La Biblia nos pide que seamos, espiritualmente, como niños. Ya siendo adultos, nos cuesta mucho entender a qué se refiere con esto. Pero la realidad es que tenemos mucho que aprender, como adultos, de los niños. Ellos pueden mostrarnos la esencia de cómo interactuar sin condicionar y, más aun, de cómo vivir, disfrutar y aprovechar cada momento. El objetivo principal de este tema es que podamos re-aprender que la forma en la que percibimos a los niños es la forma en la que ellos se van a percibir a sí mismos, y, por ende, la forma en la que van a interactuar con todo su entorno.

Comentario de Esteban Obando: Escucho en estos días muy a menudo a padres y madres diciendo: «Dejaré que el niño crezca y que entonces él mismo tome las decisiones mas importantes de su vida…» Y el resto de la gente asiente, como si estos padres estuvieran haciendo lo correcto porque le dan a su hijo o hija una gran «libertad». Pero, ¿nos olvidamos acaso que Dios nos dio a nuestros hijos para que les proveamos, no únicamente manutención material, sino también una formación integral que incluya todas las áreas de la vida?

Es innegable que los padres son responsables de que el niño coma bien, duerma bien, tenga abrigo suficiente, etc., etc. ¡Pero hay otras cosas en sus vidas que también requieren de la presencia y la guía paterna y materna! Aunque los padres de hoy en día quieran parecer muy «modernos», permitiéndoles a sus hijos tomar sus propias decisiones en todo, al final del día veremos que estos hijos decidirán basados en lo que han visto y escuchado de sus padres.

Nuestra influencia como padres abarca mucho más allá de lo material. También incluye lo moral, lo ético, lo emocional, y hasta los rasgos de personalidad de nuestros hijos. Si te gustan las analogías, puedes pensarlo como el alfarero en Jeremías 18. A pesar de que la interpretación habitual habla de Dios con el ser humano, bien podríamos verlo como un padre que le da forma a la vida de su hijo. Lo que debemos tener presente es que este barro un día llegará a secarse, y entonces ya no será posible seguir dándole forma. Mientras podamos, trabajemos con esa arcilla maleable, y asumamos la realidad de que aun la manera en la que percibimos a nuestros hijos tiene un fuerte impacto sobre sus vidas.

LA INFLUENCIA DEL ADULTO SOBRE EL NIÑO

Si los padres, y los adultos en general, entendieran el gran impacto que va a tener sobre la vida de un niño cada uno de sus comportamientos, cada una de sus palabras, y cada uno de sus movimientos, pensarían mil veces cada paso que dan.

El poder de las acciones cala más profundo en los niños que el de las palabras, aunque estas últimas no dejan de ser importantes. Me estoy refiriendo a los padres en una primera instancia, pero también a todas las figuras adultas que rodean al niño y que van a ser de impacto en su vida. El líder, el maestro, el consejero, todos se vuelven parte importante en la consolidación de la personalidad de los niños con los que trabajan. Por ende, todos ellos deben de prestar siempre mucha atención a sus propios movimientos, expresiones, palabras y acciones. ¡Nunca olvides esto! Nuestro proceder como adultos influye sobre la forma en que el niño se ve así mismo, y repercute también en cómo el niño se relaciona con su entorno.

LA FORMACIÓN DE LA AUTOPERCEPCIÓN

En lo personal, me gusta utilizar la palabra «autopercepción» y no solamente «autoestima», porque con este concepto pretendo englobar todas las áreas de sí mismo que debería el ser humano valorar y entender para poder validar que está hecho a imagen y semejanza de Dios. Y quiero empezar por este tema porque a partir de aquí se desencadenan muchas otras cuestiones en la infancia. La «autopercepción» es la forma en la que me veo a mí mismo como un todo y en todas las áreas de mi vida. En los cristianos, la «autopercepción» debería ser un constante recordar que somos un tesoro invaluable, y objeto del amor infinito de Dios.

Comentario de Esteban Obando: No en vano el profeta escribe: «Con amor eterno te he amado; por eso te sigo con fidelidad» (Jeremías 31.3). A veces me pregunto: ¿qué clase de personas somos para que Dios diga que nos ama eternamente? Este pasaje no busca que nos gloriemos, pero sí busca darnos una idea del valor que Dios ve en nosotros, y también en nuestros niños. Empecemos aceptando con humildad que somos personas valiosas por el amor que Dios nos extendió. Y recordemos que nuestros niños, aunque son pequeños, son igual de valiosos para nuestro Dios. ¡Ellos son un tesoro puesto en nuestras manos!

Extracto del libro Manual de Consejería Para el Trabajo Con Niños.

Por Esteban Obando y Autores Varios

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