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Hay ciertas trampas que quienes predicamos tenemos que evitar:

  1. No contamines la verdad bíblica: Pablo le escribía a Timoteo: «Esfuérzate por presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse y que interpreta rectamente la palabra de verdad «(2 Timoteo 2:15). La Biblia determina la sustancia de lo que tenemos para comunicar. Es cierto que tenemos un desafío interpretativo que tiene que ver con traer el texto bíblico a la realidad presente y lograr que se conecte con la vida de nuestros oyentes. Pero no podemos hacerle decir al texto cosas que no dice. Una de las salidas para evitar la trampa de mani­pular la Biblia a nuestro favor es ser sinceros en diferenciar qué es lo que está allí y qué nos «parece» a nosotros que puede significar el texto hoy. Las interpretacio­nes alegóricas de muchos predicadores pecan de irreales cuando estos usan frases como «Dios me dijo que lo que allí Pedro quería decir» o» allí la Biblia está hablan­do de…» La solución no es complicada. Con solo decir «a mime parece» o «yo me imagino que esto puede significar» ya estamos asumiendo nuestra libertad con res­ponsabilidad. En líneas generales los estudiosos aseguran que la principal pregun­ta para interpretar un texto es estar seguros de qué es io que quiso decir para sus lectores originales, por ejemplo los corintios, efesios o hebreos. Por eso es muy importante no sacar los versículos de su contexto. Recuerda el dicho: «El texto fuera del contexto es un pretexto».
  1. No copies a nadie: Cuando alguien trata de ser otra persona lo más que puede lograr es ser número dos. Es muy feo ver clones de otros ministros. Si bien es lógi­co que ciertas personas nos despierten admiración y aprendamos de cómo hacen las cosas, cada uno debe encontrar su propio lugar y maximizar las habilidades y experiencias que Dios nos dio de manera particular. El juego de las comparaciones no es bueno para nadie y lo peor es que quién ¡mita es siempre visto como alguien más débil que depende de otro para comunicar lo que desea. Con este consejo tam­bién va el de no sentirse menos por no tener las habilidades de otros comunicado- res. Cada quien tiene una especial fragancia para darle al mundo y concentrarse en lo que otros están haciendo suele limitar nuestro propio aporte. Festeja las habilida­des de otros, enriquécete con lo que ellos hacen bien, pero busca identificar tu pro­pio estilo y perfeccionarlo constantemente.

3. No uses vocabulario que no te es natural: Algunos predicadores se transfor­man            cuando suben al escenario. Una cosa es que uses una mayor energía e inten­sifiques tus      gestos y otra muy distinta es que seas otra persona que habla total­mente distinto de          cuando estás abajo. Todos sospechamos de personas que se com­portan diferente                cuando están arriba del escenario que cuando están abajo. Para ser comunicadores            efectivos no hace falta usar palabras pomposas si no hay necesidad. Hay veces que            deberás explicar algún término técnico o puedes usar alguna pala­bra del hebreo o              griego original, pero no quieras impresionar a nadie lanzando pala­bras que no tienen          otro objetivo que ese. Quizás a la gente le parecerá que sabes mucho y tienes una gran      educación, pero correrás el riesgo de que no hayan enten­dido lo que querías decir. Uno      de los problemas de usar un lenguaje distinto que el normal es que comunica una              teología equivocada. Sin querer se puede estar dicien­do que hay una forma de hablar          en el templo y otra afuera.

Por ultimo un comentario respecto a algo que he visto dando vueltas por distin­tos países: no es más espiritual hablar en hebreo que en español, ni tenemos por qué judaizar nuestros cultos. El pueblo de Dios es uno solo y hoy se llama «la Iglesia». Pablo se pasó todo su ministerio luchando con los que querían judaizar el cristianismo. Y no digo esto porque no me guste apelar a los lenguajes originales, los cuales estudié por varios años, pero si bien los uso para estudio personal, rara­mente los menciono en una predicación.

  1. No abuses de tus talentos: Es obvio que algunas personas tienen condicio­nes naturales para ser buenos comunicadores. Desde pequeños son sueltos para hablar y no tienen ningún problema en tener un público mirándolos. De hecho, cuan­to más son mejores, más fácil es hablar. Pero la verdadera comunicación poderosa del evangelio no tiene nada que ver con los fuegos artificiales humanos. Es un mila­gro del Espíritu que ocurre cuando un mensajero se sintoniza con Cristo, el sublime mensaje, y se deja usar como canal para que ese mensaje sea trasmitido.

Abusar de la capacidad para manejar a un público es un peligro para el ego y es nido de herejías. Aquellos que abusan de sus talentos suelen saltear la dedicada consideración bíblica o descuidan su relación vital con el Espíritu, por eso muy pron­to están diciendo cosas que le suenan bien al público pero no se ajustan a la ver­dad de la revelación escrita. Tengas o no tengas el talento natural de hablar en públi­co, recuerda que esa habilidad es siempre perfeccionable y sobre todo en la misión cristiana, debe estar sujeta al Espíritu.

  1. No prediques cosas que no vives o crees: No hay trampa más peligrosa que predicar algo que no vives ni intentas seriamente vivir. Hay ciertas ocasiones en que podemos predicar acerca de un ideal y confesar que nosotros seguimos hacia esa meta aunque no la hayamos ya alcanzado, como les decía Pablo a los Filipenses. Pero si queremos plena seguridad tenemos que dejar que nuestra vida sea primero testimonio de algo para que nuestro ejemplo le brinde autoridad a nuestras pala­bras. Predicar algo que no vives puede ser una trampa de la que nunca te puedas librar con respecto a algunas personas, y la hipocresía de muchos creyentes ha sido una de las causas principales del enfriamiento de miles que se han alejado de la iglesia o no han querido tener nada que ver con ella. Cuando creo que de un tema no tengo plena autoridad o plena certeza de mi opinión, prefiero evitarlo. Prefiero que alguien se desilusione por no encontrar en mí la respuesta que esperaba a ser hipócrita. La historia reciente de la Iglesia nos ha dado tristes ejemplo de muchos que cayeron en el pecado que más denunciaban y fue una vergüenza para toda la iglesia. Recuerda que nuestra principal misión es dar las buenas noticias y nunca dar la impresión de que estamos para condenar.

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