Pasaje clave: Lucas 15:32.

La última frase del padre es una explicación. El padre no tiene porque dar explicaciones de lo que hace a nadie, y menos a un hijo que no quiere entender, que tiene el corazón endurecido, mas este padre, en su misericordia, sí lo hace, porque quiere que su hijo comprenda qué motiva sus acciones.
Dios no es arbitrario, tiene razones para hacer lo que hace, la razón es el amor. Y es por amor que le era necesario hacer fiesta.
¡Necesario! Porque Dios es amor, es necesario celebrar que el ser amado regresa. La fiesta es necesaria. Es una necesidad lógica del resultado de todo lo que Dios está haciendo. En nuestro vocabulario y quizá también para Jesús, si tuviéramos que describir el cielo con una palabra, sería sin lugar a dudas la palabra “fiesta”.
Con todas las de la ley: baile, música, ruido, risas, comida y bebida, provocadas por una felicidad desbordante,
como en las buenas bodas. Porque la invitación del cielo es a unirnos a la felicidad que Dios siente y regocijarnos, una vez más el gozo es el resultado, el gozo es la meta, el gozo marca el ritmo de las historias, el gozo nos dice que estamos llegando al final. Porque el final de la historia de Dios, es gozo. Y Jesús quiere recordárnoslo.
Quizá quiere recordárselo a sí mismo: “por el gozo puesto delante de Él, sufrió el oprobio.”
Por el gozo que alumbra el final, vale la pena la historia, la búsqueda. Y no es gozo solamente sentido, interno. Es una alegría eufórica, un gozo incontrolable que debe ser compartido. Un gozo desbordante de un corazón que se desborda porque ama de maneras ilimitadas y Dios no puede contenerse.
Él se regocija, con otros. Con nosotros. Gozo.
Y de nuevo señala el objeto que le ha provocado la alegría: este tu hermano, sí, recuérdalo bien, no solo es mi hijo, es tu hermano que ha vuelto, y quiero que seáis hermanos.
¿Te imaginas el gozo que eso produciría en ese momento?
¿Si el hermano mayor reaccionase recapacitando y yendo a abrazar al que había vuelto? ¿si decidiese compartir el gozo que ya había en el lugar? Habría aún ¡más gozo! Se multiplicarían las alegrías, la casa estallaría de felicidad. Qué gran final podría ser.
Tenemos el alma en vilo, el padre quiere hacer partícipe a su hijo mayor de la realidad de lo que está ocurriendo. Lo quiere sacar de su ensimismamiento, del engaño de los méritos propios. Y repite la misma idea que dijo a sus criados: era muerto y ha revivido, la alegría de la resurrección. No hay mayor milagro.

Sí, desde una perspectiva, el hijo ha vuelto por su pie, pero desde otro punto de vista es como si hubiese estado muerto y hubiera resucitado. Un Lázaro que oye la voz de la Vida, de la Verdad, que estaba muerto en sus delitos y pecados y de manera inmerecida vuelve a respirar el aire del verdadero hogar.
Y finalmente se había perdido, y es hallado.
Razón suficiente para el corazón de un padre que no quiere que acabe la celebración. Una frase sublime, que resume mi vida, la tuya, la de aquel que escucha, la Historia de la humanidad. Estaba perdido y es hallado. Tan sencillo y extraordinario. El resumen de la Escritura desde Génesis 3 a Apocalipsis 22.
Y aquí acaba la historia ¿o no? ¿Qué pasó después? No lo sabemos. Quiero imaginar que el hermano mayor volvió en sí, y fue a abrazar a su hermano pequeño convencido por el discurso de su padre, tan paciente y comprensivo con él. Me encantaría que los hermanos se perdonasen mutuamente, que reconocieran lo necios que eran, que juntos, ese día volvieran a reconocer a su Padre como lo que era, un buen Padre. Y que la fiesta reverberase durante días y que este fi nal fuera el principio de otras grandes historias, ahora en familia.
Pero quizá no fue así. Algunos proponen finales más terribles y oscuros, y otros simplemente no sabemos qué pensar.
Pero nos quedamos pensando.
Y Jesús quiere dejarnos con la incógnita porque la búsqueda de Dios, la de Dios hacia nosotros, produce reacciones. No deja indiferente a nadie. Es una búsqueda intrépida, que derrama gracia a todas partes, que no descansa hasta encontrar lo que se había perdido, lo que echaba de menos, lo que extrañaba, y que nunca pierde la esperanza y que provoca en el ser humano reacciones tan diversas como perdón y envidias, amor y odio.
Dependiendo de qué nos consideremos. Yo no sé tú, pero yo deseo con todas mis fuerzas unirme a la fi esta. Para eso tengo que reconocer que estaba perdido, que así sea. Amén.

PARA VOLAR
1. ¿A qué hermano te está pidiendo Dios que vayas y abraces? Ora y reacciona. Acércate y abraza. Ama y pide perdón. Haz este ejercicio con al menos una persona esta semana.
2. ¿Qué palabras tienes para el Padre?
Escribe una breve nota con aquello que sientes respecto al Padre que ha salido a buscarte a ti.

Extracto del libro «Perdido»

Por Alex Sampedro

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