Pero en el marco de una subcultura esta identificación es a la vez muy contradictoria, ya que mediante recursos externos buscan diferenciarse del resto, pero al mismo tiempo terminan uniformándose y masificándose con los de su especie. Por ejemplo, y sin ánimo de estereotipar, con solo ver una remera con una lengua y flequillo cortado recto, uno afirma que está en presencia de un stone, o seguidor de los Rolling Stones. ¿Y no sería ese el efecto contrario al que buscan?

A medida que el chico o la chica van creciendo, conociéndose y afianzándose en la aceptación propia, la autopercepción (la imagen o percepción personal) también comienza a forjarse desde adentro. Así, empieza a descubrirse: cómo piensa o actúa frente a una situación, qué cosas le hacen reaccionar positivamente, qué le agrada y le desagrada, qué cosas disfruta haciendo, etc. Y entonces decide si quiere reforzar esos rasgos característicos o no. En esa etapa se desea responder a la pregunta: “¿quién digo yo que yo soy?”, pero una vez más la respuesta puede venir algo distorsionada. Es como la Feria de Espejos, que nos hace ver más gordos, más flacos, siempre deformes, cuando en verdad la imagen no concuerda precisamente con la realidad.

También, en esta incesante búsqueda existencial de la identidad, el enemigo aprovecha a mentirles cada vez que puede, y los jóvenes comienzan a escuchar su opinión y a preguntarse: “¿quién dice el diablo que yo soy?”. Por supuesto que él no va a tirarles con flores, sino que va a decirles que son unos loosers [fracasados], que “están en el horno” (y él es quien tiene la perilla para subir la temperatura) y que nadie los quiere, etc. Esto, además de frustrante puede ser literalmente deprimente, y en la pastoral juvenil vemos sus efectos a diario.

Pero el verdadero conocimiento de la identidad o personalidad viene de responder al interrogante: “¿quién dice Dios que yo soy?”. La Biblia está llena de declaraciones de lo que nuestro Hacedor dice de nosotros, y todas ellas son positivas y verdaderas. Palabras tales como: “El Señor me llamó antes de que yo naciera, en el vientre de mi madre pronunció mi nombre” (Isaías 49:1), que nos “dio el derecho de ser hijos de Dios” (Juan 1:12) y que Él nos llama sus amigos (Juan 15:15), etc. Y esto es lo que tenemos que inculcar en los jóvenes, creyentes o no, o presentarlo como un verdadero viaje de aventura. Con Dios sí que es emocionante encontrar nuestra identidad! (Para ampliar este tema, ver el Apéndice 1, al final del libro.)

Hace unos años, cuando en Estados Unidos se había puesto muy de moda entre los sociólogos denominar de distintas maneras a las diferentes generaciones (los busters, los baby boomers, etc.), se llamó “Generación X” a los nacidos entre los años 60 y 80 (es decir, los que actualmente tienen entre 25 y 45 años). El título se debía supuestamente a la falta de identidad de esa franja etaria. La profeta Cindy Jacobs, quien tiene una gran carga por la juventud, estaba orando y Dios le mostró que en un mapa antiguo, la X siempre señalaba la ubicación del tesoro. Wow! Comencemos a declarar que nuestra juventud sí tiene identidad en Dios! Dicho sea de paso, esta última generación, los nacidos después de 1980, fue denominada la “Generación Y” (¿será la anteúltima generación o el alfabeto volverá a comenzar?) o también los Nexters, que quiere decir “los próximos” o “los que siguen”. Interesante, por cierto.

Claves para la ayuda:

  • Hacerle reconocer las distintas voces que escucha.
  • Ayudar al joven a descubrir su identidad en Cristo, que es una identidad inmutable, que no depende de la opinión de los demás.
  • Asistirlo en el proceso de descubrir su ADN espiritual. Guiarlo a que descubra sus dones y talentos, que son la “configuración divina y única” de su personalidad.
  • Mostrarle qué dice Dios de él a través de su Palabra. Ayudarle a despojarse de la imagen distorsionada que le crearon desde que era chico, con comentarios tales como “eres esto o aquello”. Si es necesario, ministrarle sanidad interior.

Extracto del libro Tribus Urbanas.

Por María J. Hooft.

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