Pasaje Clave: Lucas 15:7.
Todo vuelve a su cauce pero el río no será el mismo. Y entonces Jesús nos lanza a la conclusión de su primera parábola. Un primer movimiento que como una buena sinfonía barroca empieza con un “allegro ma non tropo” y un final que espera algo más. Casi una semicadencia, algo inconcluso.
Os digo con total seguridad que Dios no necesitaba salvar a esa oveja, tomarse tantas molestias por mí, pero aún así me amó y me perdonó. Y eso me causa gozo, sin duda. Un gozo que se sitúa entre conocer el amor de Dios y a la vez no entender del todo los porqués. Una tensión que no resuelve. Solo crece en expectativa. Maravillado, saboreando la verdad, acariciándola, pero sin terminar de poseerla, como perseguir a la novia, y tomarle la mano, robarle un beso, gozo y disfrute en la búsqueda de la belleza.
De ella. Sin que sea tuya, más bien al revés. Pero al final de la historia no son el gozo y la alegría de la oveja los protagonistas. Porque Jesús no quiere mostrarnos cómo siente esa oveja, sino cómo siente el pastor. Quiere enseñarnos sin complejos el corazón de Dios. Abrir las puertas de los cielos de par en par.
Y ahí, en ese lugar íntimo, encontramos que habrá más gozo.
Esta concepción de su corazón puede romper algunos paradigmas que tenemos respecto al carácter de Dios. Él no solo actúa para ser justo, para mostrar amor o poder. Sé que Él es perfecto, pero de alguna manera difícil de entender para mi mente limitada, en el cielo hay un gozo creciente, y cuando Dios actúa salvando, cuando una oveja no solamente es suya sino que es salvada, hay más gozo. Él tiene ¡más gozo! Dios se siente feliz al salvar y tener esa capacidad ¿No es increíble?
¡Por un pecador que se arrepiente! Hemos leído y escuchado tantas veces esta frase que ha perdido por el uso toda la magia y el impacto inicial que debería generar en nosotros.
El Dios del universo, que tiene las galaxias a sus pies y miríadas de seres adorándole, permite que su gozo sea afectado por el cambio de un solo ser humano que reconoce en Jesús su pastor, que entiende que estaba perdido pero que Dios lo ha encontrado. Sublime.
Podríamos estirar la parábola. 100, 1000, 10000 ovejas, da igual. Jesús habría dejado un millón de ovejas con tal de buscarme a mí. Hasta encontrarme.
Y es en ese ancla en forma de cruz donde tengo mi autoestima y valor como ser humano. La iniciativa de Dios de dejarlo todo por rescatarme me asigna un valor eterno e imperecedero.
Y mi corazón solo puede dar gracias, y compartir el gozo que Dios siente, por mí. Y eso, al final, es mi verdadero gozo.
El valor eterno que tengo como ser humano deriva del impulso de un Dios que me ha amado desde la eternidad, y esto ya es demasiado para mi mente limitada por el espacio-tiempo.
Pero aún hay más. Porque su alegría “ha crecido” de una manera comparativa. Porque por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento Dios también se alegra. Pero no “tanto” como por la perdida.
Y sé que ando en un lugar donde las palabras se quedan cortas, porque su persona sobrepasa todo entendimiento y llego a una frontera de su Ser donde por el momento solo puedo tantear. A trasluz.
En cualquier caso hay de nuevo dos teorías para explicar esta frase.
Por un lado, es cierto que entre los oyentes hay fariseos y escribas que se creen justos. Y quizá Jesús está dándoles un toque de atención, haciéndoles ver que no son los favoritos de Dios y que aunque crean que no necesitan de arrepentimiento están equivocados y Dios de alguna manera los rechaza por creerse justos y su interés solo es la perdida. Quizá les acusa de que no saben que necesitan de arrepentimiento y esa es la enseñanza que hay detrás.
Aunque esto pueda ser verdad, creo que es hacer que el texto diga demasiado. Porque las ovejas de la historia sí eran obedientes, no se habían escapado, no fueron rebeldes como nuestra protagonista. Incluso se quedaron donde el pastor las dejó, en el desierto, esperando a que volviera. Buenas ovejas. No necesitaban de arrepentimiento. Los fariseos aparecerán personificados en un cuadro más dramático, en el momento álgido de la última parábola. Por el momento no es necesario que entren a escena. Dejémoslos tranquilos.
Pero las noventa y nueve ovejas están ahí. Eran suyas, siempre lo fueron. Y eso, como digo, es motivo de gozo. Porque Dios tiene gozo al saberse el dueño de las ovejas, el propietario, el Señor. Y Él, ciertamente, es el Señor de todas las ovejas. Las 100 de la historia. Habrá un día que toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Jesús es el Señor. Y no puede dejar de serlo. El es el “Kurios” de todo. Las rodillas ateas, agnósticas, musulmanas, cristianas, hindúes, de cualquier etnia, clase social, cultura, nivel intelectual, corte político o tendencia sexual un día se arrodillarán, todas, sin excepción.
Porque Él es el Señor. Y no puede dejar de serlo.
Pero aún siendo el Señor de todos, la realidad es que no es el Salvador de todos. Quiere serlo, potencialmente lo es, pero la realidad es que no lo es. Porque nosotros, de una manera también difícil de asumir y comprender, podemos evitar su amor, nuestra libertad forma parte de su grandeza. Porque en definitiva somos responsables de habernos perdido.
En el cielo hay más gozo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento…
En el cielo hay más gozo cuando Dios rescata a un pecador, que teniendo siempre noventa y nueve justos bien guardados… En el cielo, y por lo tanto en Dios, hay más gozo.
Jesús es el Señor, pero aún así Dios sigue en su empeño porque Él “tiene” más gozo siendo el Salvador que siendo el Señor.
Él fue siempre Señor, pero ahora se nos revela como el Salvador, y lo que era para muerte y tristeza, produce ahora más gozo. Solo Dios es capaz de hacer algo así.
Del barro hace al hombre. De un pecador que se arrepiente brota un cielo que crece en gozo constantemente. De una pérdida genera un encuentro maravilloso. Su última revelación, el nombre final que Él nos mostró, pero que llevaba aguardando desde antes de la fundación del mundo. La magia aún más insondable de Narnia que nos muestra a Aslan haciendo justo al injusto, encontrando el corazón del que se perdió.
Él es Jesús, Yeshúa.
Su nombre favorito. Jah Shua: el Señor es el que salva.
Él me ha salvado.
PARA VOLAR
1. ¿Qué enseña Dios de sí mismo al gozarse de una manera tan efusiva cada vez que un pecador se arrepiente?
¿Cómo es Él?
2. ¿Qué significa para ti hoy que Jesús es Señor de tu vida?
¿Se refleja de algún modo, se hace real en tu día a día de alguna manera tangible?
3. ¿Te ha salvado Dios? ¿Cómo lo sabes? ¿Cómo te sientes al respecto?
Extracto del libro «Perdido»
Por Alex Sampedro