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Hace unos años le escuché decir a John Stott: «Cada cristiano necesita dos con­versiones: una desde el mundo a Cristo y otra de nuevo al mundo pero con Cristo». Me quedé pensando…

Meses atrás hablaba con un grupo de líderes juveniles de una ciudad capital que cuando les dije que mi pretensión era reflexionar acerca de cómo establecer un ministerio juvenil posmoderno se les cayó la mandíbula. Me miraron con sopor y me hicieron recordar una historia de mi niñez. Cuando era chico mi mamá me leía muchos cuentos. Una noche me leyó una historia que incluía la palabra «terrícola», la cual me llamó mucho la atención y enseguida me la aprendí. Al día siguiente esta­ba jugando con uno de mis amiguitos cuando me acordé de la palabra y le dije: Tú eres un terrícola, mi amigo me miró y me dijo que yo era un estúpido. Me reí dán­dome cuenta de que él no sabía lo que significaba la palabra y le repetí: Tú eres un terrícola, puedes preguntarle a tu mamá. Él me miró aún más enojado y me dijo una mala palabra que es muy común en mi país. Ahí me enojé yo y fui a buscar a su mamá para que le dijera que él era un terrícola. Le dije: Señora, ¿cierto que Femando es un terrícola? Sin saber lo que ocurría, la madre se rió y mirándolo dijo:

Sí, claro. Mi amiguito se puso a llorar. Lo mismo estaban haciendo estos líderes. Nos guste o no la palabra, este es el tiempo que nos toca vivir. Por diseño de Dios vivimos en esta etapa de la historia humana y es a estas generaciones que nues­tros ministerios juveniles están enfocados. Los efectos malos de nuestra cultura debemos resistirlos con perspicacia espiritual, los efectos buenos debemos aprove­charlos y los códigos de esta generación es lo que debemos usar para dialogar con ellos. El conocido filósofo Voltaire solía decir: «Si quieren comunicarse conmigo tie­nen que entender mi idioma».

La historia del pesebre y la cruz es la historia más apasionante de la raza huma­na. Es la historia de Dios haciéndose hombre para hacerse relevante a una humani­dad que lo necesita. Con solo mirar las parábolas nos damos cuenta de que Jesús usó toda especie de códigos para resaltar su verdad. Pablo hasta usó el altar a un dios de un pueblo pagano para atraer la atención de una comunidad a Cristo (Hechos 17:22-24). Tu misión y la mía es la de levantar una generación de seguido­res de Jesús que deje atrás la mentalidad de «pueblo muy feliz escapando del cochi­no mundo» y entiendan que todo lo que son y hagan debe ser sacrificado para traer la luz del reino de Dios a la tierra. Una luz que no puede seguir abajo del almud.

Suma de proyectos

El mundo entero se sigue moviendo hacia una sociedad pluralista a la vez que integrada. La llamada globalización o «la gran aldea» tiende a disminuir las defensas ideológicas y acerca a las partes. Como ya vimos, así está ocurriendo con la iglesia. La arista eclesiástica de esta realidad dentro de los evangélicos se inició con la apa­rición de movimientos, pastores itinerantes, evangelistas masivos, paraeclesiásticas sin representatividad denominacional y medios de comunicación cristianos. Los jóve­nes criados en este clima histórico no tienen ningún interés en las diferencias denominacionales. Son ellos los depositarios de la esperanza tan añorada de una Iglesia unida. La integración de proyectos comparte recursos humanos, económicos, edilicios y estratégicos. Si una iglesia tiene a diez adolescentes y otra a dos cuadras tiene otros diez, ambos grupos deben entrar en contacto. Claro que cada iglesia no tiene por qué perder su perfil. Pero sí quiere decir que para que los adolescentes de cada barrio sean alcanzados más efectivamente con el mensaje transformador de Cristo es necesario que muchos grupos juveniles decidan trabajar de manera conjunta. Más y más se va a escuchar de redes de trabajo juvenil que están avanzando por todo el continente. De líderes juveniles que se dediquen de una vez por todas a acercarse al resto de los líderes juveniles de las iglesias de su zona o ciudad para planear activi­dades conjuntas y hacer un mejor uso de sus recursos. Es increíble el entusiasmo que generan estos ministerios juveniles que deciden dejar de encajonar su pensa­miento y empiezan a entrelazar energías para avanzar sobre una comunidad.

También hace falta que se sumen otros componentes de la iglesia como semina­rios y organizaciones que tienen algún nivel de profesionalidad en ciertos asuntos. Me gusta llamarlos movimientos proeclesiásticos conformados por iglesia locales, seminarios, oficinas denominacionales y paraeclesiásticas que aprenden a sinergizar fuerzas para levantar una ola que sacuda la sociedad en la dirección de Dios.

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