Lectura de la Biblia: La Biblia es un libro sagrado por su contenido y mensaje, pero no es un amuleto. Todo lo que comuniques tiene que tener su fuente en la reve­lación escrita pero no tienes que tener una Biblia en la mano cada vez que subes a un escenario aunque sea a dar un anuncio o un saludo, ni tienes que parar a leerla todas las veces que prediques. Hace poco fui a predicar a una escuela secundaria en com­pañía de varios líderes cristianos. En mi mensaje usé una historia bíblica como marco, dos versículos para cada uno de los dos puntos principales y otro versículo para el lla­mado. Cuando terminó todo, uno de los líderes me preguntó por qué no había usado la Biblia. Le pregunté a qué se refería. Me dijo que no me había detenido a leer el libro al comenzar mi predicación. Le volví a preguntar si estaba seguro de que no la había usado. Me dijo: Bueno, repetiste varios versículos de memoria, pero no paraste para leerla. Usar la Biblia no se trata ni de tenerla en la mano ni de detenerse a leerla. Tú me puedes contar las veces que algún pastor hizo una pausa para leerla y después dijo cosas que nada tenían que ver con lo que decía el pasaje. No estoy recomendan­do hacer lo que hice en esa escuela cada vez que prediques. Muchas veces me deten­go a leer un texto al comenzar a predicar. El punto es que por repetir cierta costum­bre evangélica no seamos todo lo efectivos para dar un mensaje de Dios a cierto públi­co. En algunas ocasiones parar a leer te va a entorpecer el ritmo y va a hacer que el público pierda el punto o se distraiga. Por eso es que recomiendo que pensemos inte­ligentemente cómo es que vamos usar la Biblia en cada predicación determinada.

Otra opción a usar versículos de memoria (lo cual puede hacerse cuando todos se saben el versículo o estás en un ambiente con pocas Biblias o tienes poco tiem­po) es la de las iglesias históricas como las presbiterianas o luteranas que hacen la lectura de la Biblia antes de la predicación. En estas iglesias la lectura la hace otro y no quien predica, aunque sí es esta persona la que elige cuál es la lectura. En nuestro ministerio de jóvenes usamos esta modalidad también para dar más parti­cipación a jóvenes que les gustaba leer en público. También la tecnología puede ayudar a usar la lectura de una manera más atractiva.

Gestos: Deja que tu cuerpo acompañe lo que dices. El contacto visual es lo pri­mero que debes procurar. Si te la pasas mirando tu bosquejo o mirando la nada, el público va a perder el interés. Contacta todas las miradas que puedas sin concen­trarte en ninguna. Es muy común que los predicadores se queden mirando a quie­nes los miran. Haz la prueba de mirar a los ojos a un predicador y verás que es muy probable que te siga mirando el resto de su mensaje. Trata de buscar ojos y hacer ese contacto con cuantos más puedas. Tus gestos deben estar sintonizados con tus palabras. Por ejemplo, no puedes contar algo triste con una sonrisa. Usa tus manos para enfatizar ciertas verdades. Es increíble cuánto comunican y cómo pueden ayu­darte a comunicar lo que estás diciendo. Acomoda el movimiento al contexto donde te encuentras. Con los más jóvenes es más conveniente moverse pero no así con los adultos mayores. Cuando te muevas, también ten cuidado de que sea de mane­ra coordinada con los que dices. Moverse porque sí, también puede distraer. Algunos dicen que ir de un lado a otro del escenario habla de nerviosismo y también cansa al público igual que quedarse totalmente quieto.

Humor: El humor es una herramienta sensacional para usar en la predicación. El público está siempre predispuesto a escuchar algo que lo haga reír, y lo gracioso puede abrir al público como pocas otras cosas a escucharte atentamente. No tienes que ser un comediante para usar el humor. Hay distintas formas de usarlo. Puedes imitar, usar ironías, leer o contar un chiste, contar o leer un cuento gracioso. Aun los comediantes practican constantemente sus monólogos y a muchos se los conoce por no ser nada graciosos cuando están fuera del escenario. El problema con el humor es cuando se usa fuera de lugar y sin conexión con las verdades que se intentan comunicar. En esas circunstancias solo distrae o atrae toda la atención al comunicador y no al mensaje.

Tiempo: Seguramente conoces el dicho: Lo breve y bueno es doblemente bueno. Con un público con un corto margen de atención como son los adolescentes no es lo más acertado pretender su atención inamovible por espacio de una hora, y no creas que esto solo es real con los adolescentes. Alguien dijo que cuando un predicador habla quince minutos habla menos de lo que sabe, cuando habla media hora, habla de lo que sabe, cuando habla cuarenta y cinco, habla más de lo que sabe y cuando habla más de una hora, no sabe de lo que habla. Si puedes comunicar las verdades que tienes que comunicar en menos tiempo siempre ve por la avenida más corta.

Golpe final: Considera con cuidado cómo vas a terminar. Al igual que con la pri­mera frase tienes que tener bien claro el final. Hay ciertas ocasiones en que no sabes cómo va a reaccionar el público y también quieres ser sensible a la guía del Espíritu. Te aconsejo considerar distintas posibilidades y tener dos o tres opciones para terminar. Como conversamos antes en el libro recuerda que el Espíritu puede darte dirección cuando te estás preparando y no necesariamente cuando ya estás predicando. Siempre es mejor estar bien preparados. En mi experiencia prefiero ter­minar con alguna historia que grafique el contenido central de lo que estoy ofre­ciendo, pero tú puedes encontrar tu propio estilo. Escapa a la tentación de tener que buscar un resultado meramente emocional. Muchos predicadores se equivocan al creer que siempre tienen que hacer llorar a su público y hacerlos venir al altar, y por eso no terminan sus mensajes hasta que lo logran. Dios habla de diversas maneras y hay distintas reacciones que podemos buscar a un mensaje.

Extracto del libro “El Ministerio Juvenil Efectivo”

Por Lucas Leys


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