C. PARALIZANTE FALTA DE CONFIANZA EN UNO MISMO

Una amiga mía me contó hace poco acerca de una mujer joven que está asesorando. Chris, quien tiene veintiséis años, está aterrorizada de tomar una decisión… cualquier decisión. Su inseguridad y el miedo al remordimiento son intensos y constantes, ya sea que esté eligiendo entre marcas de pastas en el supermercado o decidiendo si aceptar la propuesta de matrimonio de su novio. A veces Chris piensa que tiene un llamado a las misiones, o al ministerio a tiempo completo, pero otras veces no está tan segura. Recientemente le dijo a mi amiga que prefiere trabajar en su empleo con un salario míni­mo y vivir con su compañera de la universidad durante años antes que tomar la decisión «incorrecta» sobre la próxima fase de su vida.

Chris es un ejemplo extremo, pero muchos veinteañeros ex­perimentan una gran falta de confianza en sí mismos, lo suficiente grave como para mantenerlos en una parálisis personal, profesio­nal, relaciona! y espiritual. Piensa en esto. Durante toda su vida, los adultos jóvenes con padres helicópteros han sido protegidos contra el fracaso y el remordimiento. Para sus mentes, las consecuencias negativas son en verdad impensables… ¡tal vez ni siquiera posibles de sobrevivir! ¿Por qué otra razón sus padres los protegerían de un modo tan absoluto?

Algunos adultos jóvenes criados en la iglesia experimentan una similar falta de confianza en sí mismos al tener que hacer juicios espirituales. En lugar de equiparlos para tomar decisiones bien pen­sadas, acompañadas de oración, y luego confiar en que Dios dará el resultado, la iglesia ha inculcado un miedo debilitante al pecado o a «estar fuera de la voluntad de Dios». ¿Cómo podemos esperar que la próxima generación avance con confianza hacia el futuro de Dios cuando tiene miedo de dar un paso en falso?

D. PÉRDIDA DE PERSONAS CREATIVAS

Una cuarta consecuencia de la sobreprotección es la pérdida de muchos de los más talentosos y creativos individuos de la comu­nidad eclesial. Esta percepción —que la iglesia es sobreprotecto­ra— es más común en los jóvenes exiliados, aquellos que se sienten atrapados entre el mundo seguro y confortable de sus experiencias de la iglesia, y la peligrosa y abarcadora fe que ellos creen que Dios requiere. Los exiliados desean seguir a Jesús de una manera que se conecte con el mundo en que viven, colaborar con Dios fuera de los muros de la iglesia y seguir el cristianismo sin separarse del mundo. Muchos de estos exiliados también son creativos —artistas, músicos, directores y productores de cine— que sienten que su vocación no está acorde con su educación cristiana. Piensan que la iglesia no sabe qué hacer con las personas creativas como ellos.

A muchos de los más brillantes talentos de la iglesia, al igual que a Saín, se les ha pedido que limiten sus aptitudes al servicio de la comunidad cristiana. Como consecuencia de ello, muchos jóve­nes creativos se han ido. No es una mera coincidencia que muchos de los mejores artistas de hoy no continúen su herencia de asistir a la iglesia. La iglesia tiene dificultades al preparar a estos jóvenes para el servicio en el mundo, al mismo tiempo que los mantiene anclados y profundamente conectados con el cuerpo de Cristo.

No hace mucho tuve el privilegio de visitar la Casa del Arte de mi amigo Charlie Peacock en Nashville. Allí hablé con un grupo de setenta jóvenes músicos y artistas, quienes luego compartieron sus formidables talentos conmigo y con los demás. Me llamó la atención que muy pocos de estos jóvenes creativos es­tán buscando seguir una carrera en la industria de la música cristia­na, sino que la mayoría está tratando de ir a la corriente dominante con sus talentos. También me ha impresionado su afán de aprender a vivir con su fe fuera de la subcultura cristiana. Charlie y el otro coordinador del evento, Mark Rodgers de The Wedgwood Circle, los preparan para seguir a Cristo mientras navegan a través de las aguas infestadas de caníbales y ego de la industria del entretenimiento secular. Durante los descansos entre las sesiones, algunos de los músicos me expresaron su frustración por la falta de apoyo de sus iglesias locales, que son ambivalentes en el mejor de los casos y en el peor condenan sus sueños de tener una carrera convencional.

Y no son solo los jóvenes músicos. Nuestro estudio ha encon­trado un deseo entre muchos jóvenes cristianos creativos de parti­cipar en el mundo de una forma más amplia. He entrevistado a jó­venes actores y directores, artistas gráficos, diseñadores y activistas, así como a los adultos jóvenes de otras carreras creativas, que creen que la comunidad cristiana ha sido innecesariamente aislante. Ellos no quieren ser enviados al «gueto cristiano», una frase que apare­ce constantemente en nuestras entrevistas. La mayoría se hace eco del sentimiento de que la iglesia no es un lugar seguro para asumir riesgos y no le da la bienvenida a la creatividad tan presente en la próxima generación.

Extracto del libro Me Perdieron

Por David Kinnaman

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