En esta exclusión intencional que los chicos hacen al hablar, muchos modismos empleados son despreciativos. “Cabeza”, “grasa”, “finoli”, “bolita”, “villero” son algunos de los calificativos que los jóvenes emplean en forma general para descalificar—valga la redundancia—a otros.

Ni hablar de los motes que se asignan entre los integrantes de las diversas tribus urbanas. Rollinga, tiene una connotación peyorativa, al igual que Pankeke (usado para denominar a un punk), alternotontos o alternoides (para llamar a los alternativos), villero (sin el cumbia delante, acentuando la condición socioeconómica), kornetas (los nü metal que escuchan a Korn). Basta con solo entrar en alguno de los miles foros de Internet en donde se empiezan a pelear entre las distintas subculturas para ver cómo cada cual esgrime su cuchillo más afilado que el anterior: los rollingas contra los stones, los punks contra los rollingas, los de la cumbia villera contra los chetos, los punks contra los darks (en verdad, los punks contra todo el mundo), los manson contra los alternativos. Algunas agresiones provocan risa pero a la vez preocupación.

En uno de los mencionados foros—al mejor estilo foro romano—siendo la hostilidad y el desprecio los leones que se devoran a nuestra juventud, un supuesto cheto (fresa, pijo en otros países) le decía a un seguidor del rock barrial:

Los negros cabezas, son emvidiosos, les gustaria estar em un bar dans en olivos frente al rio, y nos odian por eso, porque nosotros podemos y ellos no….., pero tampoco hacen algo para poder hacerlo………. no les da la caveza jajaja” (los errores ortográficos son originales del autor).

El otro le respondía: Je, je, je. Si a vos no te da la cabeza para escribir correctamente, ¿nos vas a hacer creer que a tu mami le da para mantener una casa en Olivos, gansín?

Elbaum afirma lo siguiente respecto del poder de las palabras:

Todo distanciamiento lingüístico pretende instituir fronteras entre algo que se considera diferente y al mismo tiempo superior. Busca legitimar una distancia creada como natural, obvia e incuestionable. Pretende establecer a partir de una palabra clave la evidente lejanía entre lo alto y lo bajo (…). Los etiquetamientos asumen así la expresión de una lucha clasificatoria que dispone, con absoluta certeza y naturalidad, la indudable diferencia entre lo que es propio y lo que es ajeno, entre lo que es apto, adecuado, y lo que no lo es. Las palabras colaboran así en la edificación de esas fronteras; son los ladrillos simbólicos con los que se establecen las distancias aparentemente inobjetables.85

Un ejemplo exponencial son los famosos beefs [lit. “bifes”], las rimas del hip-hop que son ni más ni menos que guerras verbales en donde se intenta abatir al oponente mediante insultos, bromas, calumnias hasta dejarlo fuera de juego. Los beefs van desde alardear de sus propias habilidades hasta criticar a los rivales, haciendo uso de ironía y una pizca de humor.

El hip-hop, género nacido en los guetos estadounidenses de las comunidades afroamericanas como forma de protesta social, se servía de estas rimas para iniciar una batalla verbal a modo de descarga por las injusticias vividas por los extranjeros en ese país. Se armaban—y se arman—grandes revueltas entre bandas, que muchas veces no paran hasta la sangre. En todo Centroamérica las maras o pandillas son las fieles representantes de estos movimientos violentos que toman carácter de estado, especialmente en países como El Salvador.

Por ejemplo, en un foro de Internet un hip-hopper “bifeaba” a otro respecto de su reciente performance, y le decía:

Otra vez El Predicador a.k.a./ El Mono Mario bros, Langa por dos/Voy de planta y de hongo por todoelorodelworld/SueltomashumoqueSnoobSaibotySmoke/ Competidor: los Doggs te dejan en game over, Insert Coin!!!

Lord Mc, un rapero profesional al que entrevisté, me dijo que el rap “es como una pelea de gauchos pero sin facón”. Él comentó que a pesar de que se dicen de todo, se humillan y se insultan es parte del juego; luego se bajan y la rivalidad queda en el escenario, la relación está todo bien.86

Pero un paso más allá de este uso del lenguaje como arma destructiva es la situación actual del hip-hop alemán. En los años 80 el género se ganó el reconocimiento de “modelo de integración multicultural”, cuando los alemanes adoptaron una costumbre extranjera. En los 90 este ritmo crítico fue reemplazado por uno más inofensivo y más comercial. Hasta que hace unos años apareció el hip-hop-hardcore, producto de la delincuencia, el desempleo, tráfico de drogas y la marginación social, bajo el sello independiente Aggro-Berlin, cuyo lema es “la agresividad es el pilar fundamental de nuestra cultura”. Un fragmento del rapero alemán Bushido, famoso por sus líricas sexistas, racistas y violentas dice:

Cuando aprietes play y escuches mi CD, recibirás 70 minutos de mi vida. Cuando aprietes stop regresarás a tu propia vida, donde te esperan tus padres, tus profesores y la policía, que te detendrá si no respetas las reglas.

(CONTINÚA… DALE CLICK ABAJO EN PÁGINAS…)

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí