Me temo que la mayoría de los padres de adolescentes tienen como su meta más básica la regulación de comportamiento de sus hijos. Le temen a los tres grandes vicios de los años de la adolescencia: drogas y alcohol, sexo y deserción de la escuela. Quieren hacer cualquier cosa que evite que esto ocurra. Por lo tanto, buscan maneras de controlar el comportamiento de sus adolescentes. Hacen lo que sea necesario para mantener el control de sus decisiones y actividades. Pasan mucho de su tiempo haciendo trabajo de detectives. Parecen más policías que padres.

Buscan motivar a través del sentimiento de culpa («Después de lo que hemos hecho por ti, ¿así nos lo agradeces?» o «Qué piensas que siente el Señor cuando ve lo que haces?»), a través del miedo («¿Sabes qué enfermedades puedes contraer allí?» o «Si haces eso ¡no se cómo voy a reaccionar! «), o a través de la manipulación («Si tu_, estaríamos mucho más dispuestos a darte el carro» o «Haremos un trato contigo: Si tu _, nosotros_para ti»).

Como padres necesitamos confesar el temor que nos causa tratar de hacer la obra de Dios. En nuestra imposición de culpa, nuestro infundir el temor, y nuestro control por la manipulación, puede ser que estemos tratando de producir lo que sólo Dios puede producir al obrar para cambiar el corazón de nuestros adolescentes. Lo que necesitamos hacer es confiar en su obra al buscar ser, en fe sosegada, instrumentos de cambio en sus manos redentoras. En el mejor de los casos, controlar el comportamiento de un adolescente cuyo corazón no está sometido a Dios, es una victoria a corto plazo. Seguramente, en el momento en que esté fuera de nuestro sistema de control, comenzará a actuar de manera más consistente con los verdaderos pensamientos y motivos de su corazón. Ya no hará lo que es correcto, porque lo correcto que hacía, había sido forzado sobre él por el control externo paterno. Su corazón nunca había cambiado. Vemos esto ves tras ves cuando los adolescentes se van a la universidad y parecen tirar todo lo que «aprendieron» en sus hogares cristianos.

Colosenses 2:20-23 nos advierte en contra de esta estrategia de control del comportamiento:

«Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a preceptos tales como: No manejes, ni gustes, ni aun toques (en conformidad a mandamientos y doctrinas de hombres), cosas que todas se destruyen con el uso? Tales cosas tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo; pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne».

El acercamiento del tipo «reglas y regulaciones» que se enfoca en mantener al adolescente «fuera del problemas», al final de cuentas falla porque no trabaja con el corazón. Como lo declara Pablo tan poderosamente, «no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne». Lo que quiere decir es que no lidian con la fuente del mal comportamiento de una persona, es decir, los deseos pecaminosos del corazón. Pedro dice que la corrupción en el mundo es causada por los deseos malos (2 Pedro 1:4). Tenemos que trabajar al nivel de los deseos del corazón de nuestros adolescentes, o ganaremos muchas batallas pero, al final de cuentas, perderemos la guerra. No es suficiente ser detectives, carceleros y jueces. Debemos ser pastores del corazón de nuestros hijos con el tipo de cuidado fiel y atento que recibimos de nuestro Padre celestial.

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