LAS 5 ETAPAS DEL DESARROLLO HUMANO Y UNA VISIÓN INTEGRADA

Los misioneros nos enseñaron a divorciar el ministerio de niños res­pecto del ministerio de jóvenes. Nos enseñaron que ministerio juvenil era hacer una reunión como la de adultos, pero en un día diferente de la semana con participantes de menor edad. Me enseñaron que el mejor método de enseñanza es un monologo que en promedio debe durar unos 50 minutos (supongo que fui afortunado porque en algunos círculos enseñaron que al menos debía durar una hora para ser bíblico o hasta que el Espíritu Santo se digne a bajar, según se sea conservador o carismático). Me enseñaron a mirar más nucas que caras a la hora de aprender de Dios, que la Biblia se enseña en el templo y no en la casa y que las preguntas eran señales de rebeldía. Me enseñaron también que el final de la juventud es el matrimonio, y en muchas iglesias me enseñaron que la universidad es enemiga de la fe, o al menos de la igle­sia, porque suele ser la puerta de atrás por la que muchos simplemente dejan de participar.

Lo que descubrí al buscar a Dios y estudiando la neurociencia del desarrollo humano, es que hay 5 etapas camino a la adultez:

0-5 AÑOS. La maternidad, donde la familia es la cuna de la iden­tidad y los padres son los centros de nuestro universo o la razón por la que correremos el riesgo de sentirnos a la deriva por el resto de nuestros días. Una etapa donde la iglesia como institución puede acompañar y animar, pero es muy difícil compensar lo que haga o no haga la familia.

6-10 AÑOS. La niñez, donde el cerebro humano está en ebullición. Pueden retener información específica como inves­tigadores de serie policial, y por eso en la familia y la iglesia debemos intencionalmente convertirnos en maestros. El ministerio de niños no tiene como objetivo que no distraigan a sus padres durante las reuniones. Cada momento es la preciosa oportunidad de una lec­ción objetiva y las familias y la iglesia pueden ser los cómplices perfectos para que cada niño comience a conocer la gran historia a la que Dios los invitó a ser protagonistas.

11-13 AÑOS. La pre adolescencia, donde llega el pensamiento abs­tracto y el cuerpo comienza su carrera de Fórmula 1 de cambios. Ser un tween de 10 a 12 años es encontrarte en la más maravillosa pero también espeluznante mon­taña rusa de cambios físicos, cognitivos y sociales. Si hay algo consistente con esta etapa es justamente la incon­sistencia. Algunos tweens duermen con ositos de pelu- che y otros ya no pueden concebir su vida sin el celular para grabar sus próximos videos; y lo más colorido es que pueden ser los mismos chicos que el mismo día juegan con muñecos o se quieren vestir como las más extravagantes estrellas pop. El mundo ya se despertó a la realidad de que la pre adolescencia es una edad vital para crear nuevos clientes y por eso hay canales y marcas devotas a los chicos de esta edad. En estos cortos años que pasan volando tienen muy poca expe­riencia y por eso el mundo puede hacerles sentido de manera simplista. Los mejores líderes aprovechan esa confianza para ayudarles a extender sus alas y probar nuevas fronteras.

14-18 AÑOS. La Adolescencia, donde se expresan nuestras mayores vulnerabilidades de cara a responder la gran pregunta de la identidad y los amigos se convierten en el espejo a la hora de definir el maquillaje de nuestros valores. Los monólogos adultos comienzan a ser respondidos con monosílabos. La palabra “nada” comienza describir una infinidad de actividades y el “porque yo digo” o “porque lo dice la Biblia” comienzan a recibir miradas desafiantes. A los adolescentes ya no hay que decirles que pensar sino ayudarlos A pensar. Sus “yo emergentes” pueden emocionarse y estresarse por igual pensando en el futuro y por eso esta es la etapa vital para comenzar a confiar en el Señor por ellos mismos, aunque eso no ocurra sin algunos buenos desafíos.

19-25 AÑOS. La Juventud, donde nos lanzamos a la autonomía como capitanes de nuestro futuro. Esta es la etapa que nos imaginamos desde la pre adolescencia solo que ahora ya no se trata de imaginarla sino de vivirla y, sobre todo, de decidir. Todo pasa por las decisiones personales. Vocación, sexualidad, pareja, economía y fe comien­zan a ser términos que compiten entre sí. La iglesia no puede ni tratarlos ni esperar que se comprometan como adolescentes. Con los 18 llega la independencia y las obligaciones adultas, aunque todavía quieren ser jóvenes y en la iglesia debemos aprender a acompañar­los con sabiduría.

Y toco un punto sensible ya mismo. ¿Y por qué los 25? En todos estos meses que he comenzado a hablar de liderazgo generacional, todo lo que voy explicando causa gran entusiasmo, hasta que llego a esta parte. ¿La juventud tiene un final? La medicina del cuerpo humano y en particular la neurología habla de una pronunciada desaceleración neuronal y hormonal entre los 25 y los 26 años. Es decir, la ciencia corrobora que Dios diseñó una llegada física y mental a la adultez. ¿Y por qué eso suena a mala noticia? Porque así nos adoctrinó la cultura. En particular desde los años 60 se nos condiciona audiovisualmente mediante los medios masivos de comunicaciones que el ideal del ser humano es ser un eterno adolescente. Debemos vernos como adolescentes y comportarnos como adolescentes. ¿Y quiénes lo logran? Los artistas pop mediante una gran inversión en cirugías, la ayuda del Photoshop y la orquestación de algún escándalo para permanecer en el stage de los intereses de los medios. Los demás, solo lo intentamos. Es decir, se nos fue enseñando que madurar es negativo… ¿Madurar es negativo? ¡Qué locura!

Si Dios diseñó la adultez para la plena expresión de nuestro aporte a la vida, entonces es una etapa tremenda y preciosa y no una mala noticia. El problema está en llegar a la adultez sin madurar… y por eso estamos hablando de liderazgo generacional, ya que la meta es ayudar a la iglesia a desarrollar discípulos maduros de Cristo Jesús como decía el apóstol Pablo a los Colosenses (Colosenses 1:28).

En resumen, la visión del LIDERAZGO GENERACIONAL es desarrollar una pastoral pertinente para cada una de las etapas del desarrollo hacia la adultez y hacerlo con una estrategia continuada en vez de segmentada, planificando transiciones inteligentes entre esas etapas. Los pastores del ya y del mañana necesitamos tener en claro que la iglesia siempre está a una generación de morir ya que Dios no tiene nietos. Los hijos de cristianos necesitan su propio encuentro personal con el Señor y necesitan ser discipulados en familia hacia a una adultez, madura en Cristo Jesús y esta es una reforma que continúa.

Extracto del libro Reforma Que Alcanza a Las Nuevas Generaciones

Por Lucas Leys

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