Pasaje clave: Lucas 15:30

Para este hijo, la misericordia es sinónimo de injusticia. Como para muchos de nosotros. No logramos entenderlo. No estamos preparados para comprender que la misericordia triunfa sobre el juicio.
En el versículo anterior se enfoca en la supuesta falta de amor del padre hacia él. Su dureza de corazón le impide ver el amor con el que es amado. Sus ansias de ganarse “la vida” le han vuelto insensible ante el abrazo del padre.
Para él, su padre ha sido mezquino, alguien que no ha dado lo suficiente. Con el poder para hacerlo no ha sido suficientemente bueno. Por lo tanto, el padre no es bueno.
Dios no es bueno. Si permite que me pase todo esto, que no merezco, Él no es bueno.
Y este es el discurso del hombre, orgulloso frente a Dios, sabiéndose hijo legítimo y exigiendo sus derechos por el trabajo realizado, por su dignidad y posición. Nuestras ansias de ganarnos “la vida” nos han vuelto insensibles ante el abrazo del padre.

Y ahora, el discurso sigue, y se hunde. Se ensucia y se enfanga. Más allá del reproche, comienza una oración aún más triste, pues la falta de confianza en el amor de Dios, al mirar a otro, genera envidia. Nosotros somos los que lo merecemos pero otro recibe más.
Cuando esto ocurre, el agravio comparativo nos gobierna. Y todo se echa a perder. Estamos perdidos.
Y aquel Caín que todos llevamos dentro resurge para envidiar a nuestro hermano pequeño, el que vino y nunca tenia que haber vuelto.
Este que para mí ya no tiene ni nombre, lo desprecio, no me asocio con él, no es nada mío, no es mi hermano, es tu hijo. No pidas que lo entienda. Es injusto.
Y es esa envidia la que le lleva a odiar al prójimo ¿Acaso soy yo guarda de mi hermano?
No es consciente de que la queja y la expresión de lo que él entiende como injusticia, aunque pretende obtener
atención y llevar la razón, produce en los demás rechazo y más aislamiento. Caín se quedó solo y lejos, por envidia.

Y este hermano mayor quiere destruir al pequeño. Y le atribuirá más maldad si cabe.
Delante del padre le acusará de que ha consumido tus bienes con rameras,
¿Cómo lo sabe? El texto no lo dice, pero él desearía que sí. Que hubiese hecho lo peor de lo peor. Que quedase claro que el padre no ha visto realmente quién es. Si supiera quién es la que le lava los pies…
Y entonces, nuestras inseguridades nos convierten en acusadores del prójimo.
Siendo de la casa, llamados a justificar, a sanar y a abrazar, para ser como el padre, decidimos dedicarnos a acusar, a señalar, y cuanto peor sean, mejor para nosotros.
Más razón tendremos, más satisfacción personal por nuestra supuesta perfección. Y más temprano olvidamos nuestra miseria, acusando a otros miserables. Podemos esconder detrás de la paja en el ojo ajeno una viga monstruosa en nuestro corazón. Siempre y cuando prestemos atención solo a los errores de los demás. Mira lo que he hecho y él no. Mira lo que ha hecho y yo no.
Rameras, el énfasis es de desprecio. Desprecia la vida de su hermano y su contexto, desprecia a todos. “Es mucho peor que yo, y tú lo tratas mucho mejor que a mí”.
Porque este hijo tiene un problema. No ama.
Es incapaz de amar, porque no se sabe amado. Y cuando uno no ama, solo tiene miedo, duda, desprecia, acusa, juzga, sobretodo a Dios.
Has hecho matar para él el becerro gordo.
Sí, Dios hace cosas buenas, pero no a mí. Por lo tanto es injusto, he hecho bien en no confiar en él. Esa es la consecuencia natural de los pensamientos del hermano mayor. Y así reafirma su posición de autojustificación.
El recelo le gobierna.
¿Por qué ha hecho matar el becerro gordo si él no lo merecía y YO sí?
En esta pregunta está la mentira que lo tenía atrapado.
Porque el hijo menor no lo merecía, pero el mayor tampoco. Los fariseos que escuchaban esta historia de boca de Jesús se creían superiores a los publicanos y pecadores del versículo 1, sin saber que formaban parte del mismo colectivo. De aquellos que necesitan la gracia de Dios urgentemente. Porque el amor de Dios es para el mundo (Juan 3:16), su sacrificio es para el mundo, no para unos pocos privilegiados, es para todos, también para hermanos mayores autosuficientes. El becerro gordo también era para él, pero no era consciente. Si hubiese querido, ese día podía comer abundantemente de la mesa, pero se resistía a alimentar su alma de
la misericordia abrumadora y extravagante del Padre que se extendía hacia él.
Y por eso la historia no acaba aquí.

PARA VOLAR
1. ¿Qué tal está tu vida de quejas, juicios y culpar a otros?
¿Qué nivel de murmuración, pensar lo malo del vecino y condenar corre por tus venas?
Hazte un autoexamen lo más sincero y profundo que puedas.
2. Piensa en 2 o 3 de tus defectos, debilidades o inseguridades más repetitivas y dolorosas.
¿Piensas que afectan al modo en que piensas sobre los demás?
¿En qué forma?

Extracto del libro «Perdido»

Por Alex Sampedro

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