¿Quién puede decirse libre de la necesidad de amor y aceptación incondicional? Y ella está fuertemente ligada a la anterior. Nuestros jóvenes, como parte de la presión social de la identidad que se sienten forzados a construir, son capaces de hacer cualquier cosa con tal de sentirse aceptados por los demás (especialmente por los de su misma “tribu”).

El diccionario define la palabra permiso como: “Licencia o consentimiento para hacer o decir algo”. Es decir, la aceptación o el beneplácito que precisa para saberse autorizado a actuar.

El sociólogo argentino Jorge Elbaum, en uno de sus ensayos expone que “el concepto de ‘tribu’ hace referencia a un estilo de grupalidad que no posee objetivos más que los de compartir una ‘comunidad emocional”.

Y en esta necesidad emocional de insertarse se dan los llamados “ritos de iniciación o de permanencia”. Los ritos de iniciación son aquellas cosas que uno tiene que hacer para demostrar que está adentro, que comparte los mismos códigos, que se la juega por la misma causa.

En el caso de las pandillas o maras, los ritos de iniciación pueden ser de índole violenta o sanguinaria, o en otros casos, morbosos. El de “La 18” es nada más ni nada menos que soportar 18 segundos (que por supuesto, no son literales y se extienden mucho más que eso) intensos golpes, patadas, puñetazos y latigazos. En el caso de las mujeres, su rito consiste en tener sexo con los jefes.

En el ámbito de los darks, por ejemplo, una chica me contaba que luego de ir varias veces a la plaza donde el grupo se reunía, luego de vestirse de negro, perforarse y tatuarse, todavía era mirada con cierto recelo por los miembros más antiguos de esa tribu. Su rito de iniciación, y lo que le dio libre entrada y aceptación, fue ir con ellos a un cementerio a desenterrar un muerto. ¡Al otro día ya era una más del grupo!

El rito de pasaje de un surfer, según comenta John Lindsleyun surfista de la costa de California que a la vez es parte de un ministerio evangelístico en la playase cumple:

“…con el primer tubo de la ola que se surfea exitosamente, es Las cinco ‘P’ del alma decir, cuando uno es levantado hasta la parte donde rompe la ola y logra pararse en el interior del túnel acuático formado la cortina de agua que cae como una cascada. El tiempo parece detenerse cuando uno está dentro del tubo; pero cuando uno sale, parece que todo hubiera transcurrido en un instante”.

Lo cierto es que estos rituales que se precisan para entrar o permanecer en una tribu urbana son tan viejos como la humanidad misma y son comparables a los de las tribus indígenas en varios aspectos. Néstor García Canclini, en su libro Culturas Híbridas, explica lo siguiente:

La literatura sobre ritualidad se ocupa preferentemente de los rituales de ingreso o de pasaje: quién puede entrar y con qué requisitos, a una casa o una iglesia; qué pasos deben cumplirse para pasar de un estado civil al otro, asumir un cargo o un honor. Los aportes antropológicos sobre estos procesos se han usado para entender las operaciones discriminatorias en las instituciones culturales.

En cuanto a los ritos de permanencia, el punto es compartir experiencias similares con los otros integrantes, para afianzar el vínculo de pertenencia que se fortalece en la cotidianeidad. Es demostrar en el día a día que se está allí, mediante el sostenimiento de prácticas y costumbres que identifican al grupo como ser música, vestimenta, lugares, etc.

Como cultura evangélica, nosotros también poseemos nuestros rituales de iniciación y permanencia, aunque no seamos conscientes de ellos. Pero, con Dios no tenemos que hacer nada para lograr entrada ni permanencia, solo hace falta arrepentimiento y fe. Él dice que por su gracia “nos hizo aceptos en el Amado” (Efesios 1:6 RVR60). En este grandioso Dios “disfrutamos de libertad y confianza para acercarnos a Dios” (Efesios 3:12), es decir que no debemos hacer ningún acto ritual para ser bienvenidos a su presencia. Además, Él desea que seamos capaces de conocer “ese amor que sobrepasa nuestro conocimiento” (Efesios 3:19), ¡Wow!

Esta clase de permiso, aceptación y amor incondicional e inmutable es la que les puede dar a nuestros jóvenes paz y seguridad total aun cuando el mundo dice lo contrario.

Claves para la ayuda:

  • Ayudarle a comprender, y a aceptar, que con Dios no tiene que hacer nada para lograr su afecto. Dios solo pide arrepentimiento y fe, y su corazón.
  • Asegurarle que el amor y la aceptación de Dios son incondicionales: Jesús lo/la ama, tenga el pelo rojo, verde, violeta o “como vino de fábrica”.
  • Hacerle ver que la “onda” o la apariencia externa no son indicativos del corazón de alguien (ni siquiera de los que tienen apariencia de piedad pero con sus actos niegan la eficacia de ella).

Extracto del libro Tribus Urbanas.

Por María J. Hooft.

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