Una de las razones por las que los jóvenes cristianos sienten agudamente el antagonismo entre su religión y la ciencia es que hay una aversión en ambos lados. La ciencia occidental a menudo se ha considerado a sí misma como una adversaria de la fe. Podríamos llamarle a esto la oposición del «cientificismo», el supuesto de que la ciencia ha conquistado el mercado en cuanto al conocimiento y algo solo puede ser verdad si es posible probarlo mediante los métodos científicos. Por desgracia, la epistemología del cientificismo (la teoría del conocimiento) ha llegado a dominar nuestra cultura. La «verdad» ha llegado a significar «verificable en el laboratorio». Esto se debe a que, para el cientificismo, lo que es razonable es solo lo que es científico.
La cantidad de ateos (muchos de los cuales afirman el cientificismo) es desproporcionadamente más grande en la educación superior que en la cultura en general, lo que significa que cada año muchos estudiantes de licenciatura, sin saberlo, están sometidos a la falsa dicotomía de «la fe frente a la razón». Añada a esto el hecho de que la «gran ciencia», como «gran negocio», lucha con la corrupción: más de un puñado de científicos investigadores han admitido falsificar o distorsionar los datos a su favor en algún momento de su carrera. Para colmo de males, no es raro que aquellos en la academia que cuestionan la línea científica sean excluidos, se les nieguen los derechos de antigüedad de su puesto, o incluso sean despedidos. Por estos y otros motivos, la iglesia tiene razón para sentirse contrariada por el establecimiento científico.
Sin embargo, si somos serios acerca de vivir bíblicamente en una cultura de ciencia y tratar de ayudar a la próxima generación a hacer lo mismo, alzar nuestros puños para pelear o enterrar nuestros dedos en nuestros oídos no son opciones viables. Debido a que la ciencia ha llegado a desempeñar un papel crucial en nuestra amplia cultura, le está dando forma a las percepciones de los adultos jóvenes de la iglesia. Son estas percepciones con las que tenernos que lidiar bien si realmente deseamos hacer jóvenes discípulos.
En nuestra investigación entre jóvenes de dieciocho y veintinueve años de edad con una formación cristiana, un tercio (35%) sugirió que los cristianos son demasiado confiados acerca de saber todas las respuestas. En un hilo relacionado, un quinto (20%) dijo que cree que el cristianismo hace las cosas complejas demasiado simples. Casi tres de cada diez (29%) afirmaron que las iglesias están desfasadas con relación al mundo científico en el que vivimos, mientras que una cuarta parte (25%) describe al cristianismo como anticiencia. Una cuarta parte de los encuestados informan que están cansados del debate de la creación versus la evolución (23%) y un quinto se sienten desilusionados con el cristianismo, porque es anti-intelectual (18%). Puede que no te sorprenda saber que muchos pródigos —los que ya no se identifican como cristianos- mantienen estas opiniones.
La ferocidad con la que algunos de los entrevistados en la investigación mantienen estas opiniones es posiblemente influenciada, al menos en parte, por el poder cultural ejercido por el cientificismo. Existe una amplia aceptación de la idea de que la ciencia (o en su lugar el cientificismo) «dice las cosas como son». Cuestionar esta premisa —como la iglesia lo hace a menudo— es culturalmente peligroso. Sin embargo, estos factores no niegan el problema que estamos llamados a enfrentar y no eximen al pueblo de Dios de reconocer que nos hemos quedado cortos. El sentido subyacente de estas percepciones es que muchos en la próxima generación no ven a los cristianos como socios humildes de la ciencia impulsada por la cultura de hoy, y creo que hay algo de verdad aquí para nosotros.
LA PÉRDIDA DE LOS CRISTIANOS CON UN PENSAMIENTO CIENTÍFICO
Existe un segundo desafío que enfrenta la comunidad cristiana en lo que se refiere a la ciencia: la desconexión entre la fe y los que son especialmente aficionados a la ciencia. La iglesia está perdiendo demasiados jóvenes científicos. Si la comunidad cristiana quiere equipar a los jóvenes para seguir fielmente a Jesús en el mundo real, tenemos que entender los desafíos que enfrentan los jóvenes con mentalidad científica. Aquellos que tienen específicas habilidades y pasiones en el campo de la ciencia parecen ser algunos de los más propensos a luchar con su fe. Pasan momentos difíciles conectando las afirmaciones del cristianismo con las evidencias y métodos científicos.
La historia de Mike es un ejemplo de un joven de mente científica. Conocí a Mike en Vancouver, Columbia Británica, en un seminario de un día de duración para pastores. Él se crio en un hogar católico, pero ahora es ateo. El organizador del seminario, Norm, deseaba «presentar a una persona real y un joven que no creyera en Dios frente a toda esta gente». Mike, quien se corresponde bien con la descripción, había salido de la secundaria hacía cerca de dos años y estaba acompañando a su amigo Brandon. La idea era que Mike pasara el día, junto con su amigo todavía cristiano, tratando de ayudar a los líderes cristianos a entender por qué no cree en Dios.
Durante el día en Vancouver, Mike se aventuró en una sala abarrotada con el clero. Me senté en la primera fila, observando el lenguaje corporal de Mike mientras le hablaba al grupo de comunicadores profesionales. En los primeros minutos de su historia, Mike parecía comprensiblemente tenso. Su confesión se mezcló con el malestar del discurso público. Sin embargo, al final tranquilizó a todos, incluso a él mismo, con el chiste más destacado y aplacador del día: «Rayos, estoy tan nervioso como un ateo en una conferencia de pastores».
Después que la risa se calmó, su historia brotó a borbotones, pero eso no la hizo menos convincente: «Fue en el décimo grado. Empecé a aprender sobre la evolución. Parecía ser mi primera ventana al mundo real. Para ser honesto, pienso que aprender sobre la ciencia fue la gota que derramó el vaso. Yo sabía por la iglesia que no podía creer en la ciencia y en Dios, y así fue. No creí más en Dios».
Extracto del libro Me Perdieron
Por David Kinnaman