familiar. Estas peleas se habían puesto tan feas que inclusive habían roto un mueble mientras luchaban por quien escucharía su disco compacto. La solución de los padres, la cual compartieron orgullosamente conmigo, fue establecer un horario semanal para que cada hijo use el estéreo. Ya no tenían ningún conflicto, y de esa manera se había resuelto el problema. Pero se habían perdido una oportunidad dada por Dios para hablar acerca de un asunto del corazón importante: amar a tu prójimo como a ti mismo. Al llegar a una solución humana y secundaria, estos padres se perdieron la oportunidad dada por Dios de iluminar el momento con la luz del segundo gran mandamiento.

Cristo, en Mateo 23, así llamó uno de los asuntos de mayor peso de la ley. Reprendió a los Fariseos por enfatizar los asuntos secundarios de la conducta mientras descuidaban los asuntos más fundamentales del corazón, como la justicia, misericordia y fidelidad. No obstante, los padres a menudo responden a una situación causada por problemas del corazón por medio de la imposición de alguna regla práctica. Esto crea una solución instantánea y situacional, no obstante, deja sin ser expuestos y sin cambio los asuntos más importantes del corazón.

Proverbios 20:5 dice, «Los pensamientos humanos son aguas profundas; el que es inteligente los capta fácilmente”. Debemos estar comprometidos a esto en nuestras relaciones. Cuando el egoísmo, el individualismo y las demandas crean conflicto, lucha y tensión en nuestros hogares, debemos agradecer a Dios por la oportunidad de tratar algo que él ha dicho que es secundario en importancia comparado con nuestra relación con él. Si en realidad estamos agradecidos, no optaremos por soluciones rápidas y superficiales, sino que laboraremos para poner al descubierto los asuntos del corazón que son la razón real del conflicto.

No existe un mejor lugar para hacer esto que la familia. Aquí los hijos son llamados por Dios para amar a la gente con quien viven y a quienes ellos no tuvieron la opción de elegir. Aquí no pueden escapar de las responsabilidades diarias de dar, amar y servir. Casi todo a su alrededor debe ser compartido. Así sus deseos estarán en conflicto con los planes de otro. Aquí enfrentarán la total imposibilidad de amar al prójimo como a uno mismo sin contar con la ayuda de Cristo.

¿Regla de amor o Regla de deseo?

La reacción de un adolescente hacia otros estará forjada por la regla de amor en Mateo 7:12. O su reacción será forjada por la regla del deseo de Santiago 4:1-2.

La familia es el contexto en donde el corazón verdadero del adolescente hacia las relaciones es expuesto consistentemente. Provee situación tras situación en las que se revela lo que rige al corazón. La pelea por la última gota de leche en el desayuno, el empujón en reacción al choque accidental en el pasillo, la discusión por el tiempo que se tarda en el baño, la discusión por la ropa prestada y nunca devuelta, el debate por quién usará el carro, la disposición para participar en el humor humillante, las demandas por ser ayudado acompañadas con una falta de disposición por ayudar a otros, la falta de disposición y participación espontánea en las tareas del hogar, la disposición de participar en un duelo de palabras crueles, y una millar de otras situaciones no deben ser vistas como las luchas crujientes de la vida familiar.

Estos son momentos en los que Dios nos está llamando a hacer algo más grande que nuestra propia comodidad y tranquilidad. Estos son los momentos en los que Dios nos llama a amar a nuestros hijos con un amor del tipo del segundo gran mandamiento, para que estemos dispuestos a tomar el tiempo para darles la educación sobre el segundo gran mandamiento que necesitan tan desesperadamente. En tales momentos, necesitamos ser gobernados no por la regla del deseo, sino por la regla del amor, no entregándonos a soluciones rápidas y superficiales que nos darán la tranquilidad que deseamos, pero que no forman en nuestros hijos el corazón de amor semejante a Cristo el cual Dios requiere de ellos.

Extracto del libro Edad de Oportunidad

Por Paul D. Tripp

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