He escuchado cientos de sermones, pero aún recuerdo esta frase de uno que dio mi padre: «Cuando usted tiene un hijo, se abre una tumba». Suena mórbida, pero mi padre les estaba recordando a sus oyentes, como la Escritura lo hace en muchos lugares, que nuestras vidas son pasajeras. Esta manera de pensar es exactamente opuesta a nuestra men­talidad orientada a la seguridad y que busca prepararse para el futu­ro. Y creo que en el centro de nuestros problemas con la sobrepro­tección se halla nuestra necesidad humana de control. Sin embargo, Dios se niega a ser controlado.

A la generación sobreprotegida se le ha vendido la mentira de que la «vida cristiana» significa bendiciones materiales, protección automática y seguridad a prueba de balas. Dos milenios de már­tires cristianos nos permiten discrepar, y muchos adultos jóvenes hoy están interesados en las vidas de riesgo de esos mártires y su cumplimiento. Se hallan desesperados por una nueva forma de entender y experimentar los riesgos dignos de seguir a Cristo. La vida sin un sentido de urgencia —una vida que es segura, incubada, aislada, sobreprotegida, débil— no vale la pena vivirla. La próxima generación está rogando por influencia, trascendencia, una vida de significado e impacto. Piensa en tu película o libro favorito. Invaria­blemente las mejores historias, sin importar el escenario, implican riesgos significativos para los personajes. Nos preocupamos por los personajes para los que los peligros son altos, sin embargo, hemos hecho todo lo posible por reducir los riesgos para los más nuevos protagonistas de la vida real en la grande y arriesgada historia de Dios. Vamos a reorientar nuestro pensamiento sobre el apropiado rol del riesgo en nuestro testimonio cristiano actual.

RIESGOS DE SER PADRES

Desafortunadamente, no hay padre cristiano que gane un premio en el cielo por preparar a sus hijos para vivir una vida larga y segu­ra. ¡Claro que todos esperamos llegar a una edad madura y no hay nada de malo en procurar no morir joven! Sin embargo, Dios no mide la efectividad de los padres basándose en cuánto aminoren el riesgo. Dios observa cómo le damos forma a los corazones y mentes de nuestros hijos para que sean receptivos y obedientes a él.

Esto es lo que significa tomar en serio las palabras de Jesús: «Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la encontrará» (Mateo 16:25). ¿Estamos dispuestos a aceptar esta verdad en nombre de los hijos que Dios ha confiado a nuestro cuidado?

Mis amigos Kate y Britt Merrick se han mostrado fervientes e incansables en la lucha contra el cáncer que ha invadido el cuerpo de su audaz e inteligente hija de diecisiete años de edad, Daisy. Dios ha bendecido su recuperación hasta el momento, pero Britt, un pastor en el sur de California, ha sido muy claro durante el último año en su enseñanza de que la esperanza de la iglesia y los padres no es que cada niño sobreviva, sino radica en que Jesús es el Señor. Ese tipo de fe me deja sin aliento, y realmente creo que es la clase de fe a la que todos los padres seguidores de Cristo somos llamados. Nunca de­bemos dejar de interceder en nombre de nuestros hijos, pero po­niendo nuestra esperanza en Jesús, que es Señor de todos.

Por supuesto, hay momentos cuando y lugares donde se debe proteger a nuestros hijos del peligro y las cosas no deseadas. Tene­mos la responsabilidad bíblica de criar a nuestros hijos, en especial a los niños pequeños, en ambientes seguros y devotos. Sin embargo, no debemos usar nuestro temor por su seguridad como una excusa para no prepararlos adecuadamente a fin de ser usados por Dios. Jesús oró al Padre por sus discípulos: «No te pido que los quites del mundo, sino que los protejas del maligno» (Juan 17:15). ¿Podría­mos tener la grada y el coraje para orar lo mismo con relación a nuestros hijos?

¿Y si Dios está preparando a esta generación para grandes hazañas en su nombre? ¿Y si un nuevo renacimiento de la misión global pudiera ser llevado a cabo por esta generación? ¿Está nuestra preocupación por la seguridad manteniendo a nuestros hijos al margen? ¿O somos socios dispuestos en la tarea de prepararlos para lo que Dios ha planeado?

Extracto del libro Me Perdieron

Por David Kinnaman

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