Pasaje Clave: Lucas 15:8.

¿O qué esperabas de Jesús? Él es capaz de llevarnos sin demasiada transición de una historia a otra. De nuevo comienza con una pregunta sugerente porque las parábolas fueron creadas para ser escuchadas y para generar una respuesta en nosotros.
Y nos llama mucho la atención, quizá más que la anterior porque esta vez nuestra protagonista es una mujer.
Y esto es rompedor. Porque si el pastor era una metáfora para hablar de un Dios que busca, ahora la comparación es culturalmente más arriesgada. En esta parábola, Dios es una mujer.
Respira. En el antiguo testamento encontramos referencias a Dios como pastor, el Salmo 23 o Ezequiel 34. Pero también encontramos comparaciones de Dios como mujer en Isaías 66:13, Oseas 11:4 y otros. O en las connotaciones que quizá tiene El Shadday. Y sin querer decir más de lo que estoy diciendo, Jesús usó esta comparación y eso la convierte en lícita para nosotros.
Porque al fin y al cabo, “varón y hembra los creó, a imagen de Dios los creó”. A los dos.
La situación no parece espectacular, esta vez no son 100, ni siquiera son seres vivos. No describe a la mujer, ni la casa, ni lo que había en ella, solo los elementos necesarios para la historia. El texto, adelantándose al minimalismo del siglo XX nos dice solamente que tiene 10 dracmas, que en principio eran las monedas equivalentes a los denarios, cuyo valor era más o menos el sueldo de un día. Tampoco era una fortuna. No debemos imaginar que las tenía en un monedero o un cofre. Estaban como mucho en un pañuelo, y quizá formando parte de un adorno de bodas, donde la novia ponía en su cabeza “monedas hiladas” como en una red en señal de dote. Algunas jóvenes que se iban a casar en aquella época se ponían muchas, y podían usarse tiempo después en caso de extrema necesidad. Pero se guardaban no solo por su valor económico, sino también sentimental. Puede que esta redecilla de nuestra protagonista no fuera espectacular, pero era la suya. Algunas novias se ponían hasta doscientas alrededor de su cabello para demostrar su valor. Pero esta casa no era el hogar de gente con recursos económicos, su red de monedas, con solo diez dracmas, reflejaba una situación humilde. Pero para ella, ese conjunto de monedas tenía un valor simbólico incalculable. Y si pierde una dracma, no nos sorprendería que la buscara con ahínco.
Esta vez el porcentaje de pérdida es mayor. Ahora es 1 de 10. Y en este caso me encanta el matiz de que las otras 9 sin la que se ha perdido no están completas, ya no son el recuerdo de su boda completamente, solo una parte.
No ha extraviado solo una moneda, sino un conjunto que tenían un valor entrelazado.
¿Cómo se habrá perdido esa moneda? No lo sabemos. Tal vez se las volvió a poner en la cabeza y sin querer una se le cayó. No importa demasiado. En cualquier caso, la moneda no puede estar muy lejos.
Está en la casa, en un lugar que pertenece a la mujer, pero si ella no la encuentra, aunque esté en su casa, está perdida.
Los oyentes de Jesús se han puesto en el lugar de la mujer, esas monedas son algo cotidiano en la vida de muchos y entienden perfectamente el valor que tienen para Ella.
La dracma sigue valiendo el salario de un día, pero si no es encontrada no sirve para nada. Además, junto a todas las demás, no es solo una dracma, es muchísimo más. Y espero que entiendas que estoy hablando de nosotros, de ti y de mí.
Puede que como seres humanos, creados a imagen de Dios, tengamos un valor, pero perdidos no valemos nada a menos que haya un observador que quiera buscarnos por alguna razón. Entonces lo perdido se convierte en un tesoro. Además estamos en su casa, le pertenecemos, este es su universo, y Él sigue siendo Señor de su creación. No estamos fuera de su jurisdicción, por muy lejos que creamos que estamos.
Estamos en su habitación, pero tirados por los suelos. Pero si no nos encuentra solo seremos un objeto perdido, y nada más, y no me gustaría ser algo de valor que con el paso del tiempo (y piensa en mucho tiempo, una eternidad o dos) solo me lleno de polvo hasta que al final quedo enterrado, para siempre.
Una moneda que olvidada en tierra pierde la imagen grabada del que la acuñó y se convierte en un metal que durante un tiempo valió el esfuerzo de un día de trabajo, pero ya no. Esto es importante porque estoy hablando de nosotros, de ti y de mí.
