Las Cinco ‘P’ del Alma
Ante el fenómeno de la reciente aparición y proliferación de las subculturas juveniles, no podemos evitar preguntarnos por qué surgen, qué los une y hace que se agrupen, es decir, cuáles son las causas de fondo de la formación de subculturas. En lo personal, he sido cuidadosa de no hacerme esas preguntas “desde la vereda de enfrente”, al señalar o juzgar ni mucho menos burlarme, sino más bien tratando de comprender y descifrar los mensajes que nuestros jóvenes nos envían, qué nos quieren decir sus conductas y en qué podemos ayudarlos a desarrollarse sanamente.
A mi entender, y apoyada en la bibliografía consultada, puedo afirmar que básicamente hay dos causas principales. La primera de ellas, que analizaremos aquí, tiene que ver con el factor afectivo, que influye específica e internamente en el joven para volcarse a uno de estos grupos. La otra, tanto más exterior y general, es la dimensión social: la influencia del postmodernismo en la germinación de estos grupos. Esa la consideraremos en el próximo capítulo. Vayamos, entonces, de lo personal a lo general, analizando primero las causas existenciales que predisponen a los jóvenes a volcarse a una tribu urbana.
Necesidad número 1: Personalidad
El Diccionario de la Lengua Española define personalidad como el “conjunto de las características y diferencias individuales que distingue a una persona de otra”. Esas diferencias hacen de cada ser un individuo único e irrepetible.
La búsqueda de identidad es un proceso complejo, ya que no solo involucra responder a la pregunta: “¿quién soy?”, sino que además, de la mano de ese interrogante existencial, vienen otros tales como “¿cómo soy?”, “¿cómo me veo?”, “¿qué estilo me define?”, etc.
El joven—y algunos de nosotros hemos pasado por todo este proceso más dolorosa y desconcertantemente que otros—comienza a descubrirse a través de lo que el espejo de las reacciones de otros le devuelve ante sus actitudes o acciones. Durante la adolescencia generalmente se forma una especie de conciencia de identidad, que se construye por la percepción externa de quién es él o ella. Así, vemos que lo que más les preocupa a los chicos en esta etapa responde a la pregunta: “¿Quién dicen los demás que yo soy?”. En ese camino de búsqueda de la heteropercepción (la percepción de los demás) va probando una cosa, otra, hasta que finalmente logra ubicarse en un punto.
La Biblia nos relata que en una ocasión Jesús hizo esta pregunta. Les dijo a los discípulos: “¿Quién dice la gente que yo soy?”. Aquí no lo hizo porque necesitaba reafirmar su personalidad y mucho menos saber la opinión de los demás, ya que conocía hasta los pensamientos más íntimos de ellos. El Señor, en su infinita sabiduría, quería hacerlos hablar para que ellos se escuchen a sí mismos y también quiso dar lugar a que surgiera una exclamación ungida—como la que Pedro emitió—que revelara su verdadera identidad como Hijo de Dios. Pero cuando los adolescentes se lo preguntan lo hacen en un sentido distinto.
Algunos adhieren a un estilo en forma temporal—solo unos meses o años—o parcial—incorporan algunos rasgos de manera selectiva—.
Tal conducta muchas veces provoca frustraciones, porque el feedback que le devuelve su espejo, a veces es excluyente, discriminatorio, y ciertamente pone una presión muy intensa sobre el joven. El terror de “estar out” o de que los amigos lo “metan en el freezer” porque no escuchó el último CD de la última banda, es mortal. Y descubrir la personalidad por este camino puede ser muy exigente y doloroso, además de impreciso.
Por eso, en las subculturas, la identidad se construye a través de la identificación con el grupo, mediante la vestimenta, la estética en general, la música que se escucha, los lugares a los que se asiste (más adelante profundizaremos en esto). De modo que muchas veces identidad se vuelve sinónimo de imagen. “La tribu funciona como mecanismo de identificación de semejantes y de segregación de diferentes”, en palabras del sociólogo Mario Margulis, es decir, acentuando más las diferencias con los otros que las similitudes con los propios.
De modo que una de las formas de distinguirse es excluyendo a los diferentes. Todo ello le provee al joven un marco de referencia: “así soy yo”, o al menos, “así creo que quiero ser”.
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