Las personas influyentes en la cultura aceptan riesgos por causa del evangelio, pero me preocupa que muchos en la próxima generación no aprecian plenamente la importancia de la santidad y la obedien­cia. Es correcto que los jóvenes seguidores de Cristo lleven una vida de influencia en la corriente principal, sin embargo, es peligroso —y no en el buen sentido que lo hagan sin la comprensión del poder de seducción de nuestra cultura.

Debemos orientar a los jóvenes culturalmente influyentes le­jos de la tentación de medir su fidelidad, dignidad personal, efec­tividad o talento por el nivel de aceptación general que logran. Cuando los estándares de éxito del mundo se convierten en la medida, los cristianos, con la mejor de las intenciones, ceden a la presión de tomar atajos, hacer trampa, aunque sea solo un poco, mentir para proteger su reputación, aceptar un favor por debajo de la mesa, pasar por alto a los marginados a fin de complacer al grupo de moda, o ser arrastrados por sus propios límites de conducta, todo para estar a la altura de las normas de la sociedad. Ganar credibilidad con el mundo no debe ser más importante que la obediencia a Dios. El apóstol Juan escribió: «No amen al mundo ni nada de lo que hay en él. Si alguien ama al mundo, no tiene el amor del Padre. Porque nada de lo que hay en el mundo —los malos deseos del cuerpo, la codicia de los ojos y la arrogancia de la vida— proviene del Padre sino del mundo. El mundo se acaba con sus malos deseos, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre (1 Juan 2:15-17). Vivir una vida creativa, llena del Espíritu, separada para los propósitos santos del Señor, no es para él de poca fuerza de volun­tad.

Mirando de nuevo la vida de Daniel, vemos que la santidad lo definía y le daba influencia en el mundo que lo rodeaba. Su acceso a la elite cultural babilónica le brindaba la oportunidad de hablarle con la verdad al poder. No obstante, fue su compromiso con la san­tidad lo que le mereció ser escuchado… y también lo llevó al foso de los leones (Daniel 6). Dios cerró la boca de los leones y reivin­dicó a Daniel ante los políticos de Babilonia que habían conspirado para verlo muerto. Sin embargo, la santidad arriesgada no siempre tiene un final feliz. Durante la Segunda Guerra Mundial, el pastor de descenden­cia alemana Dietrich Bonhoeífer asumió una posición en contra de Adolfo Hitler y el tercer Reich, así como en contra de la iglesia alemana, que ignoró e incluso apoyó al régimen nazi. Bonhoeífer estaba convencido de que los seguidores de Cristo tienen la obli­gación de no retirarse de la cultura (incluso cuando es tan malvada como los nazis), sino ser parte de ella, y de no acomodarse a la cultura (como hizo la iglesia alemana), sino evitar ser parte de la misma.

Tres semanas antes de que la guerra terminara, Dietrich Bonhoeífer fue ahorcado por conspirar contra el gobierno. Había arries­gado todo para obedecer en santidad, pero Dios no «cerró la boca de los leones». «El momento como el de Daniel» de Bonhoeffer lo llevó a la muerte.

Su vida y su muerte constituyen un reto marcado para todo aquel que cree que seguir a Cristo es el camino fácil a la bendición, la riqueza, la comodidad y la aceptación. Y en general, la influencia de su vida y sus escritos representan un reproche a una iglesia que ha fallado muy a menudo en preparar a la próxima generación para la gran, aterradora y estimulante aventura de la misión de Dios para el mundo. Cada uno de nosotros se enfrenta a un «momento como el de Daniel» en algún momento de nuestra vida. Tal vez a más de uno. ¿Sabremos —y aquellos a quienes Dios nos ha llamado a discipular— qué hacer cuando llegue?

Extracto del libro Me Perdieron

Por David Kinnaman

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