Además, cuando estamos en Él, ya no somos tú y yo, somos su cuerpo, nosotros, somos su novia, y eso es mucho más que ser yo. El conjunto es mucho más que la suma de las partes. Piénsalo.
La casa, de una sola estancia, quizá esté llena de objetos, o desordenada. Si es de noche no se ve nada, si es de día, tampoco entra mucha luz por las pequeñas ventanas que tenían en aquella época, si es que había más de una. Así que la mujer toma el aceite y enciende la lámpara, para ver, para alumbrar la casa, el suelo, y buscar la moneda.
En la oscuridad, las cosas se pierden, es más fácil que algo se pierda si no hay luz suficiente.
Con la luz las cosas se encuentran. Porque para ser encontrado tengo que ser visto, y para eso tengo que estar en la luz. Su Espíritu Santo nos alumbra, Su Palabra trae luz a nuestra vida y revela dónde estamos y cómo estamos. Sin su Espíritu enfocado en nosotros seguiremos perdidos, sucios, y ni siquiera lo sabremos, porque está oscuro. Él ha venido para alumbrarnos, convencernos de nuestra “situación” y ubicarnos. Para decirnos que estamos por los suelos pero que tenemos un valor incalculable.
Y este es el mensaje paradójico, aparentemente contradictorio, del evangelio.
No valemos, estamos perdidos, pero tenemos valor, un valor incalculable. Y Solo la luz de su Espíritu Santo puede enseñarnos esto. Gracias
a que Él alumbra nuestro entendimiento somos conscientes de que nos hemos caído, estamos perdidos, pero a la vez descubrimos que tenemos un valor, dado por la mujer que ha decidido buscarnos. Porque su Espíritu Santo busca, alumbra y barre la casa, y para hacerlo la mujer irá de cuclillas, cerca del suelo, casi de rodillas, con un trapo, una escoba improvisada de ramas secas, repasando cada rincón de su hogar, inspeccionando los lugares más recónditos, debajo de la mesa, entre las pieles, quizá aprovechando para ordenar la casa, porque el desorden ayuda a que las cosas se pierdan. Lo sé.
En una mano luz, con la otra limpia y remueve. Alumbra y limpia, alumbra y barre, aquí y allá, en una danza de inquietud y trabajando por recuperar su dracma. Porque su Espíritu hace eso, la Palabra es su herramienta, alumbra y limpia y se mueve por su casa. Es inquieto. Como el aire, no sabes de donde viene ni a donde va.
Y busca con diligencia porque Dios es insistente. Dios es movimiento, es Espíritu. Dios no descansa, porque esta mujer es como el buen pastor, porque sus corazones laten a la vez y son uno solo, porque son distintas personas pero la historia es la misma, por eso no se rinden.
¿O dudas de que Dios cuando busca una vida no se detendrá hasta encontrarla?
Porque es diligente, porque es su dracma, y conoce su casa como nadie. Su universo.
De repente ve un destello en el lugar más inesperado, sí, está casi enterrado, pero aún tiene algo del brillo que tenía en su cabeza aquel día. Se acerca con la lámpara y barre y aparta la escoria que la rodeaba, la toma en su mano. La ha encontrado, y a la luz del candil la moneda brilla en sus pupilas. Esa moneda era idéntica a las otras, pero al haberse perdido se convierte en una moneda especial. Subjetivamente más valorada por esa mujer. Y por lo tanto, diferente y única. La moneda adquiere un nuevo valor, ahora es “la encontrada”. Un valor añadido, sin duda, al menos para esa mujer.
Cualquier observador diría que las diez monedas son iguales. Pero no para la mujer. No para Dios.
Cualquiera diría que yo soy uno más, y tú también, que todos somos iguales, y puede que objetivamente tengan razón. Pero no para la mujer. No para Dios.

PARA VOLAR

1. ¿Qué tiene o es esa dracma que le da valor para la mujer?
¿Por qué crees que el ser humano tiene valor para Dios?
2. ¿Cómo puede Dios encender la lámpara de tu vida?
¿Hay algo que puedas hacer para colaborar? Seamos prácticos, haz una lista de sugerencias.
3. Tomando el ejemplo de trabajo de esta mujer ¿Qué estancias de tu vida necesitan orden?
¿Qué te impide ponerte manos a la obra? Traza un plan específico para ordenar al menos un cuarto.

Extracto del libro «Perdido»

Por Alex Sampedro

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