Mi esposa y yo nos estábamos yendo a un congreso de fin de semana. Nuestro hijo nos preguntó si se podía quedar con una familia de nuestra iglesia que tenía hijos de su edad. Dimos el permiso, lo llevamos y seguimos nuestro camino. Todo parecía que sería un fin de semana indeterminado y sin incidentes. No sabíamos que Dios tenía algo planeado para nuestro hijo. Este iba a ser un fin de semana de tentación, de elección, de decisión y de un ejercicio costoso de fe.

Antes de que nuestro hijo llegara a la casa de nuestros amigos, los muchachos habían ido a rentar un par de películas. El gran evento de la noche del viernes iba a ser ver películas. Lo que ocurrió fue que esa noche los padres tenían que salir, y después que partieron, las películas salieron de su escondite. No pasó mucho tiempo antes de que nuestro hijo se diera cuenta que los videos contenían material que no debía estar viendo.

¿Qué debía hacer? Podía ver los videos; probablemente ni nosotros ni nuestros amigos nos hubiéramos enterado. Podía protestar y ver si convencía a los demás para no ver esas películas. Pensó en irse a otro lugar, pero realmente no tenía a donde ir.

Decidió tratar de convencer a los otros para no ver los videos. Ellos pensaron que sólo estaba «vacilando» y pusieron el primer video. Como adolescente joven, no sabiendo qué más hacer, pasó la noche en la cocina comiendo más botanas y tomando más refrescos que los que había tomado en toda su vida. Había tomado una decisión. Había ejercitado su convicción. Había soportado la presión por causa de su fe.

Cuando los padres llegaron a la casa y lo encontraron en la cocina, le preguntaron porqué no estaba con los demás. Cuando les explicó, tuvieron dos reacciones. Primero, se enojaron con sus hijos por su elección de videos y por su insensibilidad hacia su invitado. Segundo, se sorprendieron por la decisión que nuestros hijo había tomado para aplicar lo que él pensaba que era lo correcto.

Me temo que muchos de nosotros estamos tan ocupados tomando decisiones por nuestros hijos para mantenerlos seguros que no les enseñamos a desarrollar su propio conjunto de convicciones bíblicas internas. Una cosa es que un adolescente haga lo que es correcto bajo la supervisión de alguien o bajo la amenaza del castigo, pero otra cosa bastante distinta es ver el ejercicio independiente, sin presión y sincero de una convicción personal. Cuando estemos preparando a nuestros hijos adolescentes para vivir una vida piadosa en este mundo oscuro y caído, es indispensable que pongamos como una de nuestras metas primarias el desarrollo de convicciones internas.

Extracto del libro «Edad de Oportunidad».

Por Paul David Tripp.

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