Esta profecía es la palabra del Señor dirigida a Israel por medio de Malaquías. (Malaquías 1:1).

Es el último personaje del Antiguo Testamento. Es la última historia antes    de un silencio divino de cuatrocientos años. Último nombre que la Biblia presenta, antes que el Cielo nos dé tiempo para pensar en todo lo que nos ha dicho. Dios no habla sin parar, Él sabe guardar silencio para que nosotros podamos pensar, reflexionar y actuar en consecuencia. Él nos da tiempo para entender lo que nos dijo, para que lo podamos asimilar.

Entre las muchas lecciones que Malaquías nos presenta, me gustaría que meditaras en una frase que está escondida en el libro, y que abre un horizonte colorido y luminoso para nuestra vida espiritual,

Malaquías es el profeta que llama a Jesús el «Sol de justicia”. Te confieso que siempre pensé que había sido Isaías o Jeremías o algún apóstol; nunca imaginé que quien discute con el pueblo de Israel por su miopía espiritual, también fuese el autor de esa frase. Pues, aunque te cueste creerlo, podrás encontrarla en el capítulo 4, versículo 2.

Cuando pienso en Cristo como el Sol de justicia, el concepto de luz aparece bien claro en mi mente. Luz que tiene la virtud de acabar, en el mismo instante en que irrumpe en su espacio, con las más profundas tinieblas. Eso sirve para la noche más oscura, que termina cuando esta aparece, y para el espacio más cerrado, que se ilumina por su presencia.

Cristo fue claro al decir que nosotros somos la luz del mundo. Pero para poder cumplir nuestra misión necesitamos de una fuente externa, porque no te­nemos esa potestad. Estamos limitados a transmitir la que recibimos, a reflejarla.

¿Te das cuenta? Si no estás en contacto con el Sol de justicia, nunca podrás iluminar la vida de nadie; nunca podrás ejecutar el mandato divino. Tu razón de existir se vacía, si el Sol de justicia no te ilumina.

En un mundo de injusticias como el que le tocó a Malaquías (¡tan parecido al nuestro!), pensar en el Sol de justicia iluminando, guiando y trayendo salud (también espiritual) a sus hijos es una bendita esperanza, que (naturalmente) ocupa el corazón y lo llena de alegría, de paz y de tranquilidad. Da a la vida brillo y esplendor; nos lleva directo al Trono de la Luz.

Extracto del libro 365 Vidas

Por Milton Bentancor

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí