En pocas palabras, muchos jóvenes cristianos se sienten sobreprotegidos. Millones de jóvenes creyentes perciben que la iglesia los ha mantenido separados y temerosos del mundo… un mundo, eso sí, que son llamados a redimir por su fe en Cristo. Démosle un vistazo a cómo esta tristemente irónica aversión al riesgo está causando desconexiones importantes.
A. EMOCIONES ALTERNAS
Una de las consecuencias más significativas de haber sido sobreprotegidos es que millones de jóvenes buscan emociones fuera de los límites tradicionales. Puede tratarse de la pornografía o la experimentación sexual, las drogas y otras sustancias adictivas, la búsqueda de una emoción extrema (YouTube está repleto de estúpidos y arriesgados desafíos humanos), la inmersión total en el universo de los videojuegos, un bajo y alto rendimiento, ejercitarse en exceso, sufrir trastornos en la alimentación, y así sucesivamente. Creo que la autolesión entre los adolescentes y adultos jóvenes también está relacionada con su deseo de asumir riesgos. Algunos jóvenes se cortan «solo para sentir algo».
El cristianismo libre de riesgo también inspira la búsqueda de otras formas de espiritualidad. Uno de cada cuatro adultos jóvenes (27%) nos dijo: «Crecí como cristiano, pero desde entonces he probado otras religiones o prácticas espirituales». Conocimos a una mujer joven, una nómada católica que siente curiosidad en cuanto al bahaísmo. «Parece muy diferente de lo que recibí en el catecismo», dijo. «Jesús es presentado como un hacedor de milagros, pero esa no fue mi experiencia. Un amigo me habló de la fe Bahái. Y mientras sentía como si él estuviera tratando de convertirme, describió una aventura espiritual que resultaba bastante atractiva».
Sí, algunos jóvenes se ven impulsados a las emociones porque la cultura popular está constantemente tratando de superar el espectáculo de sí misma: «¡Nunca has visto algo como esto!», parece prometer cada anuncio. Sin embargo, la iglesia debe admitir el papel que ha jugado en la transmisión de una fe que es digna de un bostezo, en lugar de digna de Cristo.
B. FRACASO AL DESPEGAR
La cultura de mayores expectativas —así como también los significativos obstáculos económicos y profesionales que los jóvenes deben superar— está haciendo que resulte más difícil que nunca «despegar», ponerse en marcha en la vida. La mayoría de los veinteañeros no han terminado las principales transiciones que han llegado a definir la edad adulta: dejar el hogar, completar la educación superior, lograr la independencia financiera, casarse y comenzar una familia, y así sucesivamente.
Aunque hay muchas razones sociales y económicas para este retraso (por ejemplo, la opinión cada vez más común de que el matrimonio debe ser retrasado), creo que la comunidad cristiana es cómplice en el fracaso de los adultos jóvenes para despegar. No se ha provisto una voz clara, convincente y profética que responda a los problemas que causan que los jóvenes permanezcan «atascados». Hace unos años, el Grupo Barna llevó a cabo una investigación para una importante denominación de protestantes tradicionales. Entrevistamos a jóvenes que solían congregarse y descubrimos que una de las principales razones por las que habían dejado la iglesia era que su comunidad de fe no había sido capaz de ayudarlos a lidiar con los asuntos de la vida a los que se enfrentaban. A menudo, no hemos proporcionado un entrenamiento práctico en cuanto al matrimonio, la paternidad, la vocación, el llamado y todas las decisiones menores que los adultos emergentes deben hacer a lo largo del camino hacia la madurez.
Un hombre joven y brillante que entrevistamos describió cómo una de sus maestras de la secundaria se sorprendió al descubrir que él tenía la intención de asistir a una universidad cristiana. «Ella me dijo que iba a renunciar a decenas de miles de dólares en poder adquisitivo anual por no elegir una universidad de “alto perfil”. Mientras reflexionaba en su consejo, nunca se me ocurrió que debería hablar con alguien de mi iglesia al respecto».
Extracto del libro Me Perdieron
Por David Kinnaman