Pasaje clave: Lucas 15:21.
Rodeado del abrazo de un padre que le ama y recibe, se siente capaz de hablar, aunque a lo mejor no entiende bien lo que está pasando.
Entonces el hijo le dijo: Padre, porque durante años ha estado lejos, no ha habido ni una palabra entre ellos, debe medir bien lo que dice.
Y no hay mejor comienzo que éste.
Jesús nos lo enseñó: Cuando oréis decid: “Padre nuestro” ¡Qué atrevido por nuestra parte! ¿Con qué cara podemos hablarle así a Dios? Podemos, porque Él, mientras hablamos, nos está abrazando.
El hijo lo puede decir con confianza, no por sus propios méritos, sino porque el padre, mientras habla, le está abrazando.
Aunque el hijo es el primero en hablar, lo puede hacer porque su padre le ha comunicado algo, sin palabras, pero al fi n y al cabo es el mensaje más importante que el hijo podía recibir: Eres acepto, aceptado.
Eres mi hijo. Por eso puede llamarle padre, sin merecerlo.
Porque en esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros.
Así es, quizá Dios se comunica con nosotros de formas que van más allá de las palabras, que trascienden, que comunican más. Su presencia que nos rodea, su cariño, su aceptación y su perdón, son un mensaje, el más importante que quizá jamás hayamos escuchado.
Sea como sea, Él siempre toma la iniciativa, y es en esa seguridad que el hijo puede decir: He pecado contra el cielo y contra ti, y contra tus normas, pero no solo contra ellas, también contra tu persona. Y no debemos olvidar que de eso se trata, no de volver a cumplir unas normas nada más, sino de restaurar una relación. El hijo se conformaba con volver a acatar las normas, pero veremos que la intención de Dios padre es mucho más profunda, está interesado en restaurar la confi anza y el amor de su hijo hacia él.
Pero aún le deja hablar un poco más y escucha: ya no soy digno de ser llamado tu hijo.
El hijo es consecuente, ha dicho lo que tenía pensado desde la pocilga. Ha verbalizado su realidad. No es digno.
Hoy hay algunas corrientes teológicas que quieren darle la vuelta al evangelio. Nos dicen que es nuestra dignidad la que hace que Dios nos ame. Nada más lejos de la realidad. No soy digno. Pero estoy siendo abrazado. Pero no soy digno. Pero estoy siendo abrazado.
Dale todas las vueltas que quieras. Esto, señoras y señores, es el evangelio. No merecemos ser llamados sus hijos, pero aún así Dios nos trata como si lo mereciésemos.
El padre aún no ha dicho nada. Podría llamarle esclavo, siervo, desconocido… nuestro protagonista lo sabe. No es digno de ser llamado “hijo”. Y esta humildad, este reconocimiento y arrepentimiento es necesario en nuestra salvación, no podemos apelar a nuestra dignidad, porque es irreal, la hemos perdido. Somos responsables. Y puede que no sea un arrepentimiento totalmente sincero, puede haber intereses mezclados, pero es una oportunidad, es un amor imperfecto, pero para el padre es suficiente.
Como han dicho tantos, “hasta las lágrimas de nuestro arrepentimiento tienen que ser lavadas con su sangre”. Porque el arrepentimiento
sincero es algo que puede hacer alguien que no está totalmente corrupto, alguien que tiene algo de bondad en sí para reconocerse pecador. Y quizá en mí no hay suficiente bondad para reconocer mi situación. Aún así, hago lo que puedo, con torpeza, lo digo, intento ser sincero, y me abandono a la voluntad y a los brazos de Dios, y que Él haga conmigo lo que considere, no tengo más opción.
Y estas palabras serán la últimas que veamos que pronuncia el hijo menor, su última acción.
“Hijo” es lo último que va a pronunciar. Porque el padre no va a permitir que termine su discurso.
Vemos una omisión que nos salta a los ojos.
El hijo estaba tomando aire para decir: “Hazme como a uno de tus jornaleros”.
Se quería ganar el pan, el derecho de estar otra vez allí. Pero Dios Padre no le permitirá continuar con el discurso, la meritocracia aquí no sirve. Dios no busca esclavos.
A partir de ahora, en nuestra historia, el que actuará, el que dará las órdenes y el protagonista que ocupará toda la escena será el Padre. Hasta que aparezca otro actor secundario.
Este hijo menor solo se dejará llevar, se dejará guiar, perplejo ante un amor que nuestra comprensión no termina de alcanzar.
El padre va a interrumpir, va a hablar. Le pido a Dios que en su misericordia, interrumpa todos mis discursos y mis intentos, que me silencie y que le pueda escuchar, en sus brazos, no quiero nada más.
Un andrajoso como yo, no necesita nada más.
PARA VOLAR
1. ¿Crees que Dios te acepta tal como eres?
¿No quiere cambiar nada de ti?
En tal caso, ¿qué significa que te acepta?
2. ¿Qué palabras crees que deberías decirle a tu Padre hoy? Sin maquillaje, sin oratoria, sin tapujos… Habla con Él.
3. ¿Qué debo apartar de mi vida para ser abrazado y besado por Dios?
¿Qué actitudes me alejan de ese abrazo?
4. ¿Qué he aprendido de la religión que en lugar de acercarme, más bien me separa, y cómo puedo simplemente estar en su presencia?
Escribe ideas al respecto y ponlas en práctica.
Extracto del libro «Perdido»
Por Alex Sampedro