En una reciente conferencia juvenil en Florida, le estuve hablando a un gran grupo de cristianos de dieciocho a veinticinco años. Em­pecé con una simple pregunta: «¿Cuántos de ustedes conocen per­sonalmente a alguien que se haya ido de la comunidad cristiana?». Casi todos los presentes en el lugar levantaron la mano.

El problema de la deserción toca a incontables jóvenes, padres y líderes fieles, pero muchos de estos tienen solo una idea muy vaga de lo que es exactamente el fenómeno del abandono. El primer paso en el proceso de descubrimiento es entender los hechos simples:

  • Los adolescentes son algunos de los más activos desde el punto de vista religioso.
  • Los veinteañeros son los menos activos en cuanto a la religión.

Las edades de 18 a 29 años son el agujero negro de la asistencia a la iglesia; este segmento de edad está «perdido» de la mayoría de las congregaciones. Como se muestra en el gráfico, el porcentaje de los que asisten a la iglesia toca fondo durante el inicio de la edad adulta. Sobre todo, hay un 43% de deserción entre la adolescencia y los primeros años de la adultez en término de compromiso con la iglesia. En Estados Unidos, estos números representan cerca de ocho millones de veinteañeros que eran asistentes activos cuando adolescentes, pero que no continúan particularmente comprometidos con la iglesia cerca de su cumplea­ños número 30. El problema no es que esta generación haya sido menos evan­gelizada que los niños y adolescentes anteriores a ellos. El problema radica en que mucha de la energía espiritual se desvanece durante una década crucial de la vida: los veintitantos.

Hay tres realidades que necesitamos tener en mente:

  • El compromiso de los adolescentes con la iglesia permane­ce firme, pero muchos de los adolescentes entusiasta, no están madu­rando ni se están convirtiendo en discípulos fieles de Cristo mientras llegan a ser adultos.
  • Hay diferentes tipos de abandonos, así como también mu­chos adultos jóvenes fieles que nunca abandonarán la igle­sia. Necesitamos cuidarnos de no generalizar, porque cada historia de abandono requiere una respuesta personal.
  • El problema de los que abandonan es, en su esencia, un problema de desarrollo de fe. Para usar las palabras de la iglesia, es un problema de discipulado. La iglesia no está preparando de manera adecuada a la próxima generación para seguir a Cristo fielmente en una cultura que cambia con mucha rapidez.

Esta generación es tan diferente porque nuestra cultura es discontinuadamente diferente. Es decir, el escenario cultural en el que las personas jóvenes crecieron es signifi­cativamente diferente de aquel que experimentaron durante los años de formación las generaciones previas. En realidad, creo que puede hacerse un argumento razonable del hecho de que ninguna genera­ción de cristianos ha vivido durante un período de cambios cultura­les tan profundos e increíblemente rápidos. Otras generaciones de seguidores de Cristo han soportado una persecución mucho mayor. Otras han tenido que sacrificarse más para florecer o incluso sobrevi­vir. Sin embargo, dudo que generaciones previas hayan vivido duran­te un período cultural tan variado y complicado como los cristianos del lado oeste del país en el día de hoy. Los últimos 50 años han sido un experimento en tiempo real con la próxima generación, usando los mercados libres, los medios de comunicación, la publici­dad, la tecnología, la política, la sexualidad y demás como nuestras herramientas de laboratorio. El experimento continúa, pero ya pode­mos observar ciertos resultados.

El mosaico del día de hoy está siendo formado bajo una influen­cia directa de estos cambios tan rápidos. Los valores, expectativas, comportamientos, actitudes y aspiraciones han sido formados en y por este contexto. La verdad es, por supuesto, que todos estamos bajo la influencia de este gran período de cambios, sin importar nuestra edad o generación… o nuestra voluntad (o la falta de ella) para adoptarlos. En el día de hoy las personas de alrededor de 60 años están viviendo en la misma discontinua diferencia cultu­ral que los de 20. Muchos de los cambios sociales, tecnológicos y espirituales que estamos experimentando en la actualidad empe­zaron a tomar forma durante la década de 1960. La diferencia es que las personas mayo­res y las generaciones posteriores (llamados busters y boomers) hasta cierto punto entraron en la adultez antes de que estos cambios llegaran al punto máximo de velocidad y masa crítica.

Volvamos a la manera en que los adolescentes y adultos jóvenes expresan su desconexión con la comunidad cristiana: me perdiste. Cuando alguien utiliza este lenguaje, está sugiriendo que algo no ha sido traducido, que el mensaje no ha sido recibido. Espera, no en­tiendo, me perdiste. Esto es lo que muchos milenians están diciendo en las iglesias. No se trata de que no estén escuchando, sino de que ellos no pueden entender lo que les estamos diciendo.

La transmisión de la fe de una generación a la siguiente depen­de del desordenado y a veces defectuoso proceso de los jóvenes de encontrar significado para sus vidas en las tradiciones de sus pa­dres…. Tienen que encontrarle sentido a la fe que se trasmite a ellos por medio de las relaciones y la sabiduría. Sin embargo, ¿qué pasa cuando el proceso de las re­laciones o la fuente de sabiduría cambian? ¿Qué le sucede a esta transferencia de fe cuando el mundo que conocemos se desliza bajo nuestros pies? Necesitamos buscar nuevos procesos —una nueva mente— que le den sentido a la fe en nuestra nueva realidad.

Podemos estar confiados de que Dios está obrando en la jor­nada espiritual de los adolescentes y adultos jóvenes, aun cuando nosotros estamos tratando de descifrar qué decir y cómo decirlo. La fe, en última instancia, viene de Dios. Y podemos tener la certeza de que a él le importa más que a nosotros la juventud actual. No obstante, sin importar nuestra edad, debemos comprometernos a entender a nuestra cultura actual para ser traductores efectivos de nuestra fe a la siguiente generación. Debemos luchar fuertemente con los desafíos y las oportunidades para que el evangelio avance. La siguiente generación está viviendo en una nueva realidad tecnológica, social y espiritual. Esta realidad puede ser resumida en tres palabras: acceso, alienación y autoridad.

Extracto del libro Me Perdieron

Por David Kinnaman

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