Pensemos de nuevo en uno de los argumentos centrales de este li­bro: la próxima generación está viviendo un período social, cultural y de cambio tecnológico condensado. Este ambiente los invita a vi­vir su fe de maneras nuevas y a veces sorprendentes.

Quiero sugerir que el deseo generalizado de una vida en la co­rriente principal es una de las consecuencias del cambio monumen­tal. Esta no es la primera vez que la corriente principal ha inspirado a los fieles creyentes. Piensa de nuevo en el relato bíblico de Daniel. La vida en Babilonia le había dado al joven hebreo la plataforma y la oportunidad de influenciar ampliamente a los círculos políticos y del poder en la sociedad. Dios usó a Daniel y a sus compañeros, exiliados en una cultura pagana, para lograr sus propósitos. ¿Podría ser que el deseo cada vez mayor de la corriente principal entre la ge­neración más joven sea el trabajo de Dios preparándolos para traer la restauración y la renovación de nuestra cultura? Creo que sí.

Sin embargo, este potencial esperanzador en la próxima gene­ración también viene con una serie de desafíos muy reales. Una as­piración para influenciar a la cultura sugiere la pregunta de cómo expresar (estando en el mundo, pero no siendo parte de él) la fide­lidad, y también de cómo hacerle frente a la píldora venenosa de la adaptación cultural que la influencia de la corriente principal pone a nuestra disposición. Déjame expresarlo de esta manera: ganar la credibilidad por sí misma es vanidad, ganar credibilidad para parti­cipar en la obra de Dios a fin de redimir a su mundo es una misión. Me preocupa que demasiados cristianos mosaicos estén tan intere­sados en la búsqueda de lo bueno, la verdad y lo hermoso, que se olvidan de reconocer y acercarse a la fuente de esa búsqueda: Jesús.

La iglesia debe ayudar a la próxima generación a vivir diferente, al cambiar nuestra sobreprotección por discernimiento. Estos son algunos ejemplos:

La sobreprotección caracteriza a todo lo que no es cristiano como malvado.

El discernimiento ayuda a los jóvenes a entender que las otras personas no son nuestros enemigos, pero que hay un que­brantamiento fundamental en los seres humanos y un adver­sario que tiene la intención de descarrilarnos de cualquier manera posible.

La sobreprotección establece reglas estrictas sobre el uso de los medios de comunicación para «salvar a los niños de la indecencia». Evita ver, leer y hablar sobre los acontecimientos actuales y la cultura popular con la esperanza de que solo van a desaparecer.

El discernimiento lee «la Biblia y el periódico», según el famoso enunciado del teólogo Karl Barth (el cual podríamos actua­lizar a este: «la Biblia y la Internet»). A menos que elijamos vivir en una retirada comunidad cristiana —que es una op­ción viable para solo unos pocos— la exposición a la cultu­ra impulsada por los medios de comunicación es inevitable. En lugar de mantenernos alejados de películas, música, sitios web, libros y programas de televisión seculares, debemos ver, escuchar y leer juntos y hacer «exégesis cultural» como una comunidad de fieles.

La sobreprotección simplifica demasiado las cosas difíciles de la vida —sufrimiento, fracaso, relaciones— y ofrece fórmulas en lugar de respuestas honestas y contextualizadas.

El discernimiento es transparente acerca de los peligros de ser humano y enseña el testimonio completo de la Escritura, el cual es complicado, complejo, y en última instancia maravi­llosamente real.

La sobreprotección desalienta el asumir riesgos y utiliza el mie­do para «proteger» a la próxima generación.

El discernimiento guía a los jóvenes a confiar en Dios sin miedo, y a seguir a Cristo en el poder del Espíritu, incluso arriesgan­do sus vidas, reputación y el éxito mundano.

La sobreprotección trata de convencer a los jóvenes de que la única (o mejor manera) de servir a Dios es trabajando en una iglesia, parroquia, organización cristiana sin fines de lucro, o en el campo misionero.

El discernimiento reconoce que no hay diferencia entre los tra­bajos sagrados y las profesiones seculares. Sí, necesitamos personas jóvenes con llamado y preparadas para servir como sacerdotes, pastores, evangelistas y misioneros. Sin embargo, también necesitamos afirmar el poderoso sentimiento cap­turado por el teólogo y político holandés Abraham Kuyper: «¡Ah, ningún pedazo de nuestra mente deberá estar herméti­camente aislado del resto, y no existe una pulgada cuadrada en todo el dominio de nuestra existencia humana sobre la que Cristo, que es el soberano de todo, no clame: “¡Mío!”».

La sobreprotección pinta un cuadro falso de la realidad, que hace más daño a las personas jóvenes a largo plazo que lo que la honestidad haría a corto plazo. A muchos adolescentes y adultos jóvenes se les ha dicho que pueden ser, hacer y tener lo que quieran, solo para darse cuenta de que el «mundo real» no es tan complaciente.

El discernimiento desarrolla una teología sólida de llamado que reconoce el propósito único de cada persona y sus dones es­pirituales como nada menos (o más) que lo que Dios ha pre­destinado. Reconozcamos que el Espíritu Santo tiene planes para la próxima generación que son más grandes de lo que ellos pueden soñar para sí mismos, y procuremos sintonizar sus corazones para que oigan su voz, no solo la nuestra.

Extracto del libro Me Perdieron

Por David Kinnaman

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