Pasaje Clave: Lucas 15:16.

Pasaron los días, la costumbre te transforma, tu manera de vivir condiciona tu manera de pensar.
Porque si no vives como piensas pensarás como vives.
¿Quién era ahora el hijo? Solo veía las jornadas pasar, amanecía y anochecía, y todo era igual, una vida en “automático” sin futuro a la vista, ni oportunidad de cambio. El fango era su hábitat, los cerdos su única compañía, su diálogo interno era una suerte de locura, perdiendo poco a poco su humanidad, la que una vez tuvo en una casa que ahora ya no era ni siquiera un recuerdo,solo una quimera lejana. Se amoldaba a su ambiente cada vez más.
La realidad externa termina por interiorizarse y transformar tu ser, tu mente, y te conviertes en un objeto más del mundo. Sin capacidad de tomar decisiones libres. Parte del decorado de un teatro donde desconocemos al director. Títeres con hilos invisibles, autómatas que viven con la ilusión de libertad.
“Yo soy yo y mis circunstancias…” Pero llega un momento en el que las circunstancias absorben todo tu yo. Tu humanidad va desapareciendo. Y te engulle “la realidad”. Ya no eres protagonista, solo atrezzo.
El hijo ya no sabía que era hijo y deseaba cosas que jamás imaginó que desearía. La Biblia es enfática aquí. Este joven aún deseaba cosas. Porque el ser humano es un ser que desea, que necesita cosas externas a su ser. Nunca es independiente. Desea propósito, desea felicidad, placer, tranquilidad y aventura; desea sentir, descansar y conocer, explorar, necesita seguridad. Desea verdad.
El problema para Dios no es que deseemos. Nos creó para desear.
La pregunta es ¿qué deseas? La enseñanza de la Palabra no es que deseamos demasiado, sino que deseamos demasiado poco. Nos conformamos. “No os conforméis…”
Llenar nuestra vida con cosas que en realidad no nos pueden satisfacer es un síntoma de que hay un vacío en nosotros.
Siempre nos queremos llenar, de todo lo externo, porque estamos carentes de algo. ¿De qué?
Si Dios nos creó con ese deseo es porque puede suplirlo, sin duda. El problema es buscarlo en El apóstol Pablo nos dice, hablando acerca de las personas que pretenden satisfacerse sólo con cosas terrenales que “su dios es su vientre”.
Sus apetitos. Son esclavos de sus propios deseos, no son libres. Y cuando alguien no es libre empieza a hacer cosas que no haría si fuera libre. Adoramos aquello que necesitamos, aquello que creemos que nos mantiene con vida. ¿Qué adoras tú?
Porque tú adoras lo que deseas. Aquello sin lo cual crees que no puedes vivir, esa necesidad que pretendes suplir cada día, ese es tu dios.
El hijo perdido desea, desea llenar, desea llenar su vientre… de las algarrobas (¡!)

¿Sabes qué son las algarrobas? ¿las has probado? ¿cómo es posible que este joven ¡desee! comer algarrobas? la respuesta es fácil: porque tiene hambre, y cuando hay hambre cualquier cosa que te pongan por delante es objeto de deseo. Aunque sea algo tan bajo que
sólo lo comían los cerdos.
Si tienes el estómago lleno, de pan, de buena carne, jamás se te ocurriría comer algarrobas.
Mucho menos desearlas. Pero el hijo pródigo ya no se acordaba a qué sabía el pan de papá, y su mente soñaba con algarrobas.
¿Cuáles son tus algarrobas? ¿Cuáles son esos deseos que sabes que NO deberías desear? ¿Sabes por qué el joven soñaba con comida para cerdos? Porque hacía tiempo que no se alimentaba de alimento para seres humanos. Y lo mismo me ocurre a mí, y a ti. Lejos de casa de papá comenzamos a desear cosas que jamás imaginamos que desearíamos. Pero tenemos hambre, y nos domina una “mentalidad de algarrobo”.
¿Se puede caer más bajo? Sí: pero nadie le daba.
No solo se distorsionan nuestros deseos y se vuelven más bajos, sino que además el sistema no nos permite saciarnos; competimos por algarrobas, nos peleamos por recursos, dinero, relaciones insanas, posiciones, seguridad, placer sexual egoísta, orgullo y realización personal. Y ahí estamos, viviendo por debajo de lo que significa ser “humano”, peleando por intentar conseguir una algarroba que solo nos hace olvidar un poco más quiénes somos realmente.
Ahora sí, su degradación no puede ser mayor, tiene una vida infrahumana. Y no creo que nadie, en el fondo, desee vivir por debajo de la dignidad que supone ser humano.
Nota: Puede que te gusten las algarrobas literalmente, para gustos colores, pero en la enseñanza de la parábola, la connotación de las algarrobas es esta, comida para cerdos. Disfruta.

PARA VOLAR

1. ¿Has experimentado alguna vez la sensación de falta de sentido en tu vida?
¿Qué pensabas en esos momentos? ¿Crees que los seres humanos tenemos propósito en esta vida?
2. ¿Qué algarrobas deseas?
Analiza tu tiempo libre para examinar tus deseos reales, aquello en lo que estás invirtiendo tu vida. ¿Qué dicen tus algarrobas acerca de quién eres y qué buscas?
3. ¿Qué algarrobas gobiernan la cultura en la que vives?
¿Qué desea y persigue la gente a tu alrededor? En tu opinión, ¿por qué se conforman a esas algarrobas? ¿Qué les aporta? ¿Qué les falta? ¿Qué necesitan?

Extracto del libro «Perdido»

Por Alex Sampedro

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