Ten presente siempre que:
- Ser maestros/consejeros es convertirnos en personas CLAVE que sostienen las vidas de los niños.
- Ser maestros/consejeros es ser el APOYO que ayudará a esos niños a seguir adelante, a pesar del contexto complejo en el que se encuentren.
Cuando somos maestros/consejeros debemos saber que, para algunos niños, seremos los únicos adultos en los que pueden confiar. Quizás, en las vidas de algunos niños, seamos también los únicos adultos que los miran con amor, los únicos que les dan palabras de aliento, los únicos que los ayudan a ver su futuro con esperanza. Es por todo esto que debemos ser conscientes todo el tiempo de lo valiosa que es nuestra tarea, y desarrollarla con suma responsabilidad y con un alto compromiso. Porque también la Palabra nos exhorta: «Pero si alguien hace pecar a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgaran al cuello una gran piedra de molino y lo hundieran en lo profundo del mar.» (Mateo 18.6).
Para Jesús, los niños no son un número, no son un estorbo, no son una molestia. Jesús les dio un lugar de privilegio, un lugar de honor, y los puso como ejemplo a seguir: «Él llamó a un niño y lo puso en medio de ellos. Entonces dijo: – Les aseguro que a menos que ustedes cambien y se vuelvan como niños, no entrarán en el reino de los cielos.» (Mateo 18.2-3)
Los pequeños tienen un lugar especial en el corazón del Padre. Son amados y cuidados por el Señor. Y nosotros, como maestros/consejeros, tenemos la enorme tarea delegada por el Padre…
- Para acompañarlos: en sus alegrías y en sus tristezas, en sus victorias y en sus luchas, en sus certezas y en sus dudas, en sus risas y en sus lágrimas. ¡Acompañarlos siempre!
- Para cuidarlos: de peligros, de malos consejos, de tomar caminos errados, de personas que quieren aprovecharse de ellos en distintos sentidos. ¡Cuidarlos siempre!
- Para ayudarlos: con el consejo oportuno, con la palabra a tiempo, con todo lo que requieran y que esté en nuestras manos poder brindarles. ¡Ayudarlos siempre!
- Para amarlos: con esa ternura que viene del Padre, que nos promete no dejarnos «huérfanos» jamás. ¡Amarlos siempre!
No hay nada más importante para un niño que el sentirse amado. Lo demás pierde valor, pierde importancia, ante esta tremenda necesidad. Si somos maestros/consejeros que aman, lo demás será suplido. El mismo Padre nos capacitará, y recibiremos del Espíritu Santo el discernimiento necesario para saber cómo actuar y qué decir en cada situación.
Reflexión Final
En el primer capítulo del evangelio de Lucas, se nos narra el milagro del nacimiento de Juan el Bautista. Zacarías era un profeta del Señor. Elisabet, su esposa, era estéril, y vivía angustiada por esta situación. Cierto día, Zacarías fue sorprendido por un ángel del Señor que le anunció que iba a tener un hijo. ¡Este matrimonio, ya entrado en años, iba a ser bendecido con la llegada del hijo tan anhelado! El evangelio también nos relata en encuentro que se dio un poco más tarde, entre dos primas: Elisabet, que llevaba en su vientre a Juan el Bautista, y María, que estaba embarazada del niño Jesús. ¡Un encuentro lleno de emoción y de la presencia del Espíritu Santo en las vidas de estas dos mujeres! Una de ellas llevaba en sus entrañas al Mesías, y la otra llevaba al profeta que prepararía el camino, que prepararía los corazones de los hombres para recibir al Cristo. ¡Qué maravilloso encuentro! Tiempo después nació Juan el Bautista, y muchos vinieron a conocerlo. Parientes y amigos se acercaron para ver a este pequeño que era fruto de un milagro del Señor. Lucas 1.66 nos cuenta lo que decían las personas que venían a conocer al bebé. Ellos se hacían esta pregunta: «¿Qué llegará a ser este niño?»
Y esta es la pregunta que una y otra vez debemos hacernos cuando estamos frente a un niño en nuestras clases o en nuestra sala de consejería: ¿Qué llegará a ser este niño? No lo sabemos. No sabemos lo que Dios hará con esa tierna vida. No sabemos qué llegará a ser esta niñita. No sabemos qué llegará a ser ese pequeño muchachito. No lo sabemos… Pero lo que sí sabemos es que Dios tiene para ellos planes de bien. Y que nosotros hemos sido puestos en su camino para traerles bien de parte de Dios. Estamos en ese lugar para bendecir sus vidas, para enjugar sus lágrimas, y para recordarles que el Dios Todopoderoso no se ha olvidado de ellos. Estamos para decirles que sus vidas tienen un propósito, y que sus vidas son valiosas. Estamos para afirmarles que el Padre los ama con amor eterno…
Y quizás, la pregunta que sí podemos responder es: ¿Quién llegaré a ser yo para la vida de este niño?
Extracto del libro Manual de Consejería Para el Trabajo Con Niños.
Por Jessica Ibarbalz