Un sentimiento cada vez mayor de esta generación es que quiere ser, en las palabras de mi amigo Gabe Lyons, una contracultura para el bien común. Muchos jóvenes cristianos tienen la intención de seguir a Cristo de una manera que no los separe de la cultura. Ellos quieren crear cultura, no evitar la cultura. Este tipo de influencia tiene un costo. A veces, ser influyente cultural se produce al costo de la aceptación dentro de la comuni­dad cristiana, como descubrió Sam cuando su canción de amor fue un éxito en la corriente principal. Aquellos que parecen estar muy cómodos con los negocios seculares, los medios de comunicación, el entretenimiento, las ciencias sociales y la política son vistos con escepticismo por muchos cristianos devotos.

Por una razón similar, sé que algunos creyentes jóvenes se resisten a estar vinculados a una «tribu cristiana», que tiene una reputación decididamente negativa en muchos sectores de nues­tra sociedad. Hay una talentosa actriz en Broadway que siente que debe mantener su buena fe cristiana en las sombras. Un conocido cantante y compositor en sus veinte años siente la necesidad de ser cauteloso públicamente en cuanto a las conexiones con su fe. Senti­mientos similares son experimentados por otros jóvenes cristianos en la ciencia, el gobierno, los negocios y a nivel académico. No es que escondan su fe exactamente, sino que son solo intencionales sobre cuándo y a quién se la revelan.

Casi puedo oír lo que algunos lectores están pensando en este momento: ¿No será que simplemente se avergüenzan del evangelio? ¿Se encuentran estos jóvenes cristianos dispuestos a defender a Cristo o no? Entiendo estas preguntas, pero quiero que imagine­mos por un momento que estos jóvenes son misioneros en un gru­po de personas que no saben nada acerca de Cristo, Dios o la Biblia. Supongamos que son misioneros en una dictadura islámica donde sus medios de subsistencia e incluso su vida están en riesgo. Si bien no aspiran a vivir una vida larga para su propio bien —desean por encima de todo vivir para los propósitos de Dios— no quieren ser irresponsables con los dones de Dios de la vida, el talento, la re­lación y la oportunidad. En tal ambiente un misionero ha de ser exigente en cuanto a cómo y cuándo revelar su fe. Quiero sugerir que deberíamos ver a los jóvenes que están utilizando sus dones en nuestra cultura más amplia como misioneros. Ellos están ayudando a recrear, renovar y redimir la cultura mediante la adición de sus voces a la conversación más amplia sobre lo que significa ser huma­nos. No, la mayoría no está repartiendo folletos religiosos, pero al vivir según su llamado para reflejar la imagen del Creador, señalan el camino hacia él, lo que resulta más difícil de lo que parece. Tal vez aquellos de nosotros que somos más viejos necesitamos no ser tan severos con ellos y dejarlos ministrar como Dios lo indica en una cultura que es muy diferente de aquella en la que nos criamos. Los seguidores de Cristo deben enfrentarse a dos tentaciones opuestas.

La primera es la retirada cultural. Cuando nos retiramos por completo de la cultura que nos rodea, descuidamos el llamado de Jesús a ser «la luz del mundo» (Mateo 5:14). Tenemos un de­ber, una obligación cristiana saludable, bendecir al mundo que nos rodea. El profeta Jeremías le hizo este desafío al pueblo de Dios exi­liado en Babilonia: Jeremías 29:5-7. Lea la última línea otra vez. Vamos a crear música, películas, herramientas, cultos e ideas que bendigan a las personas a nuestro alrededor, cristianos o no. Tenemos la bendición de ser una bendición.

La segunda tentación es la adaptación cultural. Un sano de­seo de influenciar a la cultura puede convertirse fácilmente en una preocupación malsana de ser aceptado por la cultura dominante. Cuando esto sucede, consumimos lo que el mundo tiene que ofre­cer y terminamos con vidas que no son diferentes a las de cualquier otra persona. Ciertos cristianos en cada generación han sucumbido a esta tentación, incluyendo a los mosaicos, algunos de los cuales prefieren ser populares que parecidos a Cristo.

En la tensión crítica entre la retirada cultural y la adaptación cultural, necesitamos nuevas y mejores formas —una nueva menta­lidad— para equipar a una nueva generación a fin de que viva en el mundo, pero no pertenezca a él. Esto puede implicar que los padres y los líderes religiosos deben permitirles a los jóvenes asumir mayo­res riesgos. Puede significar confiar en que su vocación es diferente a la nuestra y requiere que ellos vivan en un mayor grado de tensión del que nos haría sentir cómodos. Sin duda, significa que tenemos que facilitar las relaciones transparentes y las conversaciones para que todos podamos encontrar el espacio de Dios entre la retirada y la adaptación.

Mis amigos Steve y Valerie han modelado esta «nueva men­talidad» mientras su hijo, un cineasta, crecía para convertirse en hombre. Steve y Valerie han servido en algunas de las or­ganizaciones cristianas más influyentes de los Estados Unidos, y cuando Justin decidió estudiar cinematografía en un programa de cine secular después de terminar el seminario, oyeron un montón de preocupaciones: «Los cristianos y Hollywood no se mezclan». «¡Pero él tenía un futuro brillante como líder de la iglesia!». Su fa­milia siempre ha estado comprometida con la cultura —apoyan a las escuelas públicas, asisten al cine y al teatro, y se relacionan de manera activa con sus amigos y vecinos seculares— y están dis­puestos a correr riesgos, o pensaban que estaban preparados.

Sin embargo, Steve me dijo: «Deberías ver algunas de las princi­pales películas en las que ha trabajado a fin de construir su credibi­lidad en la corriente principal de Hollywood, David. Es en su mayor parte un gran material. No obstante, las secciones también son dis­cordantes. La primera película que llegó a los cines a nivel nacio­nal con su nombre en los créditos empieza con una escena de sexo que no es visualmente explícita, pero no deja ninguna duda sobre lo que está sucediendo. Pensé: ¡Vaya! ¿A quién me siento cómodo invitando a ver esto? ¿Cuántas personas cristianas entenderán cuán estratégicamente se ha situado, que él podría ser el único seguidor de Cristo que algunos de estos tipos de Hollywood conozcan, uno de los únicos creyentes con acceso al interior?».

«Cuando algunos cristianos nos dicen que están orando por él», afirmó Valerie, «supongo que en realidad quieren decir que esperan que no se vaya al infierno en Hollywood. Nos gustaría que oraran que encontrara favor y trabajo para el placer de Dios. ¿Sabes qué? Nuestro hijo nos está enseñando, a sus padres ministros, cómo puede una película revelar la verdad acerca de nuestra condición humana y nuestra necesidad de redención en formas que son tan poderosas y provocativas como cualquier sermón».

Steve continuó: «Si fuéramos más jóvenes y valientes, nos gus­taría pensar que seguiríamos un camino similar. No obstante, Justin está siguiendo el llamamiento único de Dios en su vida, y estamos más convencidos que nunca sobre la fortaleza de su fe, a pesar de que se expresa en su vida profesional de forma diferente a la nues­tra».

Extracto del libro Me Perdieron

Por David Kinnaman

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