Continuemos.

40. Es un Pecado contra Dios.

Los dos éramos novios en la escuela secundaria. Ella era una animadora de eventos deportivos (cheerleader). Parecía muy natural que muchas de nuestras salidas ter­minaran en el asiento de atrás de mi auto, «la bomba», a las 2 de la mañana. Los dos éramos vírgenes, antes de nuestra «primera vez». Ella tenía 17 años, yo 18. Le aseguré que la ama­ba, le dije que los anticonceptivos no eran necesarios, y la convencí de que nuestras relaciones continuarían aun si se producía un embarazo indeseado. Mi papá me había advertido: «Mantén el cierre de tu pantalón cerrado,» y sus palabras sonaban altas y claras en mi mente. Pero yo quise disfru­tar de la libertad de desobedecerle. Me había conforma­do a sus deseos bastante tiempo.

Lo hicimos la primera vez. Mientras nuestras relaciones sexuales aumentaban en frecuencia, nuestra relación amo­rosa iba en disminución. Me fui a la universidad, 700 ki­lómetros de distancia, convencido de que nuestra relación continuaría a pesar de la distancia, pero no fue así. Ella conoció otros muchachos, y yo me rompí dos nudillos de la mano al golpear con furia la pared de cemento del dor­mitorio cuando lo supe. Este es el fin, pensé.

Volvimos a vernos el verano antes de mi tercer año uni­versitario. El asiento trasero del auto se hizo familiar otra vez. Después que las clases comenzaron en otoño, ella vino a verme. Determinado a no perderla otra vez, le pe­dí que se casara conmigo, y lo celebramos en el dormito­rio. Tampoco usamos anticonceptivos esta vez, y ella re­sultó embarazada. Nos casamos a la carrera en diciembre, y con la ayuda de muchos pude terminar los estudios. Ahora, siete años más tarde, los dos nos hemos hecho cristianos, tenemos tres chicos maravillosos, y procuramos agradar a Dios diariamente. ¡Nuestro sexo prematrimonial terminó en ca­samiento, nuevas vidas en Cristo y tres hermosos hijos! ¿Debo yo lamentar mi encuentro prematrimonial? Debo admitir sinceramente que si lo lamento. Déjenme explicar.

El sexo prematrimonial es un pecado. No im­porta cuan bueno parezca; no importa cuanto tiempo se espera; no importa lo que los amigos te digan, el hecho permanece: el sexo antes del matrimonio es pecado. Génesis 2:18-25 explica los tres pasos del plan divino para el matrimonio:

A. Dejará el hombre a su padre y a su madre.

B. Entonces se compro­meterá con su mujer, ahora y para el futuro; y finalmente…

C. Serán los dos una sola carne, sexual, mental y espiritualmente, para servir a Dios.

Cualquier matrimonio aparte de este plan de tres pasos, no es plan de Dios. Y estar fuera del plan de Dios, es pecado. En nuestra relación, nos entregamos primero a una re­lación puramente física, antes de entregarnos el uno al otro totalmente y al propósito de Dios para nosotros. Aunque no habíamos conocido a Dios en aquel tiempo, eso no nos daba razón para violar sus mandamientos cuanto al matri­monio. Mi papá no era cristiano por aquel tiempo tampo­co, pero su recomendación estaba en línea con Dios. En lo profundo yo estaba de acuerdo con él, pero me justifi­caba engañándome a mí mismo y a mi novia.

41. Esperar Hasta el Matrimonio puede conducir a buenos hábitos de vida.

Imagínese a un par de enamorados en lo alto de una co­lina cubierta con nieve fresca. Seguramente que es una escena romántica. Imagínese a un trineo bajando y tra­zando un camino en la nieve. El trineo baja una y otra vez, ahondando el camino hasta hacer dos paredes a am­bos lados. Cada vez que baja, el trineo sigue la huella tra­zada. Lo mismo pasa con los enamorados. Cuando co­mienzan las relaciones sexuales, están trazando una huella, la cual, repetida muchas veces, formará el patrón sexual de sus vidas, que seguirán, quizá, por el resto de su exis­tencia. ¡Cuán importante es, entonces, trazar desde un prin­cipio, una buena huella!

(CONTINÚA…)

Extracto del libro “Lo Que Deseo Que Mis Padres Sepan Acerca de mi Sexualidad”

Por Josh McDowell

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