Pasaje clave: Lucas 15:25.
La música se oye hasta en la última casa del pueblo, imaginamos a los amigos y vecinos, reunidos como en las otras parábolas celebrando el regreso del hijo.
El padre está disfrutando del momento, la gente comparte anécdotas, una señora ese día había encontrado una moneda que tenía mucho valor para ella, y cuenta alegre todo lo que tuvo que barrer para encontrarla; el pastor del pueblo lleva una oveja con la pierna vendada en sus hombros y está narrando feliz las aventuras que tuvo que pasar para encontrarla. Los niños revolotean tarareando canciones.
La gente está disfrutando del banquete, tomando vino para hacer una buena digestión. Que no falte el pan, ni el vino, ni la carne, reservado sólo para la celebración.
No faltaba nada, no faltaba nadie, porque el gozo es contagioso, y alcanza a los que están cerca. Para el padre era un día único, podría ser el día más feliz de su vida. Y había que celebrarlo, pero su hijo mayor estaba en el campo.
Entra en escena el personaje en torno al que girará este final inesperado.
El mayor, no sabíamos nada de él desde que el padre les había repartido la herencia.
Pensemos.
Volvamos al pasado, recordemos su historia.
Cuando el padre les repartió los bienes el hijo mayor se convirtió en el señor de la casa. Su padre seguiría siendo su padre, pero el que hacía uso legítimo de las tierras, el que cerraba los negocios y tomaba decisiones, el que servía a su familia y debía empujarla hacia delante, era el hijo mayor. ¡Qué responsable y bueno!
Pero en realidad, hasta ahora es el gran ausente.
¿Por qué no fue detrás de su hermano cuando se marchó?
¡Es su hermano mayor! Los hermanos mayores cuidamos de nuestros hermanos pequeños, se supone.
Podía haberle hablado, cuando estaba haciendo las maletas, haberle hecho “volver en sí” mucho antes.
Era su responsabilidad.
Pudo haber ido a buscarle, como un pastor que busca la oveja perdida. Él, como hermano mayor, tenía la obligación de intentar resolver el conflicto que había en su familia, entre un padre y un hijo.
Era el intermediario perfecto. Tenía que haber ido a buscar lo que se había perdido. Pero no, es el gran ausente.
Decidió quedarse, ser el de moral intachable y comportarse debidamente como un hijo que no se aleja de casa. Olvidando que la casa en realidad era el padre. Y el padre lo que quiere es que los hijos vuelvan, todos.
Muchos de nosotros tenemos esta actitud. Vemos a los que se van con desdén, vemos a los que no están por encima del hombro y nuestra
intención no es rescatarlos, sino demostrar queNo somos como ellos.
La perfección y el moralismo como fin último.
Y esta motivación es terrible para la iglesia.
Una iglesia moralista nunca alcanzará lo que se ha perdido, querrá “apartarse tanto” del mundo, que jamás querrá saber nada de él.
Sin entender que Dios nos envía al mundo, para rescatarlo. Nuestro fariseísmo particular.
Esa es la esencia de los hermanos mayores.
Pero este hermano estaba en el campo, cumpliendo con sus obligaciones.
Nunca se había alejado tanto como el hermano menor. Pero sí lo sufi ciente, como para no darse cuenta de lo que ese día había pasado.
Y cuando vino, probablemente fue al anochecer, cuando terminaba su jornada de trabajo, cansado de las tareas del campo y satisfecho con su labor, esperando encontrar en el hogar lo de siempre llegó cerca de la casa, y no siguió adelante.
No entró, se quedó fuera. Porque oyó la música y las danzas.
Un momento. Si oyes eso en tu casa, no te detienes, vas corriendo. No te extrañas, sientes curiosidad y tú mismo quieres ir a experimentar lo que está pasando. Te entran ganas de bailar, es lo normal, quieres formar parte de la danza.
Pero este hijo no.
Ahora la acción ocurrirá cerca de la casa, fuera de la casa.
Dentro hay música y danza, el padre está feliz y celebra de manera exuberante. Es el cielo en la tierra, todos querríamos formar parte.
Pero por alguna razón, el hermano mayor se queda fuera. Se extraña.
Su vida laboriosa parece no encajar con un hogar lleno de música y danza, ¡algo terrible habrá pasado para este jolgorio! Y tenía que indagar qué había pasado, antes de decidir si entrar.
No se fi aba, su corazón endurecido por los años buscaba respuestas, sin saber que en realidad también buscaba un padre. En su diario
quehacer había olvidado el sonido de la música, el movimiento del perdón, y vivía amargado por un padre aún preocupado por aquél que se fue.
El hermano mayor no lograba entenderlo: “Pase lo que le pase, se lo tiene merecido, pensaba, ojalá no vuelva nunca. Ha desperdiciado la herencia, y yo aquí trabajando en el campo intentando levantar lo que él arruinó. No merece volver nunca”.
PARA VOLAR
1. ¿En qué te pareces al hermano mayor?
¿Qué rasgos, conductas o actitudes tuyas ves reflejadas en este primogénito?
2. ¿Es posible vivir en la casa del Padre y estar lejos de su corazón, lejos de Él?
¿A qué puede deberse?
Piensa y escribe diferentes motivos que se te ocurran.
3. ¿Cómo es nuestra visión de los hermanos que Dios nos ha dado?
¿Somos guardas? Gn. 4:9 ¿Cuidadores? ¿Responsables? ¿Hasta qué punto?
Extracto del libro «Perdido»
Por Alex Sampedro