Hay muy pocos que se atreven a vivir el cristianismo a tope, hay muy pocos dispuestos a renunciar a cosas por una causa, hay muy pocos dispuestos a dejarlo todo. Sin embargo, cuando me acerco a los pasajes de la vida de Jesús y veo el llamamiento de sus discípulos, observo cómo ellos dejaron sus puestos de trabajo, a su familia inclu­so, para seguir a Jesús. No sé si lo pensaron mucho, los textos tampoco nos dan muchas pistas de si co­nocían previamente a Jesús, aunque suponemos que sí. Pero sí sé que ellos decidieron no sólo conocer el mensaje que predicaba Jesús, que estoy casi seguro que habían oído, sino que también deseaban compro­barlo en sus vidas, experimentarlo, vivirlo.

Jefrey D. de León tiene una cita que resume todo esto en una frase: «La mejor forma de averiguar qué quiere Dios de mí para mañana, es obedecerlo hoy», y «debe­mos tirarnos al agua si queremos aprender a nadar». Sí, si quieres comprobar a Dios, hazlo, lánzate, pero no te quedes en la puerta, observando, curioseando, mirando. ¡Qué paradoja! Tal vez, nos esté pasando como cuando vemos la televisión, que a fuerza de ver tantas veces las mismas cosas nos volvemos insensi­bles. Cada día aparecen noticias terriblemente dolo-rosas, cómo niños que mueren de hambre, y sin em­bargo muchas veces nos entra por un oído y nos sale por el otro. Así pasa con Jesús, a fuerza de acudir a la iglesia, de observar desde la distancia, de conocer el cristianismo, la Biblia y asistir a actividades, puede que nos hayamos vuelto insensibles a la voluntad de Dios. Hay que mojarse, hay que atreverse, hay que dar un paso más.

Estamos hablando del proceso de ser transformados, del proceso de abandonar el conformismo, del pro­ceso de ser diferentes. Ese proceso pasa por expe­rimentar a Dios, por obedecerle, por probar muchas más veces el depositar nuestra confianza en él, más que en nuestras propias fuerzas.

Dios es real, muy real. Pero se puede quedar sola­mente en eso, en una realidad que conocemos pero que jamás hemos vivido. Cada día le pido a Dios que mi realidad no sea una realidad vacía, una realidad apartada de él, y cuando no lo hago, lo noto. Éste es el centro de la reflexión. No podemos solamente mojarnos los pies y esperar conocer a Dios y su volun­tad, hay que estar dispuesto a zambullirse aunque no sepamos nadar bien del todo. Recuerdo cómo tantas veces le he reclamado a Dios cosas y no estaba dis­puesto a obedecer lo que decía en su Palabra, así que, literalmente era imposible saber su respuesta. Es cómo el que va cada día a orar pidiendo a Dios que le ayude a aprobar un examen, pero nunca abre el libro para leerse los temas que tiene que estudiar o no asiste a clase.

Si quieres experimentar la realidad de Dios en tu vida, te animo, como siempre, a orar, y por supuesto, a comprobar que él es real.

Extracto del libro “Soy Diferente y Qué”

Por Israel Martorell Alonso

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