LA PRESIÓN DE SER ADOLESCENTE

Hoy en día vivimos tiempos de mucha presión. Y cuando digo presión no me refiero al tipo de presión que vivimos nosotros cuando fuimos adolescentes. Hoy las cosas son más extremas. El cuerpo está mucho más «endiosado» que tiempo atrás, y en ocasiones el tema del cuerpo, tanto en el hombre como en la mujer, es vivenciado como algo de vida o muerte. Nosotros no podemos comprenderlo, ¡pero los adolescentes lo viven así! Y esto tiene un costo altísimo, porque produce una presión en sus emociones que afecta directamente su autoestima y sus relaciones.

Por otra parte, una de las crisis más fuertes en la vida del adolescente tiene que ver con una crisis de espacios. Hoy los adolescentes no saben quiénes son ni cuál es el lugar que deben ocupar. ¡Justamente porque los espacios están desbordados! Los adultos se comportan como adolescentes, y luego les exigen a los adolescentes que se comporten como adultos, sin decirles (ni mostrarles) qué significa realmente ser adulto. Por eso es que hoy vivimos una crisis de espacios y de roles.

LOS MOVIMIENTOS DE RUPTURA Y MUTACIÓN

Existen dos fuertes acciones que podemos observar en la vida de todo adolescente: a una la llamaremos ruptura, y a la otra mutación. Es fácil identificarlas pues están permanentemente en sus acciones.

Por un lado, ¡el adolescente rompe, rompe y rompe! ¡Se la pasa rompiendo! Rompe todo lo que hemos sembrado en su vida, y rompe aquellos principios que creíamos serían eternos… Antes, de niño, respetaba y seguía las formas de comprender las cosas de los adultos, ya que los veía como autoridad y deseaba profundamente ser como ellos en el futuro. Pero llegó un tiempo en el que algo sucedió y eso se rompió. A partir de ese momento, todo lo que se le enseñó, lo rompió. Ahora discute, se rebela, se enoja por los comentarios que los adultos hacen sobre su vida y sus decisiones, y no tiene ganas de hacer nada de lo que para los adultos es importante. No tiene la más mínima intención de darles la razón, y todo lo fundado durante años, ahora no solo es puesto en duda sino que hasta es destruido sin ninguna contemplación. La ruptura es una de las características principales de la adolescencia. ¡Es una fuerza ingobernable para el adolescente!

¿Por qué un niño entraría en semejante empresa, que no le es gratuita? ¿Por qué esa necesidad de ensañarse contra los padres, los educadores, contra la ley y la autoridad y, sobre todo, contra los valores que se sembraron en él con tanto amor y cuidado?

Si a los adultos les gusta el silencio, los adolescentes ponen la música a todo volumen. Si a los padres les gustas cenar en familia, los adolescentes tienen cosas más importantes que hacer con su celular en lugar de estar conversando con ellos. Si a los profesores les agrada algo, seguramente los adolescentes harán justamente lo contrario. Los adolescentes discutirán insolentemente, estarán de mal humor, se quejarán si tienen que ir a una reunión familiar porque les aburre, pasarán siglos en su computadora sin dar ninguna explicación de sus acciones… Así, prolijamente, el adolescente comienza un plan para romper todo lo establecido. Y cuanto más rígidas sean las posturas, más enérgicas serán las rupturas.

¿Por qué todo esto? El adolescente rompe porque necesita ser adolescente. Rompe porque al romper está haciéndose dueño, por primera, vez de su propia existencia, tratando de construir algo por sus propios medios sin depender de que nadie le diga qué tiene que pensar y cómo.

Por eso rompe. Porque al romper a los adultos (y comprendamos por favor que esto no es nada personal contra la adultez) puede hacer algo nuevo que le pertenezca a él.

Por otra parte, sí es verdad, y debemos aclararlo, que justamente las características de estas nuevas generaciones es que sienten un impulso de romper aun aquellas cosas que no deberían romper, porque son las cosas necesarias para la subsistencia. Es decir, el problema es que, al romper, no jerarquizan. No protegen aquellas cosas que necesitarán en algún momento para seguir creciendo, como por ejemplo las relaciones, los proyectos, o incluso su propio cuerpo. El romper de la actualidad ha invadido incluso lo que era intocable en otras generaciones. Estas generaciones no protegen lo que deberían proteger, y lamentablemente en algún momento sufrirán por haberlo destruido…

Y DESPUÉS DE ROMPER… ¿QUÉ?

El adolescente no rompe solo por romper, sino que rompe para luego mutar. Es decir que, después de romper, podríamos decirlo así, transforma lo que rompió, lo sublima, lo reconstruye, y así, y solo así, se confirma, se entiende a sí mismo, lejos de los adultos.

La función de la mutación es importantísima, ya que luego de romper, el adolescente deberá hacer algo con lo que rompió. Esto significa que deberá, con mucho trabajo, juntar los pedazos de lo que ha desintegrado para llegar a construir algo que lo haga sentir que puede.

El adolescente desea salir de las enseñanzas de la familia, de depender de ciertas lógicas que se le han impuesto, para hacerse cargo de construir las propias. A esto llamaremos la salida de lo endogámico (familia) hacia lo exogámico (sociedad). Por eso se podrá observar que, en el tiempo de la mutación, los comentarios de los amigos serán más importantes que los de los propios padres. Rompe con la manera de entender la vida que le inculcaron desde pequeño, para tener él mismo que hacerse cargo de crear una forma de comprender la vida según su propia visión de las cosas. Este es el momento en que los valores, los principios y hasta la fe, son puestos en duda para ver si son ciertos o valiosos.

Cuanta mayor capacidad tenga de mutar, mayor cantidad de elementos dispondrá para crear sus propios criterios que le servirán para «hacerse cargo de sí mismo». Pero siempre este momento es vivido por el adolescente con mucho malestar, y no debemos nosotros los adultos hacérselo más difícil de lo que ya es.

Extracto del libro “Manual de Consejería Para el Trabajo con Adolescentes”

Por Adrian Intrieri.

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