UN CONSEJERO ATIENDE (Colosenses 4.6).

El maestro que enseña la Palabra responsablemente, se dedica en la semana a preparar su clase. Estudia a fondo el tema, busca los materiales necesarios, y saca las copias para las actividades de sus niños. Pero, como decíamos al principio, el maestro es también un «consejero», y como tal debe atender a sus niños, prestándoles atención especial incluso mientras da su clase. No se puede dar una clase de Biblia sin atender a las reacciones, los gestos, los comentarios y las inquietudes que manifiestan los niños. El maestro que presta atención, que observa las miradas de sus pequeños, estará listo para darle un giro a la clase, o para hacer un cambio en la lección, si las circunstancias así lo demandan. La clase será significativa para los niños si respetamos sus tiempos, si somos sensibles a sus necesidades, y si prestamos atención a sus intereses o a las inquietudes que les vayan surgiendo.

Los niños no solo llegan a la clase con el deseo de aprender más de Dios, sino que también traen a cuestas una semana de experiencias vividas, y el profundo deseo de ser atendidos y de que alguien repare en ellos y los escuche. ¡No se puede enseñar sin prestarles atención! No se puede enseñar sin tener una conexión con sus rostros, con sus gestos, con sus miradas… No se puede enseñar sin estar, al mismo tiempo, atentos a lo que ese tema les provoca, lo que les recuerda, lo que les hace pensar…

Un maestro/consejero atiende, y esa atención puesta en sus niños les dice a los pequeños cuánto le importan. Debemos prestar especial atención a los niños y a sus caritas, a sus posturas, a sus comentarios… Todo nos «habla» acerca de las necesidades o las preocupaciones que está sufriendo un niño. Los niños se expresan integralmente, y así, integralmente, debemos escucharlos.

Hay una triste realidad de la que debemos ser conscientes todos aquellos que servimos entre los niños: debemos saber que hay niños que viven su semana sin que nadie los mire. Sin que nadie jamás repare en ellos. Viven en una casa junto a otras personas, pero no reciben de nadie la mirada amorosa y atenta que necesitan para sentirse valorados, para sentirse importantes y, sobre todo, para sentirse amados. Es en este contexto que la mirada atenta del maestro le da al niño valor, le da seguridad, porque la mirada abraza, contiene, y hace que el pequeño se sienta importante y amado.

UN CONSEJERO ESCUCHA.

Si hay un verbo clave en la tarea del consejero, es el verbo «escuchar». La palabra «consejero» se refiere una persona da consejo. Pero no se puede aconsejar si primero no se escucha, si primero no se atiende al asunto, si primero no se pone toda la atención en pos de comprender lo que el niño tiene para compartir.

Es necesario que recordemos, también, que cada niño es diferente. Hay niños que hablan mucho y son muy expresivos, y hay otros que son más tímidos o a los que les cuesta más expresarse. Por eso es tan importante ser pacientes y darle al niño el tiempo necesario para poder abrir su corazón y contarnos sus cosas.

En algunos casos, un encuentro será suficiente, mientras que en otros casos se necesitará más tiempo, más encuentros, más charlas. Lo importante es dar siempre lugar para que el niño se exprese. Puede ser de utilidad usar láminas de situaciones o de rostros de niños que muestren diferentes expresiones. Contar con un material así es un recurso muy conveniente, porque el pequeño puede identificarse con ciertas situaciones o con ciertas emociones, y así empezar a contarnos sobre su propia situación. A veces, incluso, sucede que al niño le falta vocabulario para poder decir lo que tiene dentro, y esta clase de recursos gráficos pueden proveerle de imágenes que lo ayuden a manifestar lo que siente frente a determinada situación.

Ahora bien, como maestros, nosotros somos propensos a tener una respuesta para cada cosa. ¡Pero no debemos comenzar a hablar hasta no escuchar! Debemos desterrar de nuestras mentes y corazones todo juzgamiento. El niño es niño, y no tiene la responsabilidad de las situaciones que ocurren a su alrededor, de las que termina siendo la víctima. Los adultos son los responsables, no los niños. Es por eso que nuestra escucha debe mostrar aceptación, y no rechazo. Debemos escuchar poniendo en juego la mente y el corazón.

Otro punto es que quizás, como consejeros, nos toque escuchar cosas muy duras por las que atraviesan los niños. En estos casos debemos tener control de nuestros gestos y de nuestras reacciones, para no asustar al pequeño que nos está contando sus vivencias o su situación. Debemos cuidarnos de no perder la calma, y de actuar con prudencia, para que el niño sienta la tranquilidad y la confianza necesarias como para continuar conversando con nosotros.

Extracto del libro Manual de Consejería Para el Trabajo Con Niños.

Por Jessica Ibarbalz

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