Entonces David ordenó que la llevaran a su presencia, y cuando Betsabé llegó, él se acostó con ella. Después de eso, ella volvió a su casa. Hacía poco que Betsabé se había purificado de su menstruación, así que quedó embara­zada y se lo hizo saber a David. (2º Samuel 11:4-5).

A partir de este momento, la historia de David nunca más será la misma. El problema, para la época, no era la poligamia real, sino la forma en la que actuó. Todo su valor moral desapareció delante de sus hijos. La historia de David y Betsabé es una de las más terribles que la Biblia cuenta, pero al mismo tiempo es una de las más maravillosas. Terrible, porque muestra que un hombre de Dios, en un momento que se aleja de su Señor, es capaz de transformarse en un adúltero, mentiroso, violador, asesino, sinvergüenza y estafador. Maravillosa, porque a pesar de todas las consecuen­cias nefastas que le trajo a David, es un grito claro y absoluto que parte del Cielo y llega hasta el fondo de cualquier corazón humano, diciendo: “Yo te perdono”.

Betsabé no es perfecta, pero el perdón divino sí lo es. Justamente por eso creo que esta historia aparece en la Biblia. Pero, para llegar a sentir el perdón total que viene del Cielo, es necesario que primero nos arrodillemos con David (y con la madre de Salomón) y digamos: “Ten compasión de mí, oh Dios, conforme a tu gran amor; conforme a tu inmensa bondad, borra mis transgresiones. Lávame de toda mi maldad y límpiame de mi pecado. Yo reconozco mis transgresiones; siempre tengo presente mi pecado. Contra ti he pecado, sólo contra ti, y he hecho lo que es malo ante tus ojos… Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva la firmeza de mi espíritu” (Sal.51:1-10).

No importa cuán lejos te hayas separado de Dios. No importa cuál haya sido tu peor equivocación. No importa si por culpa de un primer error fuiste cayendo cada vez más profundo en el pozo del pecado. No importa si te insinuaste, si robaste o si asesinaste. No importa.

La única solución viene del Cielo, y está al alcance de una oración de arrepentimiento.

Extracto del libro 365 Vidas

Por Milton Bentancor

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