UN CONSEJERO MUESTRA AMOR (1º Corintios 13:2-7).

Entre las características que hemos mencionado, tanto la atención como la escucha son sumamente importantes. Pero, tal como nos enseña la Biblia, si todo esto no está envuelto en amor, de nada sirve…

Habitualmente, cuando leemos 1 Corintios 13, pensamos que estamos leyendo una descripción de cómo debe ser el amor entre esposo y esposa. Sin embargo, estos versículos describen la clase de amor que Dios demuestra hacia sus criaturas, y esta es también la clase de amor que el Señor espera que podamos reflejar en cada vínculo humano. El pasaje nos habla también del amor que mostró Jesús al entregar su vida por nosotros. Es el amor «ágape», el amor que se sacrifica, el amor que se entrega, el amor que da sin esperar recibir nada a cambio. ¡Esta es la clase de amor al que está llamado un maestro/consejero!

Vemos, entonces, que esta clase especial de amor que se describe en 1 Corintios 13 se evidencia en los maestros de niños de las siguientes formas.

Un amor paciente: Un maestro que comprende que cada niño tiene sus tiempos. Un maestro que sabe que, como dice Eclesiastés 3.1,7 «Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el sol», y que hay «un tiempo para callar, y un tiempo para hablar». Esta clase de maestro reconoce el momento oportuno para invitar al niño a conversar, y respeta también cuando el pequeño prefiere callar.

Un maestro que ama es un maestro paciente.

Un amor bondadoso: Un maestro que actúa con bondad, que es amable y afectuoso. La bondad se muestra en una caricia, en una palabra de aliento, en una mirada de ternura, en un apretón de manos, o en una palmada en la espalda que muestra cariño y apoyo.

Un maestro que ama es un maestro bueno.

Un amor que no se enoja fácilmente: Un maestro que no se irrita por cualquier cosa, que tiene dominio de sus emociones, y que sabe controlar sus reacciones. Este es un maestro que sabe ponerse firme, y que habla con autoridad, pero aun hablando así muestra bondad.

Un maestro que ama no se enoja fácilmente.

Un amor que todo lo disculpa: Un maestro que busca la restauración, y que ayuda a los niños a enmendar el error. Se trata de un maestro que sabe pasar por alto la ofensa, y no queda resentido. Es un maestro que sabe disculpar a otros y pedir disculpas, y que enseña el valor del perdón.

Un maestro que ama es un maestro que perdona.

Un amor que todo lo cree: Un maestro que confía en el niño. Es muy importante que el niño encuentre personas que crean en él y que no juzguen su relato. Hay que darle crédito a lo que comparte el niño.

Un maestro que ama es un maestro que cree en el niño.

Un amor que todo lo espera: Un maestro que confía en la siembra que está haciendo en el niño. Se trata de un maestro que mira la vida del niño en la confianza de lo que producirá en el pequeño la acción poderosa del Espíritu Santo.

Un maestro que ama es un maestro que ve, en fe, el fruto de su tarea.

Un amor que todo lo soporta: Un maestro que sabe contener al niño en todo momento. En el «soportar» se muestra la paciencia, la bondad y, por sobre todo, el amor. Un maestro que soporta es aquel que da nuevas oportunidades, y que muestra confianza en la capacidad que tienen sus niños para cambiar y para mejorar.

Un maestro que ama es un maestro que todo lo soporta.

UN CONSEJERO SABE QUE SU TAREA ES VALIOSA. (1 Corintios 15.58).

Es importante que como consejeros valoremos la tarea que realizamos. No tiene que ver con los resultados inmediatos de nuestra consejería, sino que debemos tener una mirada más a largo plazo, y comprender los resultados que ese tiempo de charla, de atención, de escucha y de amor, puede traer a la vida de un niño. Si no valoramos lo que hacemos, es posible que lo hagamos con desgano, o con poco entusiasmo, y que eso se traduzca en encuentros que poco ayuden al niño que confiadamente se nos ha acercado.

A esto se suma el hecho de que, al conocer ciertas situaciones por las que atraviesan nuestros niños, podemos sentir un inmenso dolor. Y muchas veces a ese dolor se le suma también una gran sensación de impotencia, por no poder nosotros cambiar esa realidad. ¡Con todo nuestro ser quisiéramos sacarlos de allí, librarlos, cuidarlos, protegerlos! Pero, lamentablemente, no podemos… Es entonces cuando debemos recordar que nuestra persona, como adultos de confianza, es muchas veces TODO lo que un niño necesita para continuar. Debemos dimensionar el enorme valor que tiene para un niño el poder contar con alguien. El saber que, en medio de su situación complicada, hay alguien por quien es tenido en cuenta, es escuchado y, por sobre todas las cosas, es amado.

Extracto del libro Manual de Consejería Para el Trabajo Con Niños.

Por Jessica Ibarbalz

Lee la continuación de este artículo AQUÍ.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